Los académicos y teóricos desconfían del concepto de liderazgo pero, como a la fuerza ahorcan, han tenido que rendirse a la evidencia de que los sistemas políticos democráticos necesitan dosis de este factor. Los sistemas políticos y todo empeño del común. En toda empresa humana colectiva es siempre imprescindible alguien que muestre energía, dedicación, visión de futuro, que sepa agregar esfuerzos y orientarlos, que no decaiga en momentos de flaqueza y no se embriague en los de vigor. Se necesita siempre un líder que señale el camino y una colectividad que lo siga en una relación de mutuo respeto democrático. El lider se impone a la colectividad, pero con el consentimiento de esta. Es un Churchill, un Roosevelt, un Adenauer, un De Gaulle. Un lider democrático.
El problema del liderazgo suele ser su sucesión. El lider es irrepetible y, quienes vienen detrás es fácil que no estén a la altura de lo que recibieron. No es que los líderes tengan tendencia a rodearse de gente vulgar, segundones sin personalidad y meros pelotas (o algo peor), aunque algo de esto hay. Es que las relaciones de poder son así. No todo el mundo tiene madera, empuje, garra de lider. La mayoría es de espíritu sumiso y mediocre y sirve más para ser liderada que para liderar.
El ejemplo del último acto en el paulatino hundimiento del PSOE es suficientemente ilustrativo. Y, por cierto, ofrece un curioso paralelismo con el hundimiento de PRISA. Ambas organizaciones, el partido y la empresa conocieron sus mejores momentos, su mayor gloria, su preponderancia y se ganaron el respeto y la admiración generales cuando estuvieron dirigidos por dos hombres que, cada uno en lo suyo, eran líderes natos, dos leones en el sentido de Pareto, que vivieron rodeados de zorros, siempre en sentido paretiano que, al final, acabaron quedándose con sus empresas.
Felipe llevó el PSOE a su momento de mayor esplendor en los años 80 y cosechó tres mayorías absolutas, cosa que no ha hecho nadie. Nadie después de los zorros y las medianías que heredaron su partido fue capaz de igualarlo. No lo consiguió Zapatero con sus entecas mayorías relativas y mucho menos Rubalcaba que solo cosecha fracasos. El destino de los líderes: hacer una obra que sus secuaces, faltos de su carisma y personalidad se limitan a desguazar, aunque invocando siempre la inmarcesible personalidad del fundador al que, en el fondo, envidian.
Lo mismo con Polanco: llevó PRISA al cénit, fundó y mantuvo El País, probablemente el mejor periódico en español del mundo, gracias a sus dotes de empresario audaz, hombre de personalidad, de fuertes y claras convicciones, duro, correoso e inteligente. Un empresario de los que hay poquísimos. A su lado, un segundón, Cebrián, que, como Rubalcaba con Felipe, creció a la sombra del lider, se convirtió en su alter ego, predicó su filosofía, se identificó con él y esperó pacientemente a poder sustituirlo, momento en el que puso en práctica sus obtusas ideas y en un plazo record consiguió hundir la empresa de su patrocinador poco más o menos como Rubalcaba ha hundido y sigue hundiendo el PSOE. Por lo menos cabe decir que en este segundo caso no se da esa repugnante muestra de codicia personal que marcará para siempre la personalidad de Cebrián, capaz de cobrar un millón de euros mensuales de la empresa que, en cierto modo, heredó, de la que era responsable y que ha dejado en la ruina.
Cuando un líder desaparece o se retira sustituirlo no es fácil y su empresa suele entrar en aguas turbulentas. Pero es forzoso hacerlo ya que, en caso contrario, al quedar vacante el liderazgo, la acción colectiva embarranca en la peleas de corrala de las mediocridades que quedan al mando de los departamentos inferiores. Como se ve claramente hoy en el PSOE y en El País, en donde se consolidan los elementos más paniaguados, tiralevitas y pelotas de la cofradía y expulsan a quienes tengan algo que decir.
El País necesita un Polanco y el PSOE un Felipe. Y ninguno de los dos puede conseguirlo. Polanco está muerto y Felipe ya no es el lider de los ochenta sino alguien muy distinto, minado por la complacencia, la inacción y la sumisión a la política del espectáculo y cuya presencia ya no estimula a nadie sino que genera melancolía.
Es una pena en ambos casos. El País fue un periódico extraordinario que no es hoy sombra del de entonces, poblado como está de gentes agradecidas a la magnanimidad de una jefatura tan incompente como ella. El PSOE, lo mismo, sometido a una subclase de militantes acríticos y burócratas cuasi profesionalizados que entran y salen de los cargos del partido en los del Estado y viceversa sin aportar nada, sino todo lo contrario, a la necesaria revitalización de un programa socialdemócrata claro, único que puede sacar a España de la involución que la está sometiendo la carcunda gobernante.
(La imagen es una foto de Merche_Falagán