El amarillo es uno de los colores de simbología más compleja y contradictoria en la historia. Es el más inestable de los colores primarios, situado entre el verde y el rojo en el espectro, el que percibimos en una longitud de onda entre 563 y 591 nanómetros. Es uno de los colores cálidos y quizá por su inestabilidad (pues basta con un ínfimo añadido de cualquier otro color para que se convierta en uno muy distinto) ha tenido significaciones encontradas y hasta antagónicas a lo largo de la historia.
Su natural asociación con la luz del día lo identifica con el mismísimo sol como astro rey y, por esta vía, aparece como símbolo de la vida en muchas religiones y no solo en las que se originan en el culto solar. A partir de aquí, de lo celestial a lo terreno, el color tiene significado desde muy antiguo. Es el del Imperio chino que, quizá por ello, se llamaba "imperio celeste" y, por cierto, en lugar tan patriarcal, representaba el principio masculino, el Yang, siendo el Yin el femenino. Los antiguos egipcios, sin embargo tenían el amarillo por color femenino. Del arte no hablemos porque podemos enloquecer solo recordando a Van Gogh, Klimt, Franz Marc, Andy Warhol, etc.
En todas partes y por razones fáciles de entender, aparece vinculado al oro. Ese tono dorado es el color de la dignidad, la nobleza y la autoridad en la iconografía bizantina. El lado occidental del Imperio no podía ser menos y el amarillo es al día de hoy también el color del Vaticano. En diversas otras religiones, desde la India a México está vinculado a deidades propicias y ceremonias de tránsito más o menos positivas, como los desposorios. También, claro, en la mitología. El amarillo es el color del narcisismo por eso, si nos ponemos algo evemeristas, los narcisos son amarillos.
Quizá para compensar, del lado contrario o negativo, al amarillo se le atribuyen malas condiciones y vicios como la envidia, el rencor, el miedo, la cobardía, los celos y el egoísmo. En los países anglosajones, está vinculado al escándalo, de forma que la "prensa amarilla" es la prensa sensacionalista y escandalosa. En el extremo, en su función más infame, el amarillo es el color de discriminación de las minorías maltratadas; epítome: la estrella amarilla de David que había de singularizar a los judíos tarde o temprano destinados a las cámaras de gas.
Pero también hoy es el amarillo símbolo el amor y el cariño. Y el amarillo en forma de lazo. El lazo amarillo significaba también entre los anglosajones la esperanza de que los que habían partido a los frentes de guerra regresaran a casa; la esperanza de que los movilizados, los ausentes, retornaran. Los lazos amarillos simbolizan el recuerdo permanente de quienes nos han sido arrebatados. Por eso, también, el color saca de quicio a los intolerantes, los agresivos, los partidarios de la dictadura, los faltos de sentimientos y de humanidad.
O, dicho en términos más claros, los fascistas y otras subespecies de criminales que, normalmente en grupo, con nocturnidad, alevosía, armados y embozados proceden a suprimir o destruir los lazos amarillos que la gente pone en los espacios públicos en recuerdo de las personas inocentes que están inicuamente en la cárcel. Los exaspera que se les recuerde su complicidad con esta villanía judicial y creen, en su cerrazón mental, que eliminando unos cuantos lazos conseguirán doblegar la lucha de un pueblo por su libertad y su apoyo a sus representantes democráticamente elegidos e injustamente encarcelados. Y eso cuando no se trata de matones a sueldo o miembros de partidos de derechas más o menos disfrazados, que cobran por realizar esta indigna labor.
Sin embargo, por mucha que sea la provocación de estas bandas de fascistas o las groserías y abusos de sus diputados -decididos a convertir el Parlament en una taberna- la respuesta de los demócratas debe ser comedida, pacífica y no caer en la provocación que es lo que estos individuos están buscando para justificar una mayor agresión. La respuesta debe ser el silencio y la fotografía. Siempre que se pueda hay que grabar con los móviles a los responsables de los vandalismos y que ellos/ellas lo sepan; que sepan que sus rostros no serán desconocidos en la República Catalana. Nada más. Pero sin olvidar que contamos con ofertas generosas de abogados y abogadas que prestarán ayuda gratuita a las personas que sean denunciadas por poner lazos amarillos así como a aquellas otras que denuncien a las autoridades que supriman los lazos amarillos.
La cuestsión es no desviarnos del objetivo único de la República Catalana. Porque, no se olvide, por muy profunda y sentimental que sea la simbología del amarillo, es solo un color y lo que verdaderamente saca de quicio al fascismo español no es el color amarillo, ni el rojo, el negro, el verde, los lazos, las bufandas, los pañuelos. Lo que saca de quicio a estos indeseables de la servidumbre voluntaria es un pueblo civilizado, revolucionario, democrático y pacífico, dispuesto a hacer valer sus derechos, el primero de todos el de autodeterminación contra quienes querrían seguir dominándolo, oprimiéndolo y explotándolo como han hecho hasta hoy. Si, en lugar de lazos amarillos, lleváramos rosas rojas o sombreros de copa, los fascistas españoles, sean del PP, de C's o del PSC estarían igualmente indignados y tratarían de suprimirlos. Si alguien, víctima de una falta de actualización, dudara de que los socialistas fueran del brazo del partido de los chorizos, el PP, o el de los neofalangistas, C's, que mire cómo el alcalde de Lleida, Ángel Ros, del PSC, prohíbe los lazos amarillos en su ciudad, después de haber impedido que se sustituyeran los nombres de las calles de fascistas por otros de gente normal.
Lo que les molesta no son los objetos. Lo que les molesta es el activismo de un pueblo digno y libre.