Con tal de mantenerse en el poder, el presidente de los sobresueldos es capaz de bailar una sardana en gayumbos. Ya desde el segundo día de su mandato se vio que carecía de dignidad. En el primero viose que no tenía palabra y en el tercero que tampoco tenía luces. A pesar de todo se mantuvo, envuelto en el descrédito, habiéndose descubierto que trincaba pasta de origen dudoso mientras predicaba que la población moderase sus ingresos y enviaba SMSs de apoyo a sus amigos delincuentes. Su fuerza fue su mayoría absoluta en el Parlamento. Con sus 186 jabalíes podía gobernar con mayoría aplastante, permitiéndose ignorar a la Cámara e incomparecer siempre que no le apetecía ir, que era siempre.
De este modo, sin dignidad, sin vergüenza, sin luces, nada extraño es que tampoco hiciera amigos. Y así pasó esa X Legislatura, en medio del bochorno general de ver un país gobernado por un tipo de catadura intelectual y moral detestables que, además, no sabía, ni quería, ni se atrevía a hablar en público.
El personaje hace ahora caso omiso del generalizado rechazo que provoca en la población, cosa que se muestra a cada tortazo que le atizan cuando se empeña en pasear en civil por unas ciudades a las que ha saqueado y esquilmado. Y, al forzar su candidatura, demuestra que ni para político vale porque no vale aquel que entre 213 colegas de oficio es incapaz de encontrar uno solo que lo apoye.
Por estos motivos, soslayando los innúmeros problemas y objeciones a que se presente de nuevo a unas elecciones uno que solo puede perderlas, el Sobresueldos ha dado orden a su fiel guardia pretoriana de que ofrezca en almoneda todo lo que pueda servir para allegarle voluntades. Y todo es todo: está dispuesto a sacrificar a sus colaboradores, a modificar y anular todas las leyes de las que tan orgulloso decía estar, a reformar una Constitución que ayer mismo reputaba intocable, a revisar su famosa reforma laboral, a dar a la oposición la presidencia del Congreso y hasta a hacer vicepresidente del gobierno a Rivera en lugar de la Ratita Hacendosa.
Todo, con tal de no eliminar el verdadero obstáculo a cualquier tipo de acuerdo o salida para esta situación de bloqueo que raya en una farsa de la comedia del arte: él mismo.