Mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Què fer?. ¿Qué hacer? Habrá quien me acuse de chupar rueda de Lenin y su ¿Qué hacer?, de 1902. Pero Lenin hacía lo propio con la novela de Chernichevsky, ¿Qué hacer?, de 1863. De si la conocía Lenin da fe el hecho de que la había leído cinco veces. En fin, los títulos son copyleft.
El ¿Qué hacer? aquí considerado se refiere a la disyuntiva bien visible en el independentismo entre integrar parte de su acción en el sistema político español (votar mociones de censura, participar en elecciones, etc) y abandonar el territorio español (abstenerse de participar) y concentrarse en Catalunya. Decidida partidaria de la ruptura, la CUP, que no tiene representanción en las Cortes. Partidaria de la integración (transitoriamente), ERC. En una posición intermedia, aunque con tendencia a la ruptura, el PDeCat.
Ese es el tema. Aquí, la versión castellana.
¿Qué hacer?
Esta es siempre la cuestión, que
se plantea cuando hay disyuntivas. ¿Qué hacer entre dos opciones?
Salga como salga la moción de
censura, todo el aparato político institucional español pone proa a elecciones
anticipadas. Si gana Rajoy no será desde luego por sus méritos y le espera un
resto de legislatura infernal, abrasado por las sucesivas sentencias de la
Gürtel y en soledad parlamentaria absoluta, lo que lo llevará a elecciones. Si
gana Sánchez con un aliado incómodo y un parlamento hostil, se verá igualmente
obligado a convocar elecciones sobre todo teniendo en cuenta la desconfianza
con que su partido mira la alianza de gobierno y los contactos con los
independentistas.
Elecciones en todo caso. En el
reino de España. Aquí se plantea la cuestión ¿qué hacer? ¿Participar o no
participar en ellas? Asunto peliagudo porque hay razones cruzadas y de distinta
índole. Las hay de cálculo, materiales, de eficacia y las hay de valor
simbólico, de pronunciamiento, de desobediencia. Participar es aceptar la legalidad española;
no participar, permitir más anticatalanismo en las Cortes españolas.
La República tiene su propio
calendario que, es de suponer, podrá ir aplicándose ordenadamente a medida que
el Estado levante sus prohibiciones y las instituciones catalanas puedan
funcionar. Pero, según como vayan las cosas, parte de ese calendario son unas
posibles elecciones anticipadas. Como en España, pero en Catalunya. Es una
cuestión de tiempos. La ironía de la situación es que el impacto de unas
elecciones catalanas en España es ahora superior al de unas elecciones
españolas en Catalunya. Hace un par de
años algo así era impensable.
Una decisión independentista de
abstenerse en las elecciones generales españolas viene amparada en la idea de
que son cosa de otro país. Al margen de la decisión que los indepes adopten en
este asunto, el ánimo con que se plantea es el mismo: se trata de otro país y
los asuntos que le conciernen son de otro país. Tómese el despliegue de los
medios de comunicación en España y Catalunya. Todo el mundo sabe (incluidos
organismos internacionales) que el sistema mediático catalán es mucho más
plural que el español, sometido a la censura. La consecuencia obvia es que los
catalanes están mucho mejor informados que los españoles no ya solo sobre
Catalunya sino sobre España también. No existiendo pluralismo mediático español
en lo relativo a Catalunya, lo que las audiencias reciben es la fábula del
gobierno, elaborada por sus publicistas y escribas orgánicos y difundida
obedientemente por los medios.
La cuestión es si merece la pena
tomarse en serio esa fábula, perder el tiempo con las campañas mediáticas de
corte negativista acusando a los independentistas de nazis, racistas, excluyentes,
identitarios, xenófobos, supremacistas, etc. Quizá sea más práctico
concentrarse en la defensa frente a los actos de agresión callejera de las
bandas fascistas relacionadas con las cloacas del Estado, encendidas con los
discursos de los ideólogos del régimen y sus organizaciones criminales más o
menos fundidas con los partidos ultras.
Tómese esa ridícula acusación de
supremacistas a los independentistas catalanes que Pedro Sánchez anda
repitiendo por doquier sin saber lo que dice o la de “nazis” de Alfonso Guerra
que sí sabe muy bien que miente como un bellaco. Andan los del bloque del 155 y sus siervos en
la prensa muy afanados buscando pruebas fehacientes de ese supremacismo y
racismo. Unas declaraciones antañonas de Pujol, alguna referencia de Mas, los
artículos y tuits de Torra, alguno de Puigdemont. Y con estos mimbres
descontextualizados y/o directamente falseados, pretende construir una imagen
del independentismo que permita oponerse a él no por razón de un colonialismo autoritario
y retardatario, sino de la lucha por la libertad de los pueblos. Cuando la derecha convierte un movimiento
democrático y pacífico de millones por la libertad en una conjura de unos
políticos supremacistas hace el mismo ridículo que cuando la izquierda lo
atribuye a una confabulación de la burguesía corrupta.
Realmente, no merece la pena. Es
en verdad otro país, tanto en la derecha como en la izquierda. Toda la
virulencia y demagogia de los propagandistas del 155 solo prueba el
desconcierto del bloque unionista, incapaz de articular una defensa de su
concepción de España frente a la iniciativa independentista. Las acusaciones de racismo y supremacismo
quieren dar a entender que la República Catalana nace en un clima
antidemocrático mientras que España sería al contrario un Estado democrático de
derecho. La realidad es justamente la contraria: el independentismo catalán es
un movimiento democrático que aboca a una Estado de derecho mientras que España
es una dictadura de hecho en una situación de excepción y en la que, como en
todas las dictaduras, hay presos, exiliados y represaliados políticos. Y
presas, exiliadas y represaliadas políticas.