La fundación Canal de Isabel II, de Madrid acoge una exposición temática sobre Picasso y el Mediterráneo cuya idea original parte del Museo Picasso de París y a la que se han sumado otros centros y museos ribereños del Mare Nostrum. El resultado es un puñado de unos noventa dibujos, grabados, aguafuertes y cerámicas picassianos que tienen como lejanísimo hilo conductor la presencia del MarMediterráneo en la vastísima obra del malagueño. La idea no es mala y, aunque lo fuera, daría igual: cualquier pretexto es aceptable para admirar acercarse a admirar lo que un genio puede hacer con un buril, un lápiz, un pincel y hasta con sus propios dedos.
Porque lo cierto es que el tema invocado está presente en toda la obra picassiana. No al extremo de pensar que sea decisivo en ella, pero sí en el de reaparece de una u otra forma en toda su producción. Por lo demás, una porción importante de las piezas exhibidas solo tangencialmente tienen que ver con el Mediterráneo y muchas de las más célebres que sí tienen relación directa con el mar, como la Suite Vollard, no están. No obstante, es de insistir, da igual: es obra de Picasso y siempre tiene interés.
La exposición dividida en cinco secciones (un ritual mediterráneo, el esplendor de los cuerpos, celebración mitológica, expresiones del mundo antiguo y fauna mediterránea)se abre con la más importante de todas, numerosos dibujos pertenecientes a la tauromaquia del artista. Quienes sentimos una repulsión profunda por las corridas de toros tenemos que hacer de tripas corazón y elevarnos a la contemplación estética de unos productos de cuyo contenido abominamos. Ciertamente, el toro es un animal casi totémico de las distintas culturas mediterráneas y unas le dan mejor tratamiento que otras. Está presente en Creta, en la imagen del Minotauro, por el que Picasso sentía especial predilección, aunque no por su carácter mediterráneo, sino por la inquietante fusión que representa entre la condición humana y la de la bestia. También lo está en diversos episodios de la mitología griega, desde el rapto de Europa hasta el toro de Creta, de uno de los trabajos de Hércules. Picasso, que era muy aficionado a los toros se toma como objetos las corridas y los diversos lances de estas, los picadores, los caballos, etc. Al propio tiempo va estilizando la figura del astado en una evolución muy bien tratada en la exposición, que empieza con cierto realismo y termina con imágenes de toros casi cubistas. Así se trasciende también el Mediterráneo y se eterniza la creación artística porque lo que más llama la atención de las representaciones picassianas es cuánto se parecen estas a los toros de Altamira.
El resto de la exposición, en efecto, apunta a temas mediterráneos, que componen una vasta constelación de influencias detectables en el pintor desde sus mismos orígenes. Son muy de admirar las distintas visiones de los desnudos. Además de los propios, que plasma en muy diversos soportes, papel o cerámica, con una sensualidad siempre presente pero como al desgaire, hay otros que le sirven para rendir tributo a algunos pintores muy característicos, singularmente Hans Memling, con sus mujeres de elegantes sombreros oblicuos.
Las figuras de los faunos, seres mitológicos por excelencia, sirven de contrapunto a algunas escenas legendarias del mundo bíblico, como el episodio de David y Betsabé, del que hay algunas variaciones muy curiosas.
Especial interés también las ilustraciones de Picasso a una obra de Jean Cocteau, con quien le unió una gran amistad y con quien trabajó en repetidas ocasiones. Cocteau le consideraba uno de los genios del siglo, le dedicó varios ensayos y una Oda a Picasso.