Visita obligada a la magnífica exposición del Reina Sofía sobre Piedad y terror en Picasso. Aprovechando el 80º aniversario del bombardeo de Gernika, la exposición aporta una inmensa cantidad de contexto a la explosión de esa genialidad que el Museo exhibe todo el año: recuerdos de todo tipo, vídeos (solo la panorámica de O'Flaherty sobre el Geernika merece la pena por sí misma y son cuatro o cinco minutos), citas de Picasso y muchos otros, amplísima información sobre la exposición universal de París en la que la pintura se exhibió, bocetos, apuntes, otros cuadros del autor y de contemporáneos, esculturas.
Es una exposición didáctica, orientada, según se ve en los textos del comisariado, a sustentar una idea: que Picasso, un hombre con un interior violento y hasta brutal (según él mismo reconocía) venía preparándose, por así decirlo, para plasmar ese torrente como un retablo eterno de la crueldad, la maldad. El encargo con motivo del bombardeo fue una ocasión única. Es posible.
Lo que sí puede decirse es que, en un mismo momento (pues Picasso se puso a trabajar en el cuadro, al día siguiente del crimen, a la vista de las fotografías) se realizaron dos actos: uno, un bombardeo inhumano, con alevosía, ordenado por un general perjuro alzado en armas (ajenas) contra el gobierno legítimo de su país, sobre población civil indefensa. Otro, una obra de arte que perpetúa esa masacre de forma directa y, al tiempo, la condena. Sin bombardeo, no habría habido Gernika. El arte nace en la guerra, contra ella. Dentro de cien o doscientos años, todo el mundo sabrá quién fue Picasso, pero no quién fue Franco, a no ser que se informe sobre el Gernika.
El cuadro está pintado en blanco y negro, blanco alternando con el negro, experiencia directa de la vacilación de la luz durante los bombardeos. El blanco y negro, casi como grisalla, revela la tragedia y el clasicismo de la obra.