Este pantano de corrupción en que chapotea Esperanza Aguirre desde que saltara la Gürtel no impide reconocer que su dura lucha por hurtar el cuerpo y salir de todos los trances, apareciendo siempre en lugar políticamente visible, tiene cierta grandeza. Recuerda lejanamente a Gloria Swanson en Sunset Boulevard, queriendo mantenerse a toda costa en las candilejas. El Joe Gillis de la película, interpretado por William Holden es aquí Francisco Granados. Falta a Aguirre aquella fortaleza de Max von Mayerling, dispuesto a protegerla. Por eso ahora va de tribulación en tribulación y su acreditado desparpajo ya no le da para mucho. Las recientes revelaciones sobre la financiación ilegal de su partido, la caja B, la fundación Fundescam, la han dejado literalmente planchada. Y cuantos más platós visita dando explicaciones más en evidencia queda.
Ahora reclaman su presencia en el proceso de la Púnica, dentro de la estrategia de Granados. Quiere este gozar de algún tipo de beneficio penitenciario, al igual que su socio Marjaliza que está en libertad por colaborar con la justicia. Él ambiciona lo mismo y para ello quiere valerse de Esperanza Aguirre, su antigua jefa directa y de la que él era mano derecha. Quiere probar la verdad evangélica de que la mano derecha de Aguirre no sabía lo que hacía la izquierda y que la única que lo sabía todo era la propietaria de las dos manos. Ella era, por lo que viene a decir Granados, conocedora y amparadora de las fechorías que injustamente (a su juicio) se le atribuyen.
Ignoro si las pruebas o indicios aducidos son suficientes para pedir la declaración de Aguirre, pero está claro que su estrella se ha apagado. Lo que le queda, todo lo más, es un calvario.