No acabo de entender la razón por la que se da tanta importancia al caso Soria. La tiene por sí mismo, desde luego, pero eso es lo de menos con este gobierno y, sobre todo, este presidente. Parece exagerado suponer que el fiasco del enchufe pueda comprometer la presidencia o el liderazgo de Rajoy. El conjunto del episodio ha sido uno más de los que han jalonado la infausta Xª legislatura, un sinfín de atropellos, dislates, granujerías y agresiones. No es más desvergonzado el enchufe de Soria que el de Wert o el de Ana Mato o, incluso, el de Ana Pastor en el Congreso. Y jamás se ha tambaleado el dominio del sobresueldos. Si la desmesurada importancia se da por el hecho de que el gobierno haya mentido con singular descaro, no debe olvidarse que la mentira y el embuste han sido rasgos esenciales de la legislatura que, de hecho, nació de una desvergonzada mentira: la del programa electoral de Rajoy.
Rajoy ya ha demostrado que no se arredra ante nada para seguir en el cargo y que no tiene en especial consideración las costumbres y usos democráticos. Si no dimitió cuando el SMS a Bárcenas, ¿por qué habría de hacerlo en cualesquiera otras ocasiones, incluida esta del frustrado chollo de Soria? Todo le da igual. El plan de descargar las culpas en Guindos tropieza con el hecho de que el primero en defender a Soria con los embustes del concurso y la publicación fue Rajoy. El nombramiento es suyo y él lo ha defendido como acostumbra a hacerlo, mintiendo o diciendo incongruencias del tipo "ya tal", "todo es falso" o "ese señor por el que me pregunta". Resulta descorazonador, pero este es el presidente que tenemos.
No solamente no hay amenaza a la continuidad del gobierno por el asunto Soria sino que este sirve para fortalecer y blindar más a aquel. Guindos, que había pedido ir al Parlamento a explicarlo dice ahora que no va, amparado en la actitud de rebeldía del gobierno frente a la cámara, a su vez mantenida por el Tribunal Constitucional que no tiene ninguna prisa por resolver el recurso planteado por los grupos parlamentarios. El gobierno no solo no cae sino que sigue actuando al margen del control parlamentario, confundiendo gobierno en funciones con gobierno de hecho.
En estas circunstancias resulta muy interesante que, según El Plural, el gurú Arriola prometa a Rajoy 150 diputados si se hacen terceras elecciones. Cualquiera diría que se trata de un anuncio pensado para empujar a los partidos de izquierdas a aliarse a cualquier precio. También puede ser una previsión dirigida al consumo interno del PP, para tranquilizar sus descontentos.
Los partidos de izquierdas no necesitan esos impulsos. De ellos mismos sale la convicción de que deben aliarse para poner fin al deterioro galopante de la situación. La idea del desalojo del PP del poder como tarea prioritaria. Garzón ha ido a ver a Sánchez, a pedirle que se postule para un gobierno de izquierda; o sea, que se tire a la piscina. Pero Garzón habla por sí mismo, quizá, por IU y, aun suponiendo que esta petición fuera sincera, es preciso escuchar lo que tenga que decir la otra parte de UP, Podemos, en especial su líder, Iglesias, que sigue animado por el espíritu del verso de Catulo, odi et amo en su relación con el PSOE.
Es lástima que el PSOE no cuente con un Arriola, alguien capaz de prometer a Sánchez más de cien diputados si hay terceras elecciones. Además también de apaciguar descontentos internos, más agudos que en el PP, la previsión le permitiría afrontar la construcción de un gobierno de coalición con mejores perspectivas. Pero, en el fondo, el verdadero problema del PSOE es la aceptación del referéndum. De no admitirse esta posibilidad, el único gobierno que puede darse alternativo al PP es el del PSOE, Podemos y C's, justamente el que se ve menos probable a excepción de la famosa gran coalición. Y, sin embargo, a falta del referéndum, podría servir como solución transitoria. Una vez desalojado el PP del gobierno (que no del Estado, en donde se ha incrustado), podría abrirse un tiempo nuevo, uno en el que la la regeneración democrática dirigida por el gobierno no sonara a burla sangrienta.