dissabte, 30 de juliol del 2016

El Estado contra Cataluña

La ratita hacendosa que vicedesgobierna en funciones este infeliz territorio, muy seria y digna, anuncia su intención de empapelar a la presidenta del Parlament de Cataluña. Solicita el correspondiente informe de “afinación” a la Fiscalía para cuando esta haya terminado de “afinarle” los presuntos al frustrado embajador del Opus-sección española en el Vaticano.

Por mucho que la Fiscalía “afine”, es imposible que esta colección de romos funcionarios franquistas entienda una pizca de política democrática, actividad que le produce vértigo. Este puñado de ineptos con ínfulas de Conde-Duque de Olivares, abogados del Estado que creen que este no es más que una cadena jerárquica en la que el mando da las órdenes y los demás cumplen con servil premura, solo puede gobernar mediante rodillo parlamentario y decreto ley, por imposición y tentetieso, que es lo que han mamado en sus casas. En cuanto el panorama se complica, los senderos se bifurcan y el personal muestra sus diferencias, ya no saben qué hacer y recurren a lo único que se les ocurre en su raquítico repertorio: la policía, los tribunales, la cárcel. Como Franco, Franco, Franco, que es lo único que entienden.

La ratita hacendosa y su jefe, el registrador de la propiedad, confunden el Estado con su partido, igual que el movimiento nacional era el Estado y la carrera en el uno era la carrera en el otro: se era jefe de centuria, presidente de la Diputación, gobernador civil, jefe provincial del Movimiento, secretario de Estado, ministro, siempre por orden del Caudillo, se obedecían sus órdenes y ahí acababa la política.

Estos fantoches del más rancio fascismo español en línea biológica o doctrinal son esencialmente incapaces de entender el alto valor simbólico de una magistratura al frente de una cámara representativa de origen democrático. Para ellos, el Parlamento, cualquier parlamento, es como las Cortes de Franco: una cámara de aplausos y su presidente o presidenta cualquier inútil en premio a los servicios prestados inclinando la cerviz. Nada más ilustrativo y claro que comparar a las dos presidentas, Carme Forcadell, mujer forjada en las luchas de la sociedad civil por la independencia a la altura del cargo que ostenta y Ana Pastor, una gris funcionaria al servicio del mando, que hace lo que le ordenan, escurre el bulto cuando toca dar la cara y rebaja el cargo a la altura de una subalterna.

La segunda generación de franquistas, hoy al mando, incapaz de entender la política democrática como sistema de institucionalización civilizada de conflictos, pretende resolver estos por la vía penal porque, creyendo que los demás son como ellos, se arredrarán cuando vean aparecer a los alguaciles. Abren así en su incompetencia e ignorancia definitivamente el último tramo que conducirá a Cataluña a la independencia. Un fracaso más de España como nación solo atribuible, como todos los anteriores, al carácter oligárquico, caciquil y profundamente estúpido de sus clases dominantes. 

Y, sin embargo, no es difícil verlo. El relato de la independencia de Cataluña es un crescendo dialéctico que, por limitarnos a los últimos años, muestra el siguiente cambio de cantidad en calidad: 

Tesis: Desprecio al Parlament al "cepillarse" el proyecto de Estatuto de 2006.
Antítesis: Desprecio a la voluntad popular en referéndum mediante sentencia del Tribunal Constitucional.
Síntesis: Consulta del 9N y elecciones referendarias de 27S con mayoría independentista.

Y, ahora, segundo ciclo:

Tesis 2: Nuevo desprecio (y ataque) al Parlament en la persona de su presidenta.

Los demás pasos vendrán a continuación. Estos funcionarios franquistas ignoran que detrás de Carme Forcadell hay 72 diputados y, detrás de los 72 diputados, millones de ciudadanos. Más incluso de los que los votaron porque, ante un ataque tan obvio a la par que imbécil a una magistratura popular y nacional, muchos electores de otras fuerzas juntarán las suyas con la parte agredida.

Es decir, como siempre, el recurso a la represión es el que enciende la llama de la rebelión.