dilluns, 1 de juliol del 2013

Cuando la razón la tiene el otro.


Voy a hablar de un libro que no he leído porque acabo de enterarme de su existencia. Tengo al autor, Bartolomé Clavero, en la máxima consideración, como estudioso, profesor, historiador y hombre de los más elevados ideales, defendidos con fuerte base documental y científica. Su Manual de historia constitucional de España es tan acertado al tiempo que original que uno se siente tentado a situar al autor en la estela del afamado constitucionalista estadounidense, Charles A. Beard. Desde luego comparte con él una visión materialista de su objeto, como se prueba en el resto de la abundante obra de Clavero.

No sobre el libro, que leeré, probablemente devoraré, en cuanto pueda, versa este comentario, sino sobre su contenido, según la noticia que de él da la prensa Un hijo de la casta franquista: "Nos beneficiamos y no podemos estar exentos de responsabilidades". Ahí es nada. Confesión a pecho descubierto de lo que quedaba por decir en este horrible drama de la guerra civil y el franquismo. Hasta ahora, cuando de reconocer una equivocación o un error se trataba, habían hablado los franquistas, los padres: Tovar, Ridruejo, Laín... Es curioso que una de las expresiones empleadas por Clavero en su presentación haya sido "descargo de conciencia", justo el título del libro de Laín. Pero el descargo actual es el de los hijos de la casta y va más a lo profundo de esa herida siempre abierta de la guerra y la postguerra (sobre todo la postguerra) haciendo un reconocimiento del otro de la contienda y admitiendo que tiene razón al reclamar justicia (siempre denegada) y devolución de cuanto le fue robado contra todo derecho. Que yo sepa es el primer hijo de la casta que se expresa en esos términos. Y no dudo de que si la casta entera fuese de tal parecer, si los franquistas y herederos de los franquistas reconocieran que obraron mal, que corresponde restituir en sus derechos a todas las víctimas de aquellos años (y subsiguientes) de latrocinio, delincuencia, expolio y tiranía, quizá la herida comenzara a cicatrizar. Pero está muy lejos de hacerlo. Antes al contrario, se empeña en mantener la injusticia del franquismo a base de obstaculizar o impedir la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica que en sí misma bien poca cosa es.

Por eso tiene que ser tan extraordinario el libro de Clavero. Una pedrada en el estanque putrefacto del franquismo residual. Y, sobre todo, porque da al problema una dimensión filosófica. Clavero obliga a mirar al otro cara a cara, a los ojos, a darle la razón y pugnar porque se le resarza. El descubrimiento del otro, que es el hallazgo de la filosofía de Lévinas: el rostro del otro se me hace presente y me fuerza a salirme de mí mismo y a dejar de considerar que en el mundo solo cuento yo, que es lo que le pasa a la casta franquista. Encerrada en su silencio, enrocada en su propósito de no hacer justicia a las víctimas, para que no se toquen sus privilegios, producto de la rapiña, no reconoce otro alguno que la interpele. Para no oírlo, sopla las trompetas de la Nación-española-obligada-a-no-remover-el-pasado-y-mirar-hacia-el-futuro. Como si eso fuera posible cuando el pasado está presente por doquiera, no solamente en donde se ve (como rótulos de calles, inscripciones en las iglesias) sino también en donde no se ve, por ejemplo las cunetas y fosas comunes de todos los campos de España, en donde yacen decenas de miles de asesinados. Y, recuérdese, muchos de ellos lo fueron para poder robarles sus caudales y propiedades, de cuya injusta posesión se benefició la casta franquista, adquiriendo con ello una responsabilidad que Clavero es el primero en reconocer.

Es un hito.

