dilluns, 6 d’octubre del 2014

El diálogo absoluto.

Rajoy insiste en ofrecer diálogo a Mas si la Generalitat retira la convocatoria de la consulta o acepta la suspensión de la ley pertinente dictada por el Tribunal Constitucional. Mas glosa la exhibición de unidad de las fuerzas soberanistas esperando que Rajoy vea por fin la necesidad de diálogo como Pablo de Tarso vio la luz de la verdad. A Alicia Sánchez Camacho, la inexistencia del imprescindible diálogo, sistemáticamente torpedeado por Mas, le quita el sueño, como si fuera un íncubo. Cayo Lara se sube al vagón de Pedro Sánchez y pide a Rajoy y Mas que se sienten a dialogar. Diálogo piden intelectuales que no hace muchas fechas sostenían que no había nada que dialogar. Diálogo, mucho diálogo, piden empresarios y banqueros. Diálogo aconsejan instancias internacionales y pide la prensa extranjera. Y con cierta irritación: Bloomberg publicaba el otro día un editorial durísimo frente a la intransigencia de Rajoy y poco menos que lo conminaba a coger el AVE y presentarse en Barcelona, a abrir un diálogo con Mas que encauce un conflicto con mala pinta.

Diálogo es la panacea. Lo dice el saber popular tradicional. Hablando se entiende la gente. Y hay que entenderse en lugar de pegarse. El romper barreras, dialogar, hablar es la base de la convivencia. Por eso las cámaras representativas del mundo entero se llaman Parlamento, porque son lugares en los que se va a hablar. Muchos dicen que no sirven para nada porque precisamente lo único que hacen es hablar. Otros, al contrario, creen que el hablar es ya un hacer. Hablar, contrastar opiniones distintas, llegar a acuerdos es la esencia del diálogo.

El diálogo no es solo la vía, la única vía, para entenderse y ponerse de acuerdo. También es la forma que en muchos casos toma el conocimiento. Media historia de la filosofía está escrita en forma de diálogos, y una parte importante de los avances científicos y de la literatura. Casi todas las obras utópicas son dialogadas. El saber que el diálogo genera es dialéctico, por oposición, se mueve, avanza, permite vivir porque aporta luz y permite deshacerse de lo viejo y caduco. Igualmente, algunas de las obras satíricas más demoledoras tienen forma de diálogo, incluyendo el género epistolar que es una especie de diálogo narrado. No estoy seguro de si un diálogo, hoy inalcanzable por cuanto se ve, ayudaría a Rajoy a conocer algo de la realidad sobre la que opina a diario a base de topicazos sin enjundia, pero intentarlo no le vendría mal.
El diálogo tiene una aureola de sacralidad, una connotación tan positiva que, a veces, se ha dado por bueno que las partes se hayan sentado a dialogar no por voluntad propia sino obligadas por un poder superior. Se atribuye al diálogo una fuerza taumatúrgica. El milagro de la paz salida de la guerra. Pero ¿valen todos los diálogos? ¿No tienen precondiciones, condiciones, contextos? ¿No son abordados con espíritus distintos? A veces los diálogos son imposibles porque los dialogantes hablan lenguajes diferentes, aunque la lengua sea la misma. A veces no se entienden porque falta la voluntad de entenderse y de lo que se trata es de simular espíritu de diálogo cuando no se tiene sino el contrario, la derrota incondicional del otro.
¿Cómo quiere dialogar la Generalitat? Lo ha mostrado en varias ocasiones: en términos de peticiones o reivindicaciones que el gobierno central ha rechazado; han ido creciendo y siempre cosechando la misma negativa; y han culminado por ahora en la convocatoria de la consulta, asimismo denegada. En todas las ocasiones el presidente del gobierno ha explicado que está dispuesto a dialogar sobre lo que sea excepto sobre la reivindicación concreta de que se trate porque la ley no lo permite. Pasó con el concierto económico, siguió con las 23 peticiones de Mas y se corona ahora con la consulta.
Mas justifica sus actos como respuesta a una petición popular manifiesta en movilizaciones sociales sin precedentes, incluido el casi unánime apoyo municipal a la consulta y articulada en la forma de una unidad de acción de las fuerzas soberanistas que, en la práctica y a estos efectos, actúa ya como una especie de gobierno de concentración a la sombra. ¿Hasta dónde puede llegar un líder emergente que puede chocar con la legalidad del Estado? Es imposible predecirlo porque no depende de él solo. La vicepresidenta del gobierno ha anunciado en tono poco amable que la Fiscalía estará muy pendiente de lo que haga Mas. O sea, una amenaza, cosa casi inevitable en estos gobernantes tan autoritarios.
Pero la cuestión es si el gobierno español puede hacer algo más que amenazar. Que no quiere diálogo alguno, pues prefiere la confrontación, es patente. Lo repite Mas: no es un problema jurídico o legal; es un problema de falta de voluntad. De falta de voluntad de dialogar, haciendo ver que la hay a raudales. Y de otra falta más grave, falta de ideas, de razones, de propuestas. No se quiere el diálogo porque no hay nada que aportar a él. La última condición impuesta, esto es, que Mas retire la consulta y luego hablaremos, equivale a un rotundo "diálogo, no".  Pedir a la otra parte que renuncie a la posición que le da la fuerza para dialogar antes de empezar a hacerlo es como pedirle que salgan de uno en uno y con las manos en alto. No sirve para nada porque, aparte del peligro de aureolar a Mas de mártir con cualquier medida represiva, no tiene en cuenta la complejidad del nacionalismo catalán y la relación de fuerzas en su seno.
El único guión que el nacionalismo español gobernante acepta es el ataque al proyecto soberanista en la vía jurídica, con exclusión de debate político alguno, así como en el terreno de las presiones, las maniobras, el juego sucio y la intoxicación mediática. Su objetivo es el desmoronamiento de la unidad política soberanista, sometida a muchas presiones. La reciente dimisión de un vocal del consejo para la consulta argumentando que esta no ofrece garantías democráticas, puede apuntar en esa dirección. Si la unidad no aguanta hasta el 9N, quizá haya elecciones anticipadas. Si la unidad aguanta, según lo que suceda ese día, al siguiente puede empezar por fin un diálogo.
En lo demás, todo está abierto, todos pueden meter la gamba de aquí al 9N. Pero algo queda claro: el límite de legalidad invocado siempre por Rajoy para cerrarse al diálogo se da también en un contexto de uso. Según el presidente, las leyes pueden cambiarse, pero no violarse. Para cambiar las leyes, por supuesto, consenso y diálogo. Ese espíritu de legalidad tiene sus peculiaridades. Pongo un ejemplo muy ilustrativo por el tema de que se trata y los momentos en que se plasma, al inicio mismo de la legislatura y ahora, hace un par de días. Lo primero que hizo el gobierno de Rajoy fue valerse de su mayoría absoluta en el Congreso para cambiar la Ley de Radio Televisión de Zapatero que obligaba a elegir un director del ente por una mayoría supercualificada y consenso. Así nombró por mayoría absoluta al hombre más leal y fiel a sus designios con encargo de convertir RTVE en un órgano de agitprop. Diálogo, cero. Hace unos días, dimitido ese mismo director, que ha hundido el ente, el PP ha ofrecido diálogo al PSOE para ponerse de acuerdo en uno nuevo. En menos de veinticuatro horas lo ha roto y propuesto al comisario político de su preferencia.
Son formas distintas de entender el diálogo. Está es la llamada "absoluta".