dijous, 21 de juny del 2018

Catalunya y el Rey

Aquí mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado El poder dual i el triangle, en el que junto la idea del "poder dual" (gobierno español, gobierno catalán) con la figura triangular de las instituciones españolas: Corona, gobierno español y gobierno catalán. Innecesario decir que el interés se centra no solamente en las relaciones entre los dos gobiernos sino entre la Corona y el gobierno catalán. Aunque el carácter republicano de este es contrario al monárquico del central, en el caso de la Corona, la oposición es básica y esencial. La monarquía y la República son mutuamente excluyentes. De eso se trata.

Aquí la versión castellana: 


El poder dual y el triángulo
                                                                                                          
El llamado conflicto o reto catalán o cuestión o matraca catalana, según el comunicador, se mueve como un poder dual, el del gobierno central y el del govern en términos efectivos y reales. Otra cosa será su calificación jurídica. Es obvio que, desde el punto de vista de la legalidad española el concepto mismo de “poder dual” es inaceptable. Pero funciona.

Y funciona en una estructura triangular. Los poderes reales (aunque desequilibrados) son el gobierno central y la Generalitat, pero, a su vez, se relacionan con el tercer vértice que carece de poder real (al menos nominalmente), pero no de existencia, esto es el rey, la Corona. Cada uno de los tres puntos se relaciona con los otros dos si bien uno de ellos es simbólico y el poder real es dual.

Las relaciones recíprocas dibujan las expectativas del sistema político español y la República Catalana. Las más obvias, las que se dan entre el gobierno central y la Generalitat están presididas por un obstáculo insalvable, al estilo de la polémica de los universales. Para el Estado español, el pueblo catalán no puede autodeterminarse porque no existe como tal pueblo en sentido político y jurídico, aunque sí cultural, folklórico, lingüístico o religioso. No puede haber referéndum alguno porque una parte del pueblo español (que es el universal del catalán) no puede autodeterminarse frente al todo. O no debe, porque, por poder, los cánceres pueden.

El empeño del independentismo en gobernar con el máximo grado posible de autonomía, de independencia republicana, tarde o temprano provocará una nueva crisis con el Estado, tanto si se trata de la investidura de Puigdemont como de la restauración de las actividades que fueron intervenidas y bloqueadas por el 155 y todo lo más allá que se pueda. Y, ¿hasta dónde se podrá? Eso dependerá de la correlación de fuerzas parlamentarias. El gobierno necesita los 17 votos independentistas no para ir contra ellos (pues para eso cuenta con todos los demás) pero sí cuando vaya contra la derecha.

Así que las relaciones entre los dos polos del poder dual gobierno/govern estarán repletas de ficciones. Cuando el gobierno central habla de “debate sobre el estado de la Nación” los independentistas lo consideran “debate de política general” y se refieren a lo mismo. En otros terrenos se recurrirá a ficciones similares. El govern se titulará govern de la República Catalana pero el Estado leerá govern de la Generalitat.

A su vez, las relaciones entre el gobierno central y la Corona parecen en buen momento a fuer de vacías. Sánchez se ha puesto al servicio del trono, en garantía de que no se tonteará con propuestas de referéndum sobre monarquía/república. No toca ni tocará jamás mientras haya derechas e izquierdas españolas, unidas en amor a la Patria, identificada con una bandera, una cruz y una corona. Sale barato al rey el apoyo socialista. Si acaso una brumosa reforma de la Constitución en sentido federal cuyo último techo sería la monarquía belga. Porque ella como tal, como Corona, no tiene nada que decir. No que no deba sino que no se le ocurre. Su último pronunciamiento fue la lamentable arenga de parte del 3 de octubre de 2017 y hasta el mismo rey, quizá, entenderá que no se le puede dejar solo.

Las relaciones más interesantes son las de los dos otros vértices, la Generalitat y la Corona. Aquí se tropieza con una nueva imposibilidad metafísica pues ninguna de ellas reconoce el principio mismo de legitimidad de la otra. La Generalitat es una institución republicana y la República es el antónimo directo de la monarquía. El presidente Torra anuncia que, cuando se lo encuentre, reclamará al rey disculpas por su discurso del 3 de octubre amparando la violencia del 1º-O. Por lo demás, tampoco es fácil que se lo tropiece por la calle dado que se multiplican los lugares cuyas autoridades y órganos representativos declaran al monarca “persona non grata”. Al final van a llamarlo el rey del chotis porque se baila sobre una baldosa.

Cierto, son relaciones Corona/Generalitat en un terreno puramente simbólico pero, por eso mismo con un enorme impacto político. Es difícil gobernar un país cuyo jefe de Estado no tiene libertad de circulación por el territorio que domina y no domina. Las proscripciones institucionales del monarca son una muestra palpable de la crisis constitucional del Estado español. Se añaden ahora dos “retos” más: la transferencia de la vía catalana a Euskadi y consiguiente petición de referéndum de autodeterminación y la reclamación de un referéndum digamos ordinario sobre monarquía/República a escala estatal movido por los navarros.

El Estado español no parece capaz ni de negociar su supervivencia.