Mi artículo de hoy en elMón.cat. Gira en torno a la última declaración de Puigdemont de insistir en una oferta de diálogo y negociación para Rajoy, a ver si se puede pactar un referéndum. Entiendo que es imposible por dos razones: 1ª) porque ni Rajoy, ni el gobierno, ni el PP están hoy para gobernar ni para negociar nada. Bastante tienen todos ellos con el horizonte penal que los aguarda y con sus peripecias procesales; 2ª) por asuntos de inconmovibles principios que siempre invoca esta derecha y, tratándose de los catalanes, con el apoyo entusiasta de la sedicente izquierda. De referéndum, ni hablar, porque España se rige por una Constitución que no lo permite y no hay más que hablar. Es absurdo (aunque hay quien lo hace porque la paciencia está muy arraigada) debatir con esta gente acerca de si una interpretación menos jacobina de la Constitución permitiría hacer el referéndum. En realidad, con lo que llevamos recorrido, resulta más directo, claro y sencillo decir que esta Constitución, arrancada con engaños y presiones militares, ya no sirve al desarrollo normal y democrático de una y sociedad avanzada y debe cambiarse, quizá mediante una reforma "total" (prevista) o un proceso constituyente nuevo.
En el ínterín, el independentismo, a pesar de todo, debe seguir ofreciendo diálogo hasta el final. Y si este gobierno corrupto e inepto se obstina en impedir por la fuerza el referéndum catalán, quizá no le quede otra vía al Parlament que la DUI o declaración unilateral de independencia. Sobre ello, el artículo en versión castellana:
Dialogar hasta el final
El proceso independentista, con todas sus peripecias, alianzas, sondeos y tensiones, protagoniza la vida política de Cataluña y en buena medida en España. En Cataluña por la densidad e intensidad del debate público; en España por la absoluta ausencia de este. En Cataluña el gobierno y la oposición luchan denodadamente a favor o en contra de la hoja de ruta de la Generalitat. Con la diferencia de que, si esta sabe a dónde va y articula las medidas en ese sentido, la oposición, no sabe qué hacer porque depende de las decisiones de Madrid y en Madrid no hay nadie.
A estos efectos, Madrid es hoy un espectáculo, cercano al teatro del absurdo, ahora que El Español repone La cantante calva, de Ionesco. Una ciénaga o charca de corrupción en donde abundan los batracios, muchos de ellos dirigentes y altos cargos del partido del gobierno (a su vez imputado como tal) en connivencia con sus compinches del dinámico sector empresarial. No son los gestores del Estado, sino sus “captores”, sus expoliadores.
La política española se debate en los tribunales y se practica en las cárceles. Aquí no hay programa de gobierno, ni medidas políticas, ni, probablemente, ideología. Solo hay “sálvese quien pueda”.
La oposición, en sus dos grupos mayoritarios, está más entretenida en despedazarse mutuamente que en formular una alternativa viable al gobierno de la derecha. La dejación de funciones es tan patente e irresponsable que el gobierno confía más en el cainismo de la izquierda que en el apoyo de su gente para dejar intacta su abusiva legislación de la Xª legislatura e imponer sus actuales proyectos, cuando se le ocurra alguno.
En estas circunstancias de vacío político, con referencia a Cataluña, Madrid es la torre del “no”. “No es no” al referéndum, firme acuerdo del PP, C’s y el grupo parlamentario del PSOE. Acuerdo firme y único, pues no va más allá del “no”. Acuerdo de frente nacional que no deja resquicio alguno al diálogo.
En estas circunstancias, mientras Junqueras habla del referéndum en Miami, Puigdemont anuncia que hará una nueva oferta de negociación a Rajoy en vistas a pactarlo. Estas iniciativas catalanas (como la de acudir a Madrid a explicar en algún foro público la posición de la Generalitat), son el modo de actuación de Puigdemont, su estilo. Siempre ha dicho estar dispuesto a la negociación hasta el último minuto. Y así va cumpliendo. Lo que sucede es que, hasta ahora, solo ha conseguido dialogar consigo mismo. Es decir, la nueva oferta que se anuncia es el resultado de una falta de negociación de la anterior que, a su vez, tampoco se negoció, etc.
Puede parecer inútil mantener abierta la vía del diálogo y la negociación hasta el final frente a alguien que no los acepta porque parte de la negación de aquello que se trata de negociar. Puede parecerlo, pero no lo es. El independentismo está muy interesado en demostrar que la independencia no es solamente el objetivo que desea sino también la única salida posible en una situación de bloqueo. La diferencia es sutil, pero no trivial. Habrá un referéndum, bajo la forma que sea y, en ese momento, lo que cuenta son los votos, en especial los de aquellos, convencidos ahora de que el Estado no deja más salida que la opción entre la sumisión y la independencia.
Ese es el objetivo de mantener abierta a toda costa la vía del diálogo y la negociación: legitimar el “sí” a la independencia por la vía del bien mayor y el mal menor al tiempo. De ahí también que, además de insistir en la vía de la negociación, Puigdemont intente pactar con Els Comuns la cuestión del referéndum.
Dialogar hasta el final es el deber de todo gobierno prudente. Si, no obstante, el de la Generalitat no consiguiera cumplir el mandato del Parlamento, será este quien habrá de tomar la correspondiente decisión en el orden que juzgue oportuno.