Impresionante el barullo organizado ayer a cuenta del bebé de Carolina Bescansa en el Congreso. Este es un país de cotillas y palurdos en el que algo tan natural provoca escándalo, comentarios jocosos, salidas de tono y consume tiempo en los medios audiovisuales y prensa impresa cuando no tenía que haber sido noticia en absoluto. Tan es así que decidí ajustarme a mi propio juicio y no hablar de ello.
Pero luego me vino otra idea: yo llevo haciendo lo mismo que Bescansa con mis dos hijos desde que eran bebés (hoy tienen 8 y 10 años), esto es, los he llevado siempre a todas partes. A donde ellos no puedan ir, tampoco voy yo. Tenía que mostrar mi solidaridad con Bescansa.
No debe haber lugares exentos de niños.
Y algo más. Leí comentarios repulsivos. Fue el inevitable Hernando, creo, quien se permitió observar que el Parlamento tiene una guardería, como si Bescansa lo ignorara. Es el insoportable autoritarismo de esta derecha antediluviana. Bescansa hace uso de su derecho a no usar la guardería cuando puede y cuidar personalmente de su hijo. ¿O la guardería es obligatoria?
Y una segunda cuestión. Me parece de perlas que el Parlamento tenga una guardería que, claro, pagamos todos los contribuyentes. Espero que sus señorías se comprometan a que las haya también en todas las demás instituciones a donde las ciudadanas y ciudadanos que están criando puedan llevar a sus bebés. Si quieren. Y, si no quieren, que ningún listo venga a enmendarles la plana.
Aplausos a Bescansa. En general, aplausos a todos los que ayer rompieron los ridículos, estirados y falsos moldes de ese lugar que debiera ser templo de la libertad y lo es del comportamiento más falso, hipócrita y filisteo. A ver cuánto dura.