dissabte, 22 de febrer del 2014

Carta abierta a Rubalcaba.


Señor mío: cuando su partido lo eligió secretario general muchos nos alegramos por considerar que era una buena, una seria opción, para acabar con el desastre en que se había convertido la segunda legislatura de Zapatero, sin tomar muy en cuenta que usted era el vicepresidente de aquel gobierno desastroso, desprestigiado que, al reformar la Constitución con trampas, falló clamorosamente a su electorado.

Tuvimos en cambio en cuenta que había sido el mejor ministro del Interior de la democracia, que había acabado con ETA y eso merecía un voto de confianza, aunque lo hiciera apoyado en doctrinas que eran en parte dudosas y, en parte, claramente arbitrarias e injustas.

Cierto que consiguió usted la secretaría por tan escaso margen de votos frente a su competidora, Carme Chacón, que era razonable pensar que hubiera usted recurrido a intrigas y medios poco leales para ganar. Pero, como la victoria es la victoria, aunque sea raspada, todos los votantes nos aprestamos a respaldar su gestión con nuestros sufragios.

Perdidas las elecciones en el peor desastre electoral del PSOE en democracia (cosa que debió actuar como un mecanismo de aviso, pero no lo hizo), embarcó a su partido en una tarea de recuperación del terreno perdido basada en una estategia que no solamente es errónea sino, en buena medida, reaccionaria y colaboracionista con el peor, más corrupto y fascista gobierno de la derecha que ha habido en España después de Franco.

Empezó usted ofreciendo "pactos de Estado" a un partido que los ignoró todos y aplicó medidas antipopulares, injustas, retrógradas y agresivas para el bienestar de la población y sus derechos y libertades. Pretendía pasar por estadista y se quedó usted en miserable pedigüeño, solicitante de una legitimidad que este gobierno de presuntos mangantes se permitió el lujo de no concederle. Respondió al ninguneo con alguna tímida iniciativa parlamentaria para guardar las formas, sabiendo que todas serían derrotadas y se abstuvo de plantear la única que hubiera tenido alguna repercusión política, una moción de censura.

Cerró filas con lo más sórdido y nacionalcatólico del nacionalismo español en contra del soberanismo catalán, no solamente negando el derecho a la autodeterminación de los catalanes, sino propugnando una especie de hocus pocus federalista que se sacó de la manga en el último momento, que no engaña ni a los más tontos y culminó el regreso al redil centralista haciendo causa común con los de "antes roja que rota" que, para usted, es "antes azul que rota".

Hizo algunos tímidos y balbuceantes intentos de apuntar al laicismo y la separación de la Iglesia y el Estado pero enseguida recogió velas y del asunto no se ha vuelto a hablar de forma que, conociendo a los curas, es casi seguro que ya tiene usted pactada alguna vergonzosa concesión como las que hicieron los meapilas de la segunda legislatura "socialista" de Zapatero.

Salió en defensa de la que a estas alturas es ya la monarquía más corrupta y presuntamente delictiva de todo Occidente y, riéndose de la tradición republicana de su partido, convirtió usted a este en uno dinástico de cortesanos y tiralevitas al servicio del Rey y de la ocultación de sus supuestas fechorías y las de sus impresantables parientes.

En definitiva, en sus dos años de secretario general ha conseguido usted el raro mérito de ser sistemáticamente peor valorado por la opinión pública que el señor Rajoy, epítome de gobernante corrupto, incompetente, embustero y autoritario, y lo ha coronado consiguiendo para el PSOE las intenciones más bajas de voto de la historia. Y eso porque la gente ya se ha dado cuenta de que siendo ustedes dos, Rajoy y usted, dos políticos profesionales, hay menos distancia entre los dos que entre usted y cualquier socialista que mantenga algún principio de izquierda.

Pero con la orden dada a sus obedientes y ovinos diputados de abstenerse en la votación parlamentaria en la que se pedía la dimisión del ministro del Interior, responsable político de las muertes (por negligencia o por acción criminal de las fuerzas a sus órdenes) de quince seres humanos indefensos en situación de necesidad, ha cruzado usted todos los límites aceptables para un político no ya de izquierda (cosa que no ha sido usted jamás) sino simplemente demócrata y decente. Que en ese momento haya pesado más en su ánimo su solidaridad de polizonte (de exministro del Interior a ministro de lo mismo) que su deber de defender los derechos fundamentales de las personas, en concreto el de la vida, frente a la agresión fascista; que lo hayan seguido ciegamente sus diputados sin una fisura, absteniéndose como auténticos truhanes, más atentos a sus bolsillos y carreras que a la dignidad de las personas, rebasa ya todo lo que cualquier persona con un espíritu libre y respeto a los derechos fundamentales puede aguantar.

Usted no es un secretario general del PSOE. Ha secuestrado ese partido, lo ha llevado al desastre electoral, al desprestigio, a la colaboración con la España más reaccionaria y, últimamente, a la indignidad y la vergüenza.

No sé cómo reaccionarán los demás electores que todavía votan al PSOE. De mí sé decirle que, si este no lo echa a usted cuanto antes y retorna a su espíritu socialdemócrata no volveré a votarlo.

(La imagen es una foto de Rubalcaba 38, bajo licencia Creative Commons).