diumenge, 1 de setembre del 2013

El PP, una empresa.


Ruego al samaritano lector/a.

Si alguien sabe cómo desplazar el titulo del blog a la derecha (el título, ¿eh?) en blogger, le agradeceré mucho me lo comunique por el contactr. Ya he agotado mis capacidades, que son pocas, y mi paciencia, que tampoco es mucha.


No lo ha dicho Palinuro quien es un poco deslenguado a fuer de montaraz. Lo ha dicho la vicepresidenta del gobierno: el PP es una empresa. Queda por averiguar qué tipo de empresa. De preguntar a algún ideólogo de la causa, la respuesta será: una empresa eficiente, con una estructura simple y clara, objetivos nítidos, ambiciosos pero factibles, unidad de mando, lealtad a prueba de bomba, transparencia, ejemplaridad y un brillante futuro ante sí.

Si se atiende a las informaciones sobre las pruebas del proceso de Bárcenas, más parece una asociación ilícita, dedicada a la captación ilegal de fondos para financiar también ilegalmente las elecciones y repartir sobresueldos a bastantes miembros de la cúpula dirigente. Sin duda puede ser una empresa y hasta eficiente. Depende de qué se quiera conseguir. Una banda de ladrones también puede ser muy eficiente. Y sus miembros leales y su dirección única y su estructura simple y clara. Y lo de transparencia y ejemplaridad, dependerá de a quién se pregunte.

Y, sin embargo, son dos cosas objetivamente excluyentes. Se es legal o ilegal. No se puede ser legalmente ilegal o ilegalmente legal. ¿O sí? La actual condición del gobierno de España da que pensar. El PSOE acusa al presidente del gobierno de ser un "encubridor" de Bárcenas. Esto es bastante fuerte. El encubrimiento es un delito. Acusar a otro falsamente de un delito es otro delito, el de calumnia, especialmente grave si se hace con publicidad. Ya estamos en pleno lodazal. El presidente del gobierno tendrá que querellarse con Soraya Rodríguez, quien como Isolda, la de las Blancas Manos, comparte nombre con la otra Soraya, la buena, la fiel, la de la empresa. Si no se querella, andará por ahí públicamente acusado de cometer (de estar cometiendo ahora mismo) un delito de encubrimiento. 

Rajoy, impertérrito, ha inaugurado el curso político en el terruño reafirmándose en su determinación de no darse por enterado de la tempestad que azota el Reino y no soltar ni prenda. Sobre todo lo segundo. Se concentrará en lo esencial, ignorante de todo lo demás: salvar a España de las fauces de la crisis. Tiene medio gobierno en una guerra particular por el Peñón y el otro medio tratando de marear la Justicia. Pero nadie objeta a la discordancia pues ya se sabe que toda relación entre la realidad y las palabras de Rajoy es mera coincidencia salvo alguna cosa. A falta de un presente tangible, el hombre vende el futuro y promete para el año próximo una promesa para el subsiguiente: la preceptiva rebaja fiscal. 

Lo más alarmante de este patético hocus pocus o abracadabra es la conclusión de que no tiene intención alguna de dimitir. Perspectiva horripilante en espera de las posteriores revelaciones del caso Bárcenas. En serio, los dignatarios del PP deben reflexionar sobre si pueden hacerle esto al país. 

La situación es crítica. De aquí al 11 de septiembre, la Diada, Palinuro ofrecerá una breve glosa final sobre las vísperas catalanas en la creencia, ya expuesta con anteriorioridad, de que se trata de la cuestión más grave que tiene planteada España como Estado. Tanto más cuanto el gobierno ni se entera y la RTVE pública tiene prohibido cruzar el Ebro. 

Ayer hubo concentraciones de un centenar de personas por la vía pacífica a la independencia respectivamente en algunos sitios bastante alejados, en la Gran Muralla china y en Times Square, en Nueva York. Me parece que también en Londres y Bruselas, pero no estoy seguro. Ignoro qué repercusión tendrán los cien de la Gran Muralla. En Times Square, seguro, modesta. En Times Square, enfrente de la ONU, en Union Square, en Central Park, los neoyorquinos están acostumbrados a ver concentraciones de gente de los más lejanos puntos del planeta con reivindicaciones escasamente comprensibles para el ciudadano. Pero la repercusión aquí, en España, es muy grande. Enardece los ánimos independentistas, les hace ver que es un esfuerzo colectivo muy compartido y lo exhiben internacionalmente allí en donde pueden. Comparen, si quieren, con las movilizaciones del nacionalismo español. 

Hay quien dice que España confía en el funcionamiento del Estado de derecho, convenientemente adobado con un acuerdillo con el nacionalismo burgués para separarlo del apoyo al independentismo e ir así tirando algunos años más con un minicupo o algo así. No sé si esto es posible o no. Pero, si se hace, no va a resolver el problema sino que lo va a enconar. No creo que nadie en el independentismo catalán se niegue de antemano a una solución negociada de común acuerdo. Pero sí creo que muchos rechazarán que ese pacto se selle en secreto entre dos actores con exclusión de todos los demás.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).