dimecres, 12 de juny del 2013

Jarrones chinos.


Exhibición de jarrones chinos en los últimos tiempos. Buena metáfora la de los cachivaches. Un poco ingenua. No a todos los jarrones chinos se les supone valor. Los de los chinos todoacien salen muy apañados de precio porque no valen un pimiento. Así que, si estorban, se les envía al trastero, con la muleta del abuelo y el arnés viejo del perro. Los otros jarrones chinos, los de artesanía más refinada y no digamos ya los antiguos, no estorban jamás. Al contrario, los dueños los ponen bien a la vista para que el personal se entere de que poseen un jarrón Ming. Pero, bueno, se entiende la idea. Que no es más que eso, idea. No veo a muchas familias españolas preocupadas por el emplazamiento del jarrón chino. Si habláramos del televisor ya sería otra cosa y el mando a distancia es objeto de estrategias y alianzas de clase, edad, género.

Los tres jarrones chinos han hecho verbosa aparición pública, como convocados a un certamen. Muy buen artículo de Íñigo Istúriz en Público al respecto. Aznar ha sido el más pródigo. Se autoconcedió una entrevista en una televisión, presentó en sede parlamentaria unas biografías de políticos que ha excogitado la FAES y concluyó el periplo por el ágora soltando doctrina -diz que más moderada- en el Club Siglo XXI, gracias a lo cual nos enteramos de que Eduardo Zaplana muñe un ciclo de conferencias con motivo del 35º aniversario de la Constitución que, según tengo entendido, Aznar no votó, aunque quizá esté equivocado. Yo, no Aznar, por supuesto. Este insiste en leerle la cartilla al gobierno, sobre todo en eso de bajar los impuestos. Su discípulo Monago, de muy apropiado apellido, lo ha seguido y reducido el IRPF en Extremadura. Esa reducción de impuestos va a encender a los catalanes, ya bastante encendidos. Pero en eso Aznar muestra una actitud de bravo: en Cataluña el Estado tiene que mostrar su músculo. El abdominal, supongo.

Lo del músculo ha dado pie para que salga el otro jarrón chino, González, a matizar. Con ello se ha sabido, además, que el pérfido Rajoy estaba complotando algo con González mientras Aznar le tiraba de las orejas en Antena 3. Menudo feo. Preferir el sociata al noble cruzado de la causa, restaurador de España ante Dios y la historia. Encima el jarrón González ha reaparecido cavilando en alto, comprensivo con la cuestión catalana. Hasta está dispuesto a empatizar con los catalanes, como hacen los antropólogos con las culturas exóticas. La base de su argumento, al parecer, es que "estamos condenados a entendernos". Esas frases hechas sí que las carga el diablo. Porque, vamos a ver, ¿a quién le gusta estar condenado a lo que sea? ¿No podemos librarnos de la condena? Bueno, en realidad, no es una condena. Entonces ¿qué es?

González jarroneará hoy de nuevo presentando el informe de la Fundación Alternativas (una ContraFAES) sobre la salud de la democracia en España. Entre tanto le da a uno la impresión de que ninguno de los dos jarrones chinos tiene algo real que aportar a la cuestión catalana, lo cual no es de extañar pues los dos son nacionalistas españoles. La única diferencia es que a uno la nacion española le parece "indiscutible", razón por la cual desdeña todo diálogo, y el otro está dispuesto a debatir lo que haga falta sobre la integración de Cataluña en España. Y, como está jubilado, tiene tiempo de sobra para ello siempre que se trate de eso, de Cataluña en España, a lo que estamos condenados. Cualquier otra opción, como Cataluña fuera de España, no está en el repertorio.

El tercer jarrón hizo fugaz aparición con motivo de un libro que presenta Moratinos sobre la pobreza en el mundo, creo. Además de fugaz, la aparición fue muda. Como las de Rajoy. Ya explicó en su día Zapatero que de su boca jamás saldría una crítica al gobierno de Rajoy. Esa afición suya por el juego limpio y la moral caballeresca en un país de truhanes y fulleros es encomiable pero desastrosa para él y su gente.

No estoy muy seguro de si González es un jarrón Ming o Qing; ni si Aznar es de la dinastía de aquel unificador de la China hacia el 300 a. d. C., Huang Ti, que mandó quemar todos los libros del reino; pero sí me parece que Zapatero se da un aire a Pu Yi, el infeliz último emperador.