El triunfo moral de Sánchez en los avales ha dado un giro a las primarias. La candidatura de Díaz -ya lo había anunciado- ha pasado al ataque; la de Sánchez se ha defendido. Obviamente, ante un ataque, lo primero es defenderse; quizá también contraatacar, pero eso depende de las circunstancias. La defensa es inexcusable. Pero quizá lo más adecuado no sea defenderse a base de identificarse con el atacante. Eso, quizá, después de las primarias, cuando las legislativas, pero no antes porque puede falsear esas mismas primarias: si los dos candidatos proponen lo mismo, ¿por qué se presentan separados?
La izquierda española tiene dos tareas pendientes, de cuya solución depende su acceso al gobierno: su propia unidad y la solución de la cuestión catalana y, por extensión, de la cuestión nacional en España.
En cuanto a la unidad, da vergüenza repetir lugares comunes, como que sin unidad no hay nada que hacer ni perspectiva de gobierno, pero sin unidad se sigue. Y la situación no solo no remite sino que se agrava. Los dos partidos de la izquierda, en realidad, están partidos en otros dos. No hay dos de izquierdas, sino cuatro: dos Podemos (Iglesias/Errejón) y dos PSOE (Díaz/Sánchez). Desde luego ambos niegan fieramente la división. También negaban los enfrentamientos que dieron origen a esa división.
En esta situación de fragmentación se mantiene el deseo de unidad y, si hubiera algo más de coraje y audacia en los planteamientos esta no se plantearía solamente según el trillado criterio de reunificar cada partido dentro de sí mismo. Tan válida podría ser una coalición de errejonistas y sanchistas. Justo lo que ha puesto tan nerviosos a los conservadores del PSOE, con lo que el documento de línea política propugna ahora algo tan etéreo como una "alianza social de progreso", algo que suena a la "Alianza para el progreso" de los yanquies y los latinoamericanos en tiempos de Kennedy. O sea, nada. Palabras. El caso es rechazar toda insinuación de algo parecido a un "programa común de la izquierda", al estilo francés de los ochenta.
Por eso se ha puesto tan contento El País que anuncia un rechazo de Sánchez al rupturismo de Podemos. Hay quien dice que es una interpretación interesada y quien ve un retroceso de Sánchez en su apertura a la izquierda. Conviene reflexionar brevemente. Más que los ataques de Díaz, lo que pone en un brete la disponibilidad de Sánchez al entendimiento de la izquierda es la sistemática (e inútil) agresividad de Podemos hacia el PSOE. Mantener que no hay diferencias entre el PP y el PSOE y que González, Aznar, Zapatero y Rajoy son iguales a 35 años de corrupción es volver a la más roma visión de "las dos orillas", algo tan elemental y maniqueo que resulta ridículo... y destructivo para el conjunto de la izquierda.
Esa obstinación anti PSOE tan cerrada que favorece a la derecha es algo inherente al corazón comunista que Podemos ha heredado de la absorbida IU. En consecuencia, es también cosa suya cómo cohonestar esa práctica de confrontación con el sempiterno discurso unitario. De la parte del PSOE lo sensato pareciera ser no cerrarse en la negativa de antemano, sino mantenerse abierto a explorar vías de entendimiento para coordinar las acciones, siempre que la otra parte actúe de buena fe.
En cuanto a Cataluña y, por extensión, la cuestión nacional, el retroceso "defensivo" de la candidatura de Sánchez es llamativo. El documento final precisa y aclara el alcance de la "plurinacionalidad" invocada en su día por el candidato. Se trata de naciones "culturales". Una precisión tan inane que, según sus mismos partidarios, no hará necesario tocar el art. 2 de la Constitución. Para remachar, se rehabilita el viejo proyecto federal del que nadie sabe nada; ni quienes lo proponen, porque se sigue con la mentalidad de que aquí no hay nada que negociar, nada que pactar. Aquí basta con imponer. La diferencia es si las imposiciones son más o menos abiertas.
¿Era necesario puntualizar tales trivialidades solo para defenderse de las proclamas patrióticas rojigualdas de la otra candidatura y conseguir no diferenciarse de ella? No, porque aún estamos en primarias y es preciso diferenciarse. Hubiera sido más pertinente reconocer que el concepto de "plurinacionalidad" es muy complejo y obliga a dilucidarlo mediante deliberación pública con intervención de todas las partes interesadas. Y que la forma que tomarían esas deliberaciones y negociaciones de alcance constitucional se decidiría mediante unas elecciones legislativas que podían tener carácter constituyente de hecho como ya lo tuvieron las elecciones de 1977.
Esto es algo más o menos verosímil (lo creo poco verosímil por tardío) pero es algo. La izquierda no puede dejar de ofrecer una solución distinta a la de la derecha respecto al problema más grave del Estado español.