Que Botella es de una incompetencia clamorosa lo saben los madrileños por lamentable experiencia propia. Que todo cuanto tiene de incompetente lo tiene de soberbia, creída y cursi, también. Que únicamente se ocupa de su persona y de enchufar a sus amig@s y clientes es un hecho ya comprobado. Que a su incompetencia añade una irresponsabilidad e insensibilidad pétreas que le permiten largarse a un spa de lujo mientras en su ciudad tiene lugar una catástrofe con resultado de cinco muertes es notorio. Que su afán de aferrarse a un cargo no alcanzado por votación directa la lleva a adoptar decisiones inexplicables y arbitrarias con sus subordinados resulta patente. Que su torpeza política la tiene enfrentada a sectores enteros de su propio partido, una realidad incontestable.
Y, no obstante, nada de lo anterior es motivo suficiente para que la dama presente su dimisión, como resulta obligado de los usos y costumbres en países democráticos.
Es preciso, pues, explicarle las pautas de la representación política y el servicio público. Hacerle ver que es derecho de los madrileños tener un/a alcalde/esa que no se dedique en exclusiva a escurrir el bulto, hacer el ridículo en Londres con dinero de todos, buscar chivos expiatorios por su inutilidad y tratar de salvar su pellejo político a cualquier coste. Y no lo tienen.
Madrid es este momento una ciudad desgobernada. Ayer había sobre la capital una nube tóxica densa y negra que probablemente superó todos los índices de contaminación, producto no solo de la actual desatención de la alcaldesa sino de la herencia de su propia inoperancia como concejala que fue de medio ambiente; la circulación es un caos; los servicios funcionan mal y todo es una mezcla de estúpido boato y administración sórdida, con intentos de echar de sus casas a vecinos de pocos posibles para sacar adelante algunas de esas oscuras maquinaciones especulativas a las que tan aficionada es la derecha, y otras vergüenzas.
Es imposible gobernar una ciudad de cuatro millones de habitantes mientras se lucha por sobrevivir y no verse arrastrada a los tribunales por manifiesta deficiencia en la gestión. Lucen poderosos los dos argumentos que suelen esgrimir aquell@s, poc@s, que en el país dimiten en estos trances: tener tiempo para su propia defensa si ya están imputad@s y no perjudicar a su partido. A estos se añade un tercero, primero en orden de importancia: no ser un obstáculo al bienestar de los ciudadanos bajo su jurisdicción. Los madrileños tienen derecho a que su alcalde/esa se ocupe y resuelva los problemas de la ciudad, que para eso la pagan, y regiamente por cierto, y no de los suyos propios.
Váyase, señora Botella.