Hace unas fechas, Susan George se despachó diciendo que los españoles somos ratas de laboratorio, a ver cuánto castigo aguantamos sin rebelarnos. La dama podía haber dicho algo menos malsonante a oídos hispanos. Debió de decir, sí, laboratory rats, que es, desde luego, "ratas de laboratorio". Pudo haber dicho Guinea pigs, más clásico en inglés y hubiera puesto al traductor en un aprieto y hasta obligado a elegir entre las dos formas castizas castellanas de cobaya o conejillo de Indias. Así tendría que haber traducido el "laboratory rats" para que no resultara tan desagradable. Pero, en fin, esto no tiene mayor importancia. Lo importante es la idea, compartida hoy por mucha gente y expresa con relativa frecuencia en los medios extranjeros: ¿cuánto están los españoles dispuestos a soportar antes de rebelarse? La pregunta enlaza con el viejo mito de los españoles raza indómita, bravía, levantisca, difícil de sojuzgar.
Mentira pertinaz. Somos un pueblo manso, sometido, servil. El pueblo del ¡Vivan las caenas! y el lejos de nosotros, etc. El pueblo del miedo. En alguna ocasión hemos respondido a la brava y nos han dado tal paliza que aún la recordamos. No obstante, aquella respuesta del 36 sirve para mantener vivo el mito de la raza impetuosa. Pero es un mito. Preguntaba José Luis Sáez de Heredia a Franco al final de su biopic de 1964, Franco, ese hombre, si los españoles éramos tan difíciles de gobernar como se decía. Respondía el Invicto, en resumidas cuentas, que no. Se nos puede gobernar desde la ilegitimidad y no decimos nada. Se nos puede gobernar tras una guerra civil y una larguísima postguerra de terror o después de unas elecciones en las que se prometió lo contrario de lo que después se hizo. Resurge el miedo y no decimos nada. Somos el país del silencio.
Parece mentira cuando la experiencia es la de una enorme algarabía con todo el mundo hablando al mismo tiempo, los políticos, los curas, los empresarios, los deportistas, los criminales, los policías, los homos, los heteros, los flautas, el gobierno, la oposición, los extranjeros, los plumillas, los opinantes, los blogueros, Palinuro; todo el mundo. Y nadie. Nadie a quien se conceda crédito. El gobierno carece de él y los demás, también, excepto, en cada caso, para sus muy fieles seguidores. Y eso es silencio. El silencio del miedo que produce hombres huecos.
La página de diario de la imagen nos retrata: el silencio es la expresión de los hombres huecos que es como se han traducido los Hollow Men de Elliott. Además, curioso, abundan las máscaras de Guy Fawkes, como reverberando la segunda línea de la dedicatoria del poema, A penny for the Old Guy. Máscaras que hacen más pesado el silencio porque ocultan la identidad del que habla. Así que, como somos españoles y dados al silencio, acabamos haciendo lo que dice el poeta Vamos a tientas, juntos/Evitando hablar.
Somos hombres huecos. El gobierno es de una oquedad alucinante y ni se esfuerza en parecer verosímil. Los curas no paran de decir dislates para evitar hablar de los acuciantes problemas reales de la gente. A nadie le importa un rábano en este momento con quién se casa el prójimo porque casi nadie puede casarse. Los catalanistas tocan a rebato detrás de Sant Jordi; los españolistas, de Santiago y cierran en orden de combate. Al rey le patinan las meninges de forma lamentable y está más interesado en parecer rey que en serlo. Una parte de la izquierda no sabe si salvar España, Europa o los 400€ de las prestaciones. La otra pretende congregar a la manada a base de consignas dispersas o de maximalismos. Los ecologistas por un lado, l@s feministas por otro, el 15M por otro más. Un guirigay ambiental en todo equivalente al silencio.El silencio de la nave de los locos.
¡Ah! No se debe caer en el pesimismo. El silencio también es sabio, es prudente, le pasa como al miedo: guarda la viña. No, no, la sabiduría del sabio de verdad, el Buda, vamos, el que no necesita de la palabra. Sí, es una forma de sabiduría que glorifica su propia miseria, esa sabiduría amarga del lema del famoso autorretrato de Salvator Rosa: cállate a no ser que lo que vayas a decir sea mejor que el silencio. Y ahí está el problema, en ese decir.
(La imagen es una foto de TheAlieness GiselaGiardino, bajo licencia Creative Commons).