Resulta ya patente que el sentido del golpe de mano en el PSOE y los acontecimientos posteriores no es la posible deriva derechista y/o neoliberal. Es la cierta deriva nacional española del partido. Van unidas, ya se sabe, la derecha y lo nacional. Y ese es el sentido del discurso joseantoniano de Javier Fernández, al que han puesto al frente del gatuperio. Se invoca la unidad y se pone en conexión con España y ya tenemos la unidad de destino en lo universal. Al fin y al cabo, fue un austromarxista quien acuñó esa definición de nación como unidad de destino, algo que mete miedo. Quiere decir que uno está condenado a aguantar a los compañeros de viaje hasta llegar a destino, que no puede uno apearse cuando el destino al que lo encaminan no le gusta. Debe de ser el colectivismo que late siempre en la izquierda,
Tiene chiste que llame a la unidad el que la ha roto, pero es muy frecuente en el discurso público general, decir una cosa y hacer otra. La junta gestora invoca la unidad, pero trabaja intensamente por dividir el partido. La invocación puede ser una advertencia o un conjuro y hasta una amenaza. El amor de la mentalidad autoritaria por la unidad es muy conocido y la habilidad de sus ideólogos para hacerla atractiva, muy refinada. Hay miles de libros explicando la excelencia de la unidad en política, hasta culminar en ese prodigio de inteligencia que fue Mi lucha, recientemente reeditada en Alemania: Ein Volk, ein Reich, ein Führer. Unidad al modo teutónico. Una, grande, libre, al hispánico.
Ese es el camino, desde luego, pero no es necesario recorrerlo entero, al menos de momento. No es esa unidad totalitaria en la que piensan los líderes de la izquierda que la reclaman a sus partidos, Fernández en el PSOE e Iglesias en Podemos. Es una unidad más político-filosófica, no al extremo parmenideano, pero tampoco muy alejada de él. Una unidad de espíritu, que desemboque en una unidad de acción. Se emplean fórmulas edulcoradas como "unidad en la diversidad" pero el hecho filosófico es terco: quien pide unidad no quiere multiplicidad. Luego lo justificará como le dé la gana o sepa, pero el hecho es que la unidad está reñida con la multiplicidad.
Negar la multiplicidad es negar la diversidad, algo imposible. Solo pueden hacerlo las mentalidades autoritarias que sueñan con universalizar la sumisión que le muestran sus seguidores y hacer sumisos también a todos los demás.
La unidad se predica generalmente en torno a quien la invoca. En el caso de Javier Fernández es más por delegación, como un matrimonio por poderes. La unidad que pide es en torno a Susana Díaz y a la concepción que esta trae y ha podido verse en los últimos meses, desde el golpe de mano de octubre pasado.
La petición de unidad de Iglesias en Podemos tiene una fuerte connotación autoritaria, procedente de eso que sus propios partidarios consideran un "hiperliderazgo". El enfrentamiento se ha personificado aunque ambas partes sostienen que no se trata de personalismos sino de propuestas. Y es verdad. Lo que sucede es que se trata de propuestas a corto plazo, inmediato, tácticas, sin referencia a cuestiones estratégicas (la parte de Iglesias) y de otras estratégicas, a largo plazo, sin referencia clara a las tácticas (la parte de Errejón) y, por lo tanto, no tienen modo de entenderse. Recuerda mucho el famoso intercambio entre Eduard Bernstein y Rosa Luxemburg. Decía el primero: el fin no es nada, el movimiento es todo. Respondía la segunda: el fin es todo, el movimiento el medio para conseguirlo. Viejo dilema de la izquierda, reforma o revolución.
En el caso del PSOE, la controversia es entre configurarse como un partido de centro o de izquierda. Y la verdad es que cada vez se ve más claramente una formación de izquierda, compuesta por gentes desgajadas del PSOE y de Podemos. Sería una oferta con un inmenso tirón electoral. La votarían todos los desengañados de la política de las otras izquierdas. Millones.