Su primer acto como SG, decía Sánchez durante las primarias, sería pedir la dimisión de Rajoy. Pues ha sido al revés, casi como si se hubiera tratado del mismo Rajoy, el de "no he cumplido mi palabra, pero etc., etc." Primero le permite sacar adelante los presupuestos jugando con la mistificación del voto del diputado canario, que es o no es del PSOE, según interese. En segundo lugar lo llama por teléfono para comunicarle su rechazo a toda consulta ilegal y su respaldo incondicional a la gestión de la cuestión catalana; sí, esa gestión que el 77 por ciento de la población dice que es mala, aunque da algo de miedo pensar qué pueda considerar aquí "mala" mucha gente.
Se supone que se trata de un gesto de estadista, de alguien que, teniendo en cuenta la situación crítica del país, pone el interés de este por encima del de su partido, el suyo y hasta su palabra. Se supone también que obedece a una profunda convicción nacional a la par que un deseo (legítimo) de ampliar su base electoral. Y así, haciendo de tripas corazón, llama al hombre que no lo felicitó la noche de su victoria, el que se negó a darle la mano en cierta memorable ocasión, al que él mismo tachó de indigno en la televisión, aquel cuya dimisión iba a pedir, para significarle su apoyo. No cabe mayor sacrificio en nombre de la Patria. Tendrá su recompensa.
Pero, de momento, tiene su coste. El que se deriva del hecho de tomar partido en un contencioso no con una propuesta propia, sino adhiriéndose incondicionalmente a la de una de la partes, la del PP, que es la de la confrontación. Ni siquiera cuestiona el derecho del gobierno a cerrar una vía de diálogo que, de todos modos, no existía. El PSOE da por bueno lo que haga ese gobierno y se inhibe de las consecuencias. Presume que estas le permitirán en todo caso llevar adelante su propósito de ir a elecciones a medio plazo, tratando de forjar una coalición PSOE, C's, Podemos (la estrategia original de Sánchez) con una propuesta de reforma federal de la Constitución para acomodar el ser de la España plurinacional, recientemente descubierto.
La propuesta federal es vieja cantinela. El PSOE tuvo veinte años para ponerla en práctica. Y no se movió. Bien es verdad que los nacionalistas catalanes no apretaban. Pero sí quisieron ampliar su estatuto con una profunda reforma en 2006 que apadrinó precisamente el socialista Maragall, reforma que los propios socialistas se encargaron de aniquilar (pasándole el cepillo, al decir de Guerra) y el Tribunal Constitucional apuntilló en 2010. Así que el federalismo tiene ya escaso predicamento.
De todas formas, es igual porque lo importante aquí es qué sucederá en ese tiempo en el que el PSOE se inhibe. Hastá dónde llegará la inhibición (y, por tanto, respaldo) en una intensificación de la actuación represiva del Estado. El referéndum no es una petición de una organización terrorista, sino una reclamación de amplia base social en Cataluña y una mayoría absoluta parlamentaria. Reprimirla por la fuerza no resolverá el problema. Lo agravará y lo enquistará.
En el lado español, el giro copernicano de Sánchez, seguramente le resultará beneficioso en cuanto a proyectar la imagen de partido moderado, dinástico. Más difícil lo tiene para atraer el voto que se le fue a Podemos por la izquierda, pero eso dependerá de la actitud del propio Podemos, en donde, según mis noticias, vuelve a hablarse de transversalidad.