Innecesario decirlo: el aborto es un problema moral, de conflicto de valores, de lucha entre principios y creencias. Es un problema que afecta a las personas en lo más profundo de su intimidad, no solo conceptual sino también física, y no se puede resolver de modo tajante, imponiendo sin más por ley, esto es, coactivamente, las convicciones de un sector de la población sobre otro.
El proyecto de ley sobre el aborto, como cabía suponer, fractura la sociedad española de modo agresivo e innecesario. Una minoría sectaria y radical pretende legislar en contra de la opinión y los deseos de la mayoría. Es una minoría tiránica. Su pretensión cuenta con la resistencia de la oposición y con el rechazo de una parte importante de sus propios votantes, militantes y hasta dirigentes. Rajoy ha decretado toque de silencio en su partido, como hace siempre, como hizo con Bárcenas: a callar. Y probablemente tendrá el mismo éxito que con aquel.
De hecho, ya se ha planteado el tema de la disciplina de voto asunto que jamás se menciona, excepto cuando surge un problema que cruza las lindes entre partidos, entre ideologías, entre concepciones del mundo. Entonces alguien suscita la cuestión: los diputados deben votar en conciencia y no según las directrices del partido. La disciplina de voto (también llamada en algunos países "disciplina de partido", aunque esta tiene otras connotaciones) aparece como algo negativo, vergonzoso, aborrecible, que solo puede defenderse desde el cinismo. Como decía el genial William Gilbert, allá por el siglo XVI: siempre he votado según las directrices de mi partido y nunca pensando por mí mismo.
Por supuesto, la práctica tiene también muchos partidarios. El argumento que reputan más fuerte es que la disciplina de voto permite el cálculo del electorado y hace previsible la política parlamentaria. Es un argumento práctico, distinto del que esgrime el voto en conciencia pero no por ello desdeñable. Es decir, hay una discoincidencia entre la teoría y la práctica. En la teoría, los diputados representan en conciencia a todo el electorado, a la Nación y por eso la Constitución Española prohíbe taxativamente el mandato imperativo (art, 67, 2). Pero en la práctica los diputados están sometidos al mandato imperativo del partido. La disciplina de voto, además tiene poco que ver con el sistema electoral. Los sistemas proporcionales suelen mostrarla, pero también los mayoritarios. Gran Bretaña es precisamente el modelo de ambos, disciplina de voto (esta se encarga a un diputado que se llama "látigo", whip) y sistema mayoritario simple. Y como Gran Bretaña, muchos países de la Commonwealth. Solo se apartan de la tradición los Estados Unidos, en donde no hay diciplina de voto o es muy laxa. En realidad, la discplina de voto depende de la voluntad de los partidos que son quienes mandan (formalmente) en el Estado contemporáneo, considerado por un ilustre publicista alemán de la postguerra como un "Estado de partidos de masas", definición que quizá haya que reconsiderar.
Volviendo a España y el aborto, la cosa tiene el habitual cariz algo pintoresco. El PSOE plantea como reto al partido mayoritario el voto en conciencia, la ruptura de la disciplina de voto. Loable propósito. Pero, como las manzanas, tiene gusano. Y no crean que está en el hecho obvio de que ese mismo partido impusiera sendas multas hace unos meses a sus diputados catalanes díscolos que rompieron la disciplina de voto con motivo de la consulta, incluida la infeliz Chacón. Eso es la habitual chapuza que se hace cuando se invocan principios con fines instrumentales. El gusano está en otra parte y afecta a los dos partidos mayoritarios. Veamos.
Según la prensa, la diputada del PP Villalobos pide libertad de voto, o sea, poder votar en conciencia. Hermosas palabras, gratas a los oídos de cualquier espíritu libre. Pero ambiguas y hasta quizá aviesas. Tanto la petición socialista de romper la disciplina de voto como la de poder votar libremente tienen trampa. No hay que pedir la ruptura de la disciplina. No hay que pedir libertad de voto. Hay que pedir voto secreto.
Solo el voto secreto es libre. Solo él rompe la disciplina de voto y, de admitirse, habría diputado@s del PP que votaran contra la ley, pero tambien l@s habría del PSOE que votarían a favor. Es forma de voto prevista en el reglamento del Congreso, si bien este lo excluye en los casos de "procedimiento legislativo." Ahí está el gusano.
(La imagen es un dibujo de Jacques-Louis David, titulado El juramento del juego de la pelota, de 1791, en el Musée National du Château, Versailles)
(La imagen es un dibujo de Jacques-Louis David, titulado El juramento del juego de la pelota, de 1791, en el Musée National du Château, Versailles)