diumenge, 21 de febrer del 2016

¿Quién decide qué?

Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat sobre "el futuro del futuro". Versa sobre la cuestión crucial en la política española del referéndum catalán. No voy a argumentar mi posición al respecto otra vez, pues es conocida y tampoco refutaré los contraargumentos de los nacionalistas españoles para impedir que el referéndum se celebre, ya que es de lo que trata el artículo. En este pequeño prefacio me limitaré a exponer un razonamiento que no suele esgrimirse. Veamos:

- es obvio que la cerrada negativa de los dos partidos dinásticos a permitir el referéndum catalán es el principal elemento de bloqueo de la política española, el que consume más tiempo y recursos;

- en España siempre se dice que hemos de adptarnos a los usos de las modernas democracias de masas, seguir su ejemplo;

- dos de estas (el Canada y Gran Bretaña) han resuelto satisfactoriamente ese mismo problema de un referéndum de autodeterminación en partes de su territorio y ahora hacen pleno uso de sus recursos para aplicarlos a otros menesteres;

- en España eso es imposible; llevamos años y años embarrancados en este asunto hasta que se nos obligue a resolverlo pacíficamente desde fuera. Entre tanto, ¿quién va a pagar por todo el tiempo y todos los recursos que hemos despilfarrado tratando de frenar la emancipación de un pueblo?

Esta es la versión española:


El futuro del futuro

Dice Mariano Rajoy, el gran representante del pasado, del reciente y del remoto, que el futuro de España no puede decidirlo solo “un grupo de españoles”. Como siempre, una sinsorgada que necesitaría del recién fallecido Umberto Eco para entender su significado, si alguno tiene. ¡Con lo fácil que es decir: los catalanes no pueden hacer un referéndum porque a mí no me da la gana! Pero eso es demasiado peligroso por ser verdad y la política española, sabido es, está construida sobre la mentira, la tergiversación y el equívoco.

Solo cuando se jubilan osan los políticos españoles decir la verdad. Así, Felipe González afirma que la cuestión catalana no puede dilucidarse votando y que ni con un 1.200% a favor del sí serviría el referéndum porque esas cosas del futuro “de todos” no se votan. Es brutal, pero, al menos es claro y el expresidente se habrá quedado tranquilo: los catalanes no pueden hacer un referéndum porque a él tampoco le da la gana. Dicen lo mismo el uno y el otro, pero el segundo es más claro. Y más contundente. Se nota que está jubilado y no tiene que andar disimulando para conseguir votos.

Que el futuro de los españoles no pueda decidirlo solo un grupo de ellos, a primera vista, parece razonable, pero insignificante. No se trata del futuro de los españoles, sino del de los catalanes y quieren decidirlo ellos, los catalanes, todos; no un grupo. ¿En dónde está el problema?

A lo mejor en el término “grupo”, que suele tener mala prensa. ¿En dónde lo ha dicho el acting president? En un acto electoral (Rajoy siempre está en campaña electoral; siempre miente) en el País Vasco. Sí, como él desea, hay elecciones nuevas en España, él quiere ser el candidato. Al margen de si esta decisión es racional o no para su partido (ellos sabrán en quién depositan su confianza) la cuestión es: ¿y qué espera sacar en las elecciones? Los votos necesarios para tener un grupo parlamentario con el que tomar decisiones que afectan a todos. O sea, en efecto, un grupo de españoles (los electores de este Demóstenes) va a decidir el futuro de todos. ¿Por qué este grupo sí y otro posible, no? Obviamente, porque este grupo es el suyo. O sea, como decíamos antes, el futuro lo decide el grupo que le da la gana a Rajoy. Igual que el grupo que le da la gana a Felipe González y se compone de una sola persona: él mismo.

Se dirá que esto es falso, porque el grupo de que trate (aproximadamente un 20-25% del electorado, votantes del PP, o sea un 15-18%, más o menos, de la población del Estado) está distribuido por toda España, es representativo y está autorizado a tomar decisiones por todos. Lo que no se puede tolerar es que las tome un grupo solo, por muy numeroso que sea, incluso aunque resulte ser una mayoría tan abrumadora como el 1.200%, porque esté concentrado en un territorio. Es decir, el problema no es que sea un grupo, sino que resida en el mismo sitio en donde, por cierto, los representantes del otro grupo, el distribuido por toda España, son inexistentes. El grupo de Rajoy tiene derecho a decidir el futuro de todos, incluidos aquellos que viven en lugares en donde el grupo de Rajoy es irrelevante.

A lo mejor el problema está en el término “españoles”. El futuro de estos, según Rajoy, no puede decidirlo solo un grupo. Interesante información que los catalanes verán sin duda con simpatía, pero sin sentirse afectados, ya que ellos no quieren decidir el futuro de los españoles sino el de los catalanes. Y aquí ya estamos en ese terreno resbaladizo de los sentimientos en donde un señor que no reconoce la existencia de los catalanes da por supuesto que él y su grupo deciden el futuro de quienes no se sienten españoles por no otra razón que porque son un grupo mayor y no les da la gana de ceder en su derecho a decidir por los demás, incluso en contra de su voluntad y mucho menos de reconocer a esos demás el derecho que ellos se arrogan por la fuerza.

A eso, como a la machada de que ni con el 120% lo llaman “democracia”. Buena lección de Realpolitik.

Descendamos a la realidad cotidiana. Al margen de las vaciedades de Rajoy, es obvio que el futuro de Cataluña habrán de decidirlo los catalanes en un referéndum. En términos prácticos, ya sabemos que ese referéndum no saldrá de la voluntad de la derecha ni de una parte de la izquierda española. ¿Cabe esperarlo de la otra?

Tiene sentido esperar a ver el resultado de las negociaciones para formar gobierno en España en la medida en que la cuestión del referéndum es medular en ellas. La actitud de entrada del PSOE es que referéndum, no. Pero también con relación al referéndum de 1986 sobre la OTAN la actitud de entrada fue que no y la de salida que sí. La prudencia manda esperar a ver el resultado de lo que se negocia y en qué términos, sobre todo porque no hay alternativa.

La excesiva confianza lleva al amargo desengaño, pero la excesiva desconfianza lleva a la parálisis. ¿Qué cabe esperar del llamado “gobierno de progreso” español si llega a constituirse? Lo más sensato es pararse a ver y no poner palos en las ruedas como dice Puigdemont que hace el gobierno español con la Generalitat. Tanto Homs, de DiL, como Anna Gabriel de las CUP, han manifestado su interés y buena disposición en el improbable (pero no imposible) caso de que del gobierno de España llegara una oferta de referéndum que fuera aceptable.

Actuar a la razonable expectativa no es ingenuidad, sino deseo de facilitar las cosas en lugar de dar pretextos a los adversarios. Sobre todo porque la hoja de ruta, que es el escudo más consistente del proceso independentista y la garantía de su futuro sigue su curso. Es decir, porque el futuro tiene futuro.