El presidente de la Comunidad de Madrid ha estado a visitar al del gobierno de España en La Moncloa. Tienen muchos asuntos por tratar; especialmente el de Eurovegas. Uno de esos proyectos megalómanos que duran años, en torno a los cuales se hacen fabulosos negocios, se cometen delitos, hay todo tipo de tejemanejes y emergen al final como fuente de escándalos y corruptelas diversas en las que acaba involucrada la flor y nata del país, políticos venales, nobles apandadores, toreros, tonadilleras y los estafadores de turno.
Eurovegas es, junto a la nueva Ley de Costas de Arias Cañete, la prueba más clara de que el gobierno pretende la vuelta a la burbuja del ladrillo. Y no solo eso. También concita la animadversión de la iglesia porque, no viendo qué beneficio material podría ella obtener de la iniciativa, no puede olvidar la depravación de las costumbres que este tipo de establecimientos implica.
Claro que la iglesia ya no es de fiar. El pronunciamiento del espiscopado catalán por la independencia trae a primer plano el último rebullir de los nacionalistas soberanistas. Estamos en campaña electoral y la cuestión nacional toma especial relieve. El repentino sprint independentista de Mas ha provocado las amenazas del centro, directas, descarnadas: intervendrá el Tribunal Constitucional y, si Mas ignora su decisión se le aplicará el Código Penal. Esta posición parte del supuesto de que el TC desautorizará el referéndum de autodeterminación. Y seguramente será lo que haga. Pero tendría gracia que este órgano autorizara la celebración de la consulta. No hacia falta que nadie echara leña al fuego del independentismo catalán que, desde la diada, se manifiesta crecido. Pero, por si acaso los ánimos se enfriaban, soltó Wert lo de españolizar, consiguiendo el resultado que probablemente buscaba de provocar a los nacionalistas. En todo caso este está siendo ya hegemónico en el debate político catalán y está dejando al PSC en una incómoda posición sucursalista que provoca enfrentamientos internos y escisiones, cosa poco frecuente en los socialistas.
El PSOE sigue perdido en el laberinto de la última derrota electoral, con las encuestas nada favorables. En Cataluña se enfrenta a un problema de identidad; en Galicia a uno de visibilidad; en el País Vasco a uno de relevancia. Es una situación de debilidad y evidente desproporción con un gobierno de mayoría absoluta, que marca todos los territorios.
Algo similar sucede con la otra izquierda. Espera resultados modestos en Cataluña y el País Vasco, en donde compite con la izquierda nacionalista y aspira a algo más en Galicia a cuenta de la iniciativa de Syriza. Pero Extremadura trae los peores fantasmas del pasado, los de las peleas intestinas, ultimata, medidas excluyentes, etc, etc.
En algo parece estar de acuerdo la oposición de izquierda: el debate nacionalista es una cortina de humo para ocultar el ataque al Estado del bienestar desatado por las dos derechas, la española y la catalana, para que no se hable de los recortes y la conculcación de derechos. Bien pudiera ser cierto. Pero igualmente lo es que sobre estos asuntos de la crisis/estafa está prácticamente todo dicho. No es hablar lo que se necesita, sino hacer y ahí están las cosas más difíciles..
(La primera imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).