Y, ya puestos en el otro, vámonos a otro caso de otridad muy presente: el catalán. El sábado, 90.000 personas, convocadas por Omnium Cultural y otras organizaciones independentistas, celebraron durante seis horas en el Camp Nou una fiesta a favor de la independencia de Cataluña. Es un paso más en esa efervescencia que vive el Principado entero. Y ya tienen previsto otro: formar una cadena humana por la independencia el próximo 11 de septiembre, una cadena humana de cientos de kilómetros. Quieren un referéndum de autodeterminación para 2014, tricentenario de la caída de Barcelona en manos del Borbón. Al acto del Camp Nou no acudieron Mas ni Durán. Es obvio, el independentismo que, con el nombre de soberanismo, puso aquel en marcha, se le ha ido de las manos, se ha escorado a la izquierda y él, más que dirigirlo, lo sigue. Qué suceda al final está por ver.

En los últimos tiempos, el rostro del otro catalán ha cambiado. Los españoles, en cambio, siguen mostrando el mismo: o bien no se dan por enterados del planteamiento catalanista (que ya casi cabe considerar catalán sin más), como si no fuera con ellos, o bien cambian a su vez y muestran el rostro más hostil y amenazador que pueden. Resulta pintoresco que ni Rajoy ni Rubalcaba hayan hecho comentario alguno sobre el Camp Nou. Para Rajoy, el otro, como Bárcenas, no existe. Para Rubalcaba existe pero es como si no existiera porque no está dispuesto a escucharlo. Los dos, por tanto, mudos, aunque estoy seguro de alguno de los dos, si no los dos, tendrá sentidas palabras para derrota de la Roja. Ven -o dicen ver- el fútbol con delectación para sentirse miembros del pueblo pero ni entienden su país ni sobre él se les ocurre nada que no sean vulgaridades manoseadas.

Según algunos, este crepitar independentista no es más que una triquiñuela para presionar a los españoles y sacarles tajada, en forma de concierto económico o de cualquier otra. Menudos son estos catalanes. Siempre hay que comprarlos para que se callen. Es una suposición basada en un prejuicio, en un topicazo y, vistas la historia y el momento actual, además, injusta y bastante lerda. Entre otras cosas porque eso es lo que hace todo el mundo: tratar de sacar el máximo beneficio de los propios actos. Y porque, además, ahora la reivindicación independentista no aceptará una componenda de pacto fiscal.

Lo más lamentable es ver a España luciendo su peor rostro frente al nuevo otro. Tenía que venir en el semblante siempre hosco y la actitud siempre amenazadora de Aznar, quien avisa hoy en ABC de que el desafío secesionista catalán es, desde el punto de vista de la legalidad y de la historia de la Nación española, absolutamente inaceptable. ¿Cuánto de inaceptable? Todo. De referéndum de autodeterminación ya ni empezamos a hablar y, de seguir las cosas por la senda separatista, se emplearán los medios que sean necesarios. Punto.

Pero no hay punto. Esta vez la historia sigue. No se puede bombardear Barcelona. Europa entera está atenta a lo que suceda en España y, de paso, no entiende por qué los escoceses pueden lo que no pueden los catalanes. Por eso, la verdad, Palinuro es muy crítico de la valía y la talla de los dos dirigentes de los partidos dinásticos para hacer frente a esta situación. Ya, ya sé que están esperando que los catalanes hagan algo contrario a la legalidad constitucional para ir corriendo al Tribunal Constitucional, cuyo prestigio para mediar en estos asuntos, ellos mismos se han encargado de destruir. ¿O no fue la famosa y malhadada sentencia del TC sobre el Estatut la que desencadenó la efervescencia independentista?

Pero, aparte de ir a chivarse al abuelo y dar por descontado un futuro de permanente conflicto judicial, institucional, de orden público, etc., en los próximos años, una relación de hostilidad y enfrentamiento permanentes, ¿no piensan los estrategas de los dos partidos dinásticos en la posibilidad de abordar el problema catalán en una mesa de negociación que bien podría ser una Convención en donde se plantearan las cuestiones vivas de la organización territorial española? ¿No piensan, en fin, hacer ninguna propuesta positiva, ofrecer diálogo constructivo? ¿Seguirán negando la existencia del otro catalán al igual que, al menos la parte conservadora, niega la existencia del otro republicano?