En la era de la "democracia mediática" reina la convicción de que, a través del agenda setting y otros paradigmas de la comunicación, los medios ocultan, tergiversan la realidad, la manipulan al servicio de la clase o banda dominante. Y siempre desde el mismo supuesto: quien se opone al orden constituido, interpretado por el gobierno es un loco, un corrupto (sic) o un delincuente, desde rebelde a terrorista, según el libre parecer de los jueces.
Paradójicamente, una de las teorías que la derecha suele esgrimir para justificar las políticas reaccionarias anticrisis, consistentes en enriquecer a los ricos y empobrecer a los pobres (el llamado "efecto Mateo") es la del "goteo" (trickle down), según la cual, del enriquecimiento de los ricos rebosa siempre algo que cae para beneficio de los pobres. Teoría tan nueva que ya está en los evangelios, en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Con los medios sucede lo mismo. La interpretación mediática hegemónica es delirantemente maniquea: el orden es justo e inmaculado (lo llaman contra toda evidencia "Estado de derecho") y quienes a él se oponen son delincuentes movidos por las más repugnantes ambiciones. Es de risa ver a los sabuesos de Hacienda preguntando con qué dineros se han pagado unas esteladas colgadas en el balcón municipal. La misma Hacienda que amnistía a los defraudadores y no publica sus identidades.
Trickle down. Es imposible evitar el impacto mediático de un caso como el de Mireia Boya que destruye de golpe toda la estrategia narrativa del B155 y de los medios. ¿Repugnantes ambiciones? ¿Junqueras y sus compañeros? ¿Mas y las suyas? ¿Puigdemont y las suyas? Para tragarse tanta villanía interpretativa (que si Puigdemont alquila un palacete, que si las instituciones pagan los gastos y fastos de la independencia, que si fulano cobraba esto o mengana aquello) hacen falta las tragaderas de Gargantúa. Ya para tragarse que la motivación de Boya se encaja en alguna de esas figuras delictivas hacen falta las de Gargantúa y Pantagruel juntas.
Léanse las declaraciones de Boya en vísperas de la comparecencia y dígase si no se resumen en lo siguiente: "Yo no he cometido delito alguno. No hay violencia. Se me condena por mis ideas independentistas. Si voy a la cárcel será una condena injusta y yo, la víctima de un delito. De la cárcel me sacará la República Catalana." Lo último es una apostilla política de mi cosecha pero que traduce bastante bien la consecuencia de la actitud de Boya porque es esta, precisamente, la que materializa la República Catalana. No es una declaración. Es una profecía. Hecha en virtud de algo que los villanos mediáticos ni huelen.
Mireia Boya es un símbolo que eleva un grado más la intensidad de este conflicto. Con 900 causas pendientes en toda Catalunya y las que los jueces vayan aflorando en sus actividades particulares, además de un símbolo, es un faro, que orienta la acción de quienes vienen detrás, igual que Boya viene detrás de los Junqueras y estos de los Jordis. ¿Cuándo entenderán que esto no es cosa de policías antidisturbios, ni de espías de pacotilla, ni de jueces comisarios, ni de diplomáticos camaleónicos? ¿Cuándo se darán cuenta de que es una revolución cívica, sostenida por una amplia base social, institucional y hasta económica? Dan risa las cuitas de los medios gubernamentales (todos) por profetizar la ruina económica al territorio que acaban de declarar los inversores internacionales como el más interesante para invertir.
No le hacía falta al movimiento indepe, pero Mireia Boya ha confirmado de modo aplastante su impulso moral. Y ha abierto de par en par las puertas a su triunfo. La manera segura de destruir este proceso político es demostrar que lo es.
La Constitución no exige su acatamiento a los ciudadanos a los que, sin embargo, protege protegiendo, entre otras, su libertad de expresión. Cualquiera puede expresar desacato a la Constitución y propugnarlo, siempre que no lo haga por medios violentos. Si, no habiendo violencia, se condena a alguien, se le/la condena por no acatar la Constitución. Y eso es injusto. Y delictivo. E inútil, porque habría que procesar a todos los independes, a los republicanos, a los monárquicos de otras familias, a los ácratas, a todos quienes propugnen pacíficamente cambios que no gusten a los jueces y a los gobernantes en nefanda coyunda.