diumenge, 16 de juny del 2013

Apostillas al discurso del pacto.


Anoche estuvo en la tele Elena Valenciano defendiendo el pacto sobre Europa del PP y el PSOE. Habló también de otros asuntos siempre de modo prudente, claro, conciso, sin rehuir nada por incómodo que fuese. Acostumbrados a escuchar a los políticos -en especial los del gobierno- perderse en jardines de simplezas, marrullerías, mentiras, injurias y necedades, esta política es un ejemplo. Y un ejemplo de congruencia. Su precisión de que no es "abanderada del feminismo" sino que es feminista fue un acierto con salero. Por eso es un ejemplo. Del resto de la concurrencia prefiero no hablar. Por cierto, ¿es malicia mía o la entrevista se acabó cuando iba a salir el asunto de los sobres barcénigos?


Valenciano defendió el pacto con una batería de razones, lo que es de agradecer. Pero el discurso en conjunto no es convincente y eso puede demostrarse con otras razones que quieren ser mejores. No haya cuidado porque, al final, el asunto no es de razones sino de quién manda. Y, como mandan Rubalcaba y Valenciano, sus razones se impondrán sean o no las mejores.

En principio, no hay objeción a la idea del pacto en abstracto. El nombre está cargado de connotaciones positivas. El pensamiento político moderno arranca del contractualismo. El pacto es el origen de la sociedad, constituida después en el pacto de unión civil, de Kant, distinto al pacto de sujeción, que venía de la Edad Media. Está en Hobbes: pactar es lo que hace la gente sensata en lugar de exterminarse mutuamente. Abogar por el pacto es así abogar por causa noble y la insistencia de Rubalcaba tiene sólido fundamento... en el pasado.

Ese espíritu pactista fue la innovación que trajo Zapatero a la labor de la oposición a partir del año 2000: moderación, talante, acabar con la crispación y pactar. Fruto de ese ánimo fue el Pacto por la libertades y contra el terrorismo, también llamado Pacto antiterrorista, que benefició a todo el mundo e inició el declive de ETA. Un pacto propuesto por Zapatero que Rajoy, entonces vicepresidente, despachó con la habitual sorna de quien desprecia lo que ignora, diciendo que era "un conejo que se había sacado Zapatero de la chistera". Dos años más tarde él era el verdadero defensor del Pacto y acusaba a Zapatero de dinamitarlo. Es lo que se llama hablar según sopla el viento. Él quedó como lo que es, un cantamañanas sin criterios y los sociatas se apuntaron un acierto. Por eso ganaron las elecciones de 2004 y 2008. La gente les premió la actitud pactista, harta de la permanente confrontación movida por el PP.

Pero lo que sale bien una vez no tiene por qué una segunda. La historia y la política no se repiten, aunque lo parezca. La solución a un problema de ayer puede no serlo cuando se replantee; puede hasta ser contraproducente. Así se desprende mayoritariamente, por ejemplo, del juicio contemporáneo sobre la vigencia del keynesianismo. Las propuestas de los años treinta y cuarenta del siglo XX, ya no valían en los noventa (a causa del estancamiento con inflación) y tampoco, se dice, en el siglo XXI.

A lo mejor pasa algo así con el pactismo. Es un principio de rancia prosapia, pero no siempre aplicable. Las circunstancias han cambiado tanto entre 2004 y hoy que, en lugar de ceder al cliché de la receta pasada triunfante, los socialistas debieran reflexionar si no habrá otras fórmulas. El principal enemigo ya no es el terrorismo que, en cierto modo, venía de fuera del sistema sino que lo es la crisis económica, que viene de dentro. Valenciano construye lo que hoy se llama, impropiamente, un maniqueo, es decir simplifica las opciones a dos antagónicas. Según ella, el PSOE pacta porque no va a hacer la oposición destructiva que hizo el PP. O sea: pacto o destrucción, sin matices intermedios. ¿Quién se atreverá a negar que se puede no ser destructivo sin ser pactista? 

Claro que se puede ser constructivo sin pactar nada y lo que hay que demostrar es la necesidad del pacto. Sobre todo porque este debe justificarse en sí mismo y no ser meramente un símbolo de la voluntad de pactar, que se presume en gente civilizada. El PSOE insiste en que se trata de un pacto para presentar un frente común ante la UE. Sin embargo es fácil probar que ese acuerdo es innecesario y, además, contraproducente para él.

Es innecesario porque se limita a dar carácter solemne y oficial a un comportamiento que no lo necesita pues forma parte de los usos y costumbres democráticos de siempre, esto es, que el gobierno que habla en el exterior en nombre del país lo hace con el apoyo de todas las otras fuerzas políticas por tratarse de asuntos de Estado. Cierto, no es el caso con el PP que, cuando está en la oposición, boicotea sistemáticamente la unidad de la acción exterior del Estado. Pero, al estar en el gobierno, se aprovecha de que los demás no actúan como él y ni siquiera hace falta formalizarlo en un pacto inútil.

Pero, al hacerlo y, al hacerlo como lo ha hecho, el PSOE se enfrenta a dos peligros. El del enquistamiento y el del seguidismo. Al haber formalizado el pacto sin el apoyo de ningún otro grupo parlamentario se pone de relieve la dinámica bipartidista que hoy suscita mucha animadversión en amplios sectores políticos. No me consta que el PSOE prefiera un sistema de partidos a otro y, por tanto, no tiene por qué ser más bipartidista que multipartidista. Sin embargo, al firmar en solitario con el partido de la derecha, aparece como apoyo de un sistema del que se beneficia electoralmente, aunque no tanto como su cofirmante. Este no tiene nada que perder con un pacto que no le impone compromisos. Al contrario, todo por ganar porque, además, abraza al PSOE con el abrazo del oso.

Aunque los socialistas se empeñen en precisar que el pacto es hacia el exterior y no implica en modo alguno pacto o alianza en el interior, es imposible que no aparezcan uncidos al carro del gobierno y en una actitud de seguidismo. Justo cuando más claro debiera ser que tienen alternativas viables a las agresivas políticas de desmantelamiento del Estado del bienestar. Pactar lo que sea con quienes han arruinado el país en beneficio de los empresarios, los banqueros y los curas no es algo recomendable. Y si, además, resulta que el pacto era innecesario, mucho más. 

En realidad la oposición del PSOE sería enormemente constructiva si, en lugar de sellar pactos inanes, buscara un acuerdo de la mayor cantidad de fuerzas de izquierda posible en torno a un programa común que podría, de momento, constar de un punto único: derogación inmediata de todas las normas del gobierno del PP mediante las que se restrinjan derechos de los ciudadanos en cualquiera de sus condiciones vitales, como trabajadores, mujeres, inmigrantes, jóvenes, dependientes, minorías nacionales, pensionistas.

Ese pacto es una metedura de pata. 

(La imagen es una foto de Amio Cajander, bajo licencia Creative Commons).