Al aceptar el encargo de formar gobierno, Sánchez ha desbaratado la táctica del sobresueldos de bloquear la situación hasta que la investidura le cayera como fruta madura. El designado se puso a trabajar de inmediato y las primeras reacciones ya permiten atisbar qué sucederá finalmente con este hipotético gobierno de la izquierda:
Del PP solo cabe esperar un "no" cerrado a Sánchez pues su interés es que haya elecciones nuevas. De los independentistas catalanes otro "no" cerrado en virtud de otra estrategia, consiste en que no haya gobierno en España para que el suyo en Cataluña tenga las manos más libres, estrategia qu veremos en el post siguiente. En IU, encantados con la idea, se sacan la espina de los desprecios de Podemos. Coalición Canaria también se apunta y el PNV ve con buenos ojos un posible acuerdo para apoyar a Sánchez. Hasta los de C's, asustados por unas elecciones nuevas, dan a entender que negociarían una posible abstención.
La reacción más virulenta viene de Podemos y no solo por el rebote de Iglesias, cuyo narcisismo soporta mal que no lo llamen a él y que no sea la "centralidad política", sino porque están atrapados en sus propios problemas, que tratan de presentar como problemas ajenos. Ayer salieron todos en todas las televisiones y radios que controlan afirmando que Sánchez solo tiene tres posibilidades: a) un gobierno de Gran Coalición con el PP; b) un gobierno de progreso con Podemos e IU (y, por supuesto, bajo las condiciones leoninas impuestas por ellos); c) nuevas elecciones. De C's no quieren ni oír hablar.
Enfrentar a tu interlocutor con una dilema (o trilema), si cuela, es una vieja estratagema de toda polémica o combate para llevar al otro a tu territorio. Tan vieja que ya no funciona para lo que se pretende, que es otra cosa.
No es Sánchez ni el PSOE quienes están ante un dilema (o trilema) sino Podemos, entre: a) seguir en la política del sorpasso y tratar de aniquilar al PSOE, como le pide su referente anguitiano y su alma neocomunista, lo cual conduciría a nuevas elecciones; y b) gobierno de coalición en unas condiciones no impuestas por el diktat de Iglesias, sino surgidas de un acuerdo con un PSOE dirigiendo. Hace un par de semanas, la opción a) llevaba las de ganar porque pensaban los morados que unas nuevas elecciones los pondrían, por fin, en la cabeza hegemónica gramsciano-laclauana. Pero, desde que se ha decubierto el pastel de la fragmentación interna de la organización, eso ya no está tan claro y mucho menos si, finalmente , tienen que ir a unas elecciones con el sambenito de haber sido ellos quienes las han provocado. Eso será el fin de la partida.
Porque no es el PSOE el que tiene que elegir. Es Podemos.
Porque no es el PSOE el que tiene que elegir. Es Podemos.