dilluns, 24 de novembre del 2014

El nacionalismo español vergonzante


Ricardo Fernández Aguilá (2014) Un Fernández entre banderas. Cuando ser catalán y español es una apuesta posible. Barcelona: Península. (182 págs.).
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Es casi una ley social. En todo conflicto polarizado hay mayorías que huyen de los extremos y se agolpan en un centro acogedor, que no se adhieren a ninguno de los extremos ni lo rechazan, que pretenden integrarlos, aunque sean excluyentes, tomando algo del uno y del otro para hacer un gazpacho centrista en el que sentirse cómodas. Tienen también sus teóricos, los del justo medio de la virtud aristotélica frente a los "vicios" de los extremos, que defienden bravamente esta posición ante a los ataques de la intransigencia extremista, como en los ejercicios de lógica escolástica en los que hay que elegir entre dos opciones porque las terceras están excluidas.

 De esta forma se justifica la aurea mediocritas frente a las atribuladas ambiciones y vanidades del mundo y se vive cómodamente, sin tener que tomar partido, que siempre es incómodo, sobre todo porque puedes equivocarte y pronunciarte por el perdedor. Aquellos teóricos fabrican el relato y el héroe de estas supuestas mayorías moderadas, acomodaticias, centristas. Es la figura del ciudadano anónimo, del hombre de la calle, el protagonista del famoso panfleto de W. Reich, Listen, little man, el hombre del montón, la figura anodina en la que nadie repara pero que, constituida en masa, tiene todos los derechos y es... soberana. Por supuesto, acaece siempre, también casi como ley social que, cuando la polarización escala hasta el conflicto abierto, esas masas de hombrecillos, esas "mayorías silenciosas", se escoran de golpe a favor de uno de los bandos y se convierten en muchedumbres de fanáticos, capaces de las mayores atrocidades si cuentan con un líder que las motive; y de la moderación y el centrismo, como del Templo de Jerusalén, no queda piedra sobre piedra.

El libro de Fernández Aguilá está escrito en ese espíritu del hombre del traje gris, anodino (su portada es ya una clave; carece de rostro), perplejo entre opciones antagónicas ante las que se quiere equidistante, entre el nacionalismo catalán y el español. Ambos luchan por su corazón que se resiste a dividirse. ¿Por qué hay que elegir? ¿No puede uno ser, sentirse, catalán y español al mismo tiempo? ¿No hay lugar para la doble identidad? Es un libro de queja, de agravio resignado de un español/catalán que se siente maltratado, zarandeado injustamente por español entre catalanes y por catalán entre españoles, y aboga por el entendimiento.

Su origen inmediato es más bien tristón. Siendo catalán y apellidándose Fernández, el autor estaba acostumbrado a oírse llamar "Fernandes", como si fuera portugués. Pero las cosas parecen haber llegado a un punto en el que hasta este Fernandes don Nadie se siente obligado a tomar la pluma y salir en defensa de su identidad "mestiza" y su derecho a vivir tranquilo en una sociedad plural. Toda una hazaña. Cuando la ha terminado, en agosto de 2013, tiene unas ochenta páginas que no le dan para publicar un libro en serio pero sí una especie de panfleto que hace llegar a José Antonio Zarzalejos, uno de esos teóricos de la mezcla, el arreglo y la conllevancia. Será este quien le anime a escribir una segunda parte (más que nada por dar algo de empaque a la obra) y le pone un sucinto prólogo alabándola cuando esta se termina en marzo de 2014. Digo alabándola porque, en el fondo, responde al programa definido en favor de una partes del conflicto, el nacionalismo español,  so pretexto de no inclinarse por ninguna.
 
Porque, de centrismo y equidistancia, nada, aunque se predique hasta la saciedad. Este infeliz Fernandes con su alma desgarrada, cuenta sus aventuras en dos tandas de capítulos deshilvanados en los que se mezclan anécdotas, experiencias personales, reflexiones más o menos interesantes y bastante doctrina disfrazada de temperancia. Su Leitmotiv es la desazón ante una realidad social polarizada en la que todo conspira para hacer inviable su beatífico deseo de que convivan pacíficamente dos comunidades nacionales sin amargarle el pastel.

Sin embargo, su relato tiene dos feos defectos semiocultos que lo invalidan y lo hacen aparecer como lo que en el fondo es, una apología de la Cataluña española. De un lado, aunque somete a crítica algunos excesos del nacionalismo catalán, son los menos, los menores y de carácter más genérico, como esa queja (que se encuentra en todas las diatribas nacionalespañolas) sobre el uso de la expresión el Estado español (p. 37), mientras que los más, los mayores y, sobre todo, los que él experimenta en sus propias carnes, son los desplantes del nacionalismo español frente a lo catalán. En segundo lugar, si bien su visión de Cataluña acentúa la problemática de la falta de entendimiento del otro y su recurso al agravio permanente y el victimismo, la que ofrece luego de España en su segunda parte, hace hincapié en la comprensión de los españoles, su desconocimiento del enfado catalán, su indiferencia y su asombro: ¿qué les pasa a estos catalanes? (p. 139).

Aquí no hay equidistancia ninguna, ni juste milieu, ni fair play ni nada que se le parezca. Lo que hay es un intento lacrimógeno de vender como aceptable una situación que no lo es por cuanto en la confrontación entre dos naciones, una es poderosa porque tiene un Estado y la otra no porque no lo tiene y ha de aceptar las condiciones que la otra dicte, que las dicta, aunque el autor crea que son tan naturales como el agua de las fuentes. En esa situación entre el poder y la falta de poder, toda equidistancia es prestidigitación, todo juste milieu, falsedad al servicio del poderoso, y el libro del anodino Fernandes, un escrito de propaganda a favor del nacionalismo español. Por eso le ha puesto el prólogo Zarzalejos.

Palinuro también cree que ser catalán y español es posible. Pero no así, sino reconociendo a los catalanes sus derechos, entre ellos el de la autodeterminación y la independencia.