La Constitución es un texto sacrosanto que ha dado a España no sé cuántos años de dicha, ventura y prosperidad; que fue fruto de la presciencia de los patricios de la transición; merece nuestro respetuoso acatamiento y solo puede reformarse con un consenso igual al del momento constituyente, sin que hasta hace una semana se haya oteado en el horizonte necesidad alguna de tocarla.
Hoy, 48 horas después de las elecciones, el presidente de los sobresueldos ofrece a Sánchez la reforma de la Constitución a cambio de mantener la poltrona monclovita, como el que ofrece unos retales a precio de saldo. Además de un presunto corrupto y un incompetente, el buen hombre es un chalán de feria, dispuesto a hacer lo que sea con tal de mantener el momio. Es imposible encontrar un ejemplo similar de indignidad y bajeza. La Constitución, el arca de la alianza del pueblo soberano, a cambio de un plato de votos.
Sánchez no puede apoyar la investidura de Rajoy. Ningún demócrata puede hacerlo, y mucho menos el que lo ha llamado indecente, cosa que este indecente se tragará, igual que pone la Constitución en almoneda para seguir en el poder contra toda razón y sentido común. A estas alturas debiera haber dimitido. En realidad debió dimitir al comienzo de la legislatura, al mentir al país entero sobre su programa.
Tampoco puede Sánchez aceptar la sugerencia del camarada Rivera, consistente en permitir un gobierno de Rajoy con la abstención del PSOE, y de C's, es de suponer. Es también imposible, por más que la propuesta se ampare en esas preocupaciones por la gobernanza del reino que no quieren decir nada. El PSOE hizo campaña electoral prometiendo derogar la legislación más reaccionaria, clasista, agresiva y estúpida del PP, la reforma laboral, la LOMCE, la Ley Mordaza, etc. Algunas de estas normas son tan desatinadas y autocráticas que es la oposición en su conjunto la que coincide en la necesidad de derogarla. En realidad, la legislación más injusta del PP se puso en marcha por decreto-ley y tiene poco que ver con la democracia. El del sobresueldos ha sido un sistema de dictablanda entreverada de corrupción. Con todo es impensable una legislatura en la que el gobierno en minoría solo puede derogar todo lo que hizo él mismo antes cuando estaba en mayoría.
Por esa misma razón, el PSOE tampoco puede abstenerse y dejar gobernar al PP en minoría con otro candidato que no sea Rajoy porque nadie puede gobernar contra sí mismo.
Todo el mundo se da cuenta, incluso el pájaro de los sobresueldos, de que, si el PP quiere tener algún peso, habrá de cambiar de candidato. Por eso ha reaparecido el encizañador mayor del reino, Aznar, a propiciar una salida de Rajoy del escenario, a ver si es posible salvar algo de la presunta banda de malhechores antes de que cunda el sálvese quien pueda. Rajoy no solamente no puede formar gobierno sino que todo lo que tarde en hacer las maletas y volverse a Pontevedra, llevándose a su padre, el dependiente cuyos cuidados costeamos todos los españoles, será empeorar la ya muy mala posición del gobierno y el PP.
A fuerza de infamias, estupideces, corrupciones y mendacidades, Rajoy ha hecho imposible un gobierno de la derecha y el relevo de Rivera, el chico de moda de los mercados y los platós televisivos, no ha llegado a tiempo. Si el PSOE hace el mínimo gesto por prolongar el mandato de Rajoy y el PP, lo más probable es que acabe desapareciendo.
Considérese la posibilidad de una coalición de izquierda, cosa que, paradójicamente, solo será posible si los diputados independentistas catalanes de CDC y ERC la apoyan. Está claro que lo menos que estos pedirían a cambio sería un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Sin embargo, no será necesario llegar a ese extremo porque ya Podemos que, junto a Unión Popular-IU, formaría parte necesaria de ese gobierno lo exige, sabiendo que Sánchez se quemaría a lo bonzo antes de aceptar el derecho de autodeterminación de los catalanes.
Incidentalmente, tengo para mí que Podemos (quien rechazaba ese referéndum en las elecciones catalanas de 27 de septiembre, razón por la cual las perdió) defiende la autodeterminación de los catalanes para quedar bien con ellos, sabiendo que ningún gobierno español la aceptará. Pero nada más. Más que una exigencia realista es un brindis al sol para hacer amigos.
Dada la composición del Congreso de los Diputados, todo apunta a que no habrá posibilidad de constituir gobierno y será preciso convocar nuevas elecciones, lo que parece, en cambio, que van a evitar los catalanes, ya al borde de un acuerdo para tener gobierno en la Generalitat. En algunos grupos políticos, sin embargo, se piensa que unas nuevas elecciones los beneficiarían. Los de Podemos, por ejemplo, creen haber quedado por debajo de sus expectativas y aspiran a morder más votos al PSOE y, por tanto, ganarle las elecciones. Es el viejo sueño anguitista del sorpasso de la Socialdemocracia. No lo consiguió en su tiempo pero ahora lo confía a la combatividad de sus hijos espirituales, sus discípulos ideológicos, los que surgieron en IU pero luego abandonaron la casa del Padre. Lo más probable es que esto no suceda precisamente porque Anguita ya ha comenzado a impartir sus sabias consignas: unión de Podemos y Unidad Popular-IU, como si pudieran equipararse y no fueran una suma absurda que cristalizará de nuevo en una izquierda testimonial de escasa fuerza parlamentaria y poca utilidad. El problema de esta izquierda es la escasísima razón de ser del comunismo que se aloja en su seno, sin que nadie sepa exactamente cuáles sean sus propuestas hoy día. El comunismo ya no es una teoría, ni una ideología. Vuelve a ser una utopía lo que no es malo en sí, pero como programa electoral deja que desear.
Mientras en el Estado se debate acaloradamente sobre la geometría variable de coaliciones fantásticas, abstenciones resignadas y apoyos parlamentarios insólitos, el gobierno de la Generalitat, siguiendo su hoja de ruta bien puede hacer una Declaración Unilateral de Independencia (DUI) en los próximos tiempos. Confrontado el Estado con un acto de esta naturaleza mientras el Rey anda de consultas para proponer un nombre de presidente al Parlamento (supongo que Iglesias lo habrá llamado ya para ofrecerse), lo más probable es que el Congreso se reúna en un pleno solemne y extraordinario para tomar conocimiento de la Declaración catalana y contraponerle otra Declaración Española de Dependencia. Lo que no se me alcanza es cómo conseguirán los españoles impedir la actualización de la Declaración catalana sin un gobierno y con el que hay en funciones.
Se avecinan tiempos interesantes. Esta situación, casi como de impending doom, que otros vivirán como impending boom, en la que todas las posibilidades están abiertas, queda retratada en un rapidísimo intercambio en una rueda de prensa de Römeva. Le pregunta un periodista si, una vez constituido el gobierno de la Generalitat, tomará en consideración una propuesta de referéndum y Römeva responde de inmediato: "¿hay una propuesta de referéndum?" Pues eso.