dissabte, 21 de maig del 2016

Las razones del independentismo

Roger Buch (2015) 100 motius per ser independentista. Barcelona: Cossetània edicions. (191 págs)
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Un curioso libro del politólogo Roger Buch, especializado en temas de voluntariado y trabajo social, pero también implicado directamente en la actividad política independentista. La obra responde  a su título, esto es, las 100 razones que Buch esgrime para pedir la independencia de Cataluña. El número redondo, obviamente, quiere decir que el autor ha funcionado con ellas como Procusto con sus huéspedes: si hubiera encontrado más las hubiera recortado y si menos, hubiera añadido alguna, como Procusto añadía algunos centímetros a la estatura de sus víctimas. En consecuencia, el texto, escrito con gracia y con sentido del humor salvo algunas ocasiones en que el autor se deja llevar por cierta indignación, se lee fácilmente y como una especie de diccionario, glosario o vademécum. Y, dado que la razones del independentismo no parecen estar agrupadas por ningún criterio salvo el que la pluma de Buch haya ido encontrando, el lector puede recorrerlas saltando de una otra, de delante hacia atrás o de atrás hacia delante, según esté de humor o le atraigan los títulos. No es menuda esta libertad y se agradece que, por una vez, no esté uno obligado a seguir más o menos al pie de la letra el curso del relato que señala el índice. Y eso mismo haré yo en el comentario, escoger algunas razones que me parecen más interesantes por diversos motivos y comentarlas. Fuera desmesura hacerlo con todas, así que bastantes habrán de quedarse sin exponer.

Creo tener, por lo demás, cierta complicidad con el autor de forma que le ofrezco una sugerencia para una tercera edición ya que el libro va por la segunda: elevar el número de razones a 101. La añadida tiene un peso nada desdeñable puesto que es el ejercicio de un derecho, el de autodeterminación, con la advertencia de que los derechos, como los músculos, si no se ejercitan, se atrofian.

Voy a ir entresacando algunas de las razones que me parecen más relevantes, con una pequeña glosa personal:  

El Estado de las autonomías es inviable (p. 91). Coincido, aunque no por las razones que Buch expone que, en lo esencial, residen en decir que la fórmula del "café para todos" desvirtúa el tinglado. No; el Estado de las autonomías es inviable porque está mal concebido financieramente, reparte las cargas de forma injusta, drena recursos en partes productivas y los invierte en partes improductivas, sin duda con los mejores y más equitativos criterios pero sin justificación de orden general. Es inviable porque contiene dos autonomías privilegiadas, País Vasco y Navarra,con un régimen que, de extenderse a las demás, impediría el funcionamiento del todo en el que otras cuatro son excedentarias y financian a las otras once. Y eso no es sostenible sin una revisión muy a fondo que en ese mismo fondo, nadie se atreve a hacer. Ni siquiera a mencionarlo.

Cataluña es una nación (p. 92). Es tan obvio que no me detendría en la observación de no ser porque Buch aprovecha para refutar el famoso argumento contrario mediante la reducción al absurdo por abajo ("¿si Tortosa quisiera decidir..?") y lo hace con tino. Añada también la idea de que igualmente cabe refutar el argumento de reducción al absurdo por arriba: "Si Europa quisiera autodeterminarse..., etc).

El Estado español jamás ha asumido el catalán como lengua propia (P. 80). Ni el gallego, euskera, ni nada; ni sus culturas, instituciones o derechos. El Estado español ha sido siempre Castilla y así sigue siéndolo hasta el punto de que el actual presidente del gobierno, el Sr. Rajoy de los sobresueldos, siendo gallego, no habla la lengua de su país. Hay quien dice que tampoco el castellano, pero ese es otro problema.

Para pagar los peajes en su justa medida (p. 95). Hábil planteamiento, sin duda, para no molestar a nadie, pero lo cierto es que la diferencia de trato en las autopistas en el Estado es muy irritante. Lo que sucede es que este es uno de los efectos de que el Estado autonómico no funcione.

Para acabar con el franquismo de una vez (p. 97). Loable propósito y muy puesto en razón y viable. Cuarenta años después de su muerte, Franco, como Drácula, vive. A su modo, pero vive. Vive en los franquistas que son millones en España (probablemente casi todos los votantes del PP), pero no en Cataluña, en donde el PP es un partido casi testimonial aunque, para desconsuelo de Buch, conviene no perder de vista a la gente de Ciudadanos a donde ha ido a parar el franquismo reciclado y que tiene un porcentaje apreciable del voto en Cataluña. No obstante, es claro, los españoles no conseguirán suprimir el franquismo por sus solas fuerzas. La transición pareció haber sido su muerte. Incluso podría decirse que había un pacto de silencio por el que el franquismo no reaparecería y ahí está de nuevo en el gobierno del PP desde 2011 en estado químicamente puro: nacionalcatólicos, corruptos, opusdeístas, reaccionarios, caciques, oligarcas y simples estúpidos de prosapia. Una colección que en estos días ha dado uno de sus más típicos frutos en la prohibición de la estelada por decisión de la delegada del gobierno en Madrid, la falangista Dancausa, y una semana después de que ese mismo gobierno de misa y olla envíe a otra franquista, Cristina Ysasi Ysasmendi Pemán, a explicar una Constitución en la que no creen a Europa para contrarrestar, dicen, el relato de la Generalitat.

Porque la democracia prevalece sobre la ley (p. 101). Asunto de calado teórico, sucintamente expuesto y dialécticamente inteligible para que lo entiendan hasta los franquistas: sin ley -como ellos dicen siempre- no hay democracia; pero sin democracia, tampoco hay ley. Eso ya lo entienden menos porque se les exige el esfuerzo de comprender que todo lo que ellos y sus padres llamaron "ley" durante los cuarenta años del franquismo no era tal sino pura tiranía y arbitrariedad.

Porque el Estado vació el estatuto votado por los catalanes (p. 78). Y en sucesivas vegades: primero lo cepilló en el Congreso según desgraciada expresión de Alfonso Guerra, que maldita la gracia que tenía, y luego mediante la inenarrable sentencia 31/2010 del Tribunal Constitucional en la que este, actuando manifiestamente ultra vires se arroga competencia para decidir si los catalanes son o no una nación. No entiendo por qué no siguió decidiendo si, además, son o no buenas personas. Tan absurdo lo uno como lo otro.

Para terminar de una vez el corredor mediterráneo (p. 70). Sí porque es dudoso que ningún gobierno español lo haga, ya que tiene otras prioridades como llevar el AVE de Burgos a Palencia, igual que los socialistas inauguraron ese ferrocarril en su día en el trayecto Madrid-Sevilla por no otra razón, supongo que porque el presidente del gobierno de entonces era sevillano, cosa que incide mucho sobre la productividad del país.

Para tener un sistema educativo del siglo XXI (p. 109). Es típico deseo de fastidiar de los catalanes. Ahora que el ministro Wert, bajo orientación de la conferencia episcopal lo había retrotraido al siglo XIX, como mandan los cánones, se empeñan en dar un salto típicamente satánico de dos siglos. Ya veréis cómo los castiga Dios.

Porque no hay tercera vía ni se la espera (p. 112). Gente de poca fe estos catalanes. Por eso les haría bien ajustarse al sistema educativo del ministro Wert; así la recuperarían. Porque hace falta mucha fe para creer que las fórmulas federales que cocina el PSOE, entre otros, vayan a tener alguna efectividad.

Porque es un movimiento pacífico (p. 122) Ciertamente. Los catalanes son de una flema británica. Claro que si uno recuerda -como señala el propio Buch unas páginas antes- que han perdido tres guerras (la dels segadors, la de Sucesión y la civil española), está claro que la vía beligerante no es productiva. Sin duda es la que el Estado prefiere porque, entre otras cosas, estas guerras contra su propia población son las únicas que el ejército español gana. Por eso, la paz es la vía.

Porque es un movimiento que va de abajo arriba (p. 63). Sí, es así, doy fe. De abajo arriba, cívico, transversal. El 15M no tenía nada que enseñar a los catalanes. Sí, en cambio, a los españoles. Pero no parece que estos lo hayan aprendido, aunque están dispuestos a instrumentalizarlo.

Porque no se trata de un problema étnico (p. 57). Los sucesores ideológicos y biológicos de Franco suelen acusar a los indepes catalanes de nazis. Dado que los nazis fueron quienes pusieron a Franco en el poder, los franquistas debieran saber un poco más de lo que hablan, pero no lo parece. Y no es un problema de inteligencia o memoria sino de simple sentido del ridículo. A un país plagado de recuerdos a los nazis de la legión Condor, que envió aviones nazis a bombardear Gernika se le supone competencia para emplear el término nazi con conocimiento de causa, ¡pero no como insulto! Y si no es cómo insulto, a nadie se le alcanza qué tienen que ver los catalanistas con los nazis.

Para tener pensiones dignas (p. 126) Esto no interesa decirlo muy alto, no vaya a ser que se dé un fenómeno de refugiados españoles de la tercera edad en la muga catalana.

Porque hace 300 años que están ocupados (p. 132) El señor de los hilillos y los sobresueldos cree que este modo de hablar es inadmisible ya que España, dice con harta y machacona reiteración, "es una gran nación", pero ninguna nación que ocupe a otra en contra de su voluntad puede ser grande; ni siquiera nación. Puede ser imperio o resto de imperio, o andrajo de imperio, pero no nación en el sentido de una convicción subjetiva favorable de todos los nacidos en su territorio.

Para fundar una República y echar a los Borbones (p. 56). ¿En dónde hay que firmar? La dinastía borbónica ha sido restaurada en España tres veces, aunque los historiadores dinásticos solo consideren dos, ya que se niegan a ver la vuelta de Fernando VII El Deseado como una primera restauración. Pero lo fue y muy clara pues tanto Carlos IV como su hijo Fernando habían entregado la corona de España a Napoleón, como dos buenos felones. Y, si se me apura, acabaría llamando también restauración a la reposición en el trono absoluto del felón Fernando VII por el Duque de Angulema, al frente de los 100.000 hijos de San Luis. No lo hago por no herir más susceptibilidades pero, si lo hiciera, los Borbones habrían tenido cuatro restauraciones.

Para que la lengua de los juicios la decidan los ciudadanos y no los jueces (p. 50). Es uno de los signos coloniales más evidentes, que ataca un derecho fundamental de cualquier ciudadano en cualquier país del mundo: el derecho a un juicio justo que solo puede estar garantizado por el juez natural del justiciable y la "naturalidad" del juez comienza con la lengua.

Para no aguantar la "Marcha Real" (p. 147) Una de las razones más poderosas que probablemente convertiría en independentistas catalanes a millones de españoles por razones obvias.

Para librarnos de los insultos de la caverna mediática (p. 45). Lo veo dudoso. La caverna seguirá insultando porque es su forma natural de expresarse, pero lo que ya no podrá hacer será amenazar, que parece cosa más interesante.

Para que el catalán sea lengua oficial en Europa (37). Con ello, los traductores e intérpretes catalanes en la Unión tendrán ventaja onsiderable sobre los españoles porque podrán presentarse a oposiciones de dos lenguas.

Para decidir si quieren tener un ejército o no (p. 152). La decisión será interesante porque no creo que los Estados Unidos dejen pasar la oportunidad de abastecer a las fuerzas armads de un nuevo país europeo. Muy fuerte habrá de ser el pacifismo de los catalanes.

Para gestionar mejor las infraestructuras (p. 179). Al menos con un criterio de rentabilidad y productividad distinto a los que han presidido la construcción de los aeropuertos de Castellón y Ciudad Real, las autopistas radiales de Madrid, la ciudad de la Justicia también en Madrid, la Fórmula 1 y otras edificaciones cesaristas en Valencia y resto de los disparates españoles producidos a medias por la corrupción y la vanidad.

Para apoyar sus entidades con el 0,7% del IRPF (p. 35). Es un cálculo hábil el que hace Buch, porque no se concentra en el momento de la recaudación del 0,7% en la declaración de la renta sino en el del reparto de lo recaudado, que perjudica claramente a Cataluña.

Faltan 77 razones más. El lector sabrá sacar punta a muchas de ellas. El libro es una mina.

Innecesario añadir que muchas, muchísimas de estas razones las suscribirían muchos, muchísimos españoles. Lo que pasa es que es harto difícil que los españoles puedan independizarse de España. Y ahí está parte del drama.