Se le ha ido la lengua a este lenguaraz portavoz. En mitad del arrechucho masivo de última hora en pro del diálogo, el portavoz parece más portafuego de un gobierno instalado ya en la retórica flamígera. Nada de dialogar, brama la turba ultra por las calles, "todos a la cárcel", "Puigdemont al paredón", "Mas a la cámara de gas". La cabra tira al monte.
Los energúmenos fascistas acudieron a la manifa del domingo en Barcelona, aunque se les pidió que no lucieran banderas franquistas y pegaran poco. Tenía que hablar Borrell y no podía hacerlo a una turba de fanáticos. Estos se desquitaron al día siguiente en la Diada valenciana, amenazando, insultando, agrediendo y apaleando por todas partes, con una mínima intervención policial. El gobierno amenaza, las bandas fascistas en las calles actúan. Vuelve el miedo que nunca se ha ido del todo.
Solo por miedo cabe entender la propuesta de Colau de que se abra un diálogo entre el gobierno y la Generalitat, siempre que esta abandone la Declaración de Independencia y aquel renuncie al 155, retire los destacamentos de policía y guardia civil y deje de intervenir la hacienda de la comunidad catalana. No son peticiones equitativas. Si renuncia a la DI, la Generalitat pierde su fuerza, como Sansón cuando Dalila lo rapó. El gobierno, en cambio, no pierde nada, pues las renuncias que se le piden no son sino restituir al otro en sus derechos.
El miedo alimenta casi todas las frenéticas propuestas que vienen haciéndose sobre negociaciones, diálogos y mediaciones. Y el miedo carga siempre contra la parte más débil. "Nada de mediaciones" truena Borrell quien, aunque tratando de sonar conciliador en Barcelona el domingo, sigue considerando que la DI es un golpe de Estado. Y los golpes de Estado, junto con la alta traición, se tratan severamente en todas partes. Mediación, nada; diálogo, menos. La ley, los tribunales y la prisión, si ha lugar a ello. Borrell habla aquí en nombre de todo el nacionalismo español, hasta del dialogante, incapaz de ver un palmo más allá de sus narices.
Porque creen que la sociedad catalana aceptará sin rechistar que encarcelen a sus dirigentes. El mismo Casado lo aclara en esa comparecencia en que alude a Companys como destino de Puigdemont: también se decía que, si se encarcelaba a los de Batasuna, ardería Euskadi y no pasó nada. Envalentonados otros del gobierno dejan caer que podrían prohibirse los tres partidos independentistas con la Ley de Partidos.
Al margen de que semejantes despropósitos dibujen un panorama de verdadera risa, como unas elecciones autonómicas sin alternativas a los partidos dinásticos, muestran un conocimiento nulo de la realidad catalana. La idea de que el empuje del independentismo es obra de la burguesía para ocultar su corrupción o de cuatro lunáticos es obviamente estúpida. No lo es tanto, pero si inexacta la idea de que la responsabilidad incumbe a los partidos políticos. Solo hasta cierto punto. La fuerza del independentismo es su carácter ampliamente social, interclasista, intergeneracional e intergenérico. Sus pivotes son la ANC y Ómnium. "Cierto", reconocen los nacionalistas españoles con loable equidad, "por eso proponemos enviar a la cárcel también a Jordi Cuixart y Jordi Sánchez."
La cuestión es clara: no hay forma de atraer a Cataluña por la fuerza. Y, sin embargo, es a lo único a que se recurre. Y cuanta más fuerza, más fuerza se va a precisar con lo que el Principado solo será gobernable desde el centro mediante el estado de excepción.
Una perspectiva que no es admisible hoy en Europa. Cuando el estado de excepción -que ha de ser necesariamente temporal- se levante, el conflicto político emergerá de nuevo y reforzado. ¿Cómo que mediacion no? Internacional, desde luego y cuanto antes, mejor. Una vez poclamada la DI, el gobierno descubrirá que sus bravatas son inútiles. Es entonces cuando urge la mediación para evitar que, amparándose en una legitimidad y una autoridad de las que carece, aquel cometa una de esas barbaridades a las que le inclina su espíritu autoritario. El "saco" de Cataluña del 1/10 no puede repetirse.
La independencia de Cataluña, cosa que no pueden aceptar los nacionalistas españoles, esos que no existían hace una década, conlleva la proclamación de la República. Y ahí, la nación española colapsa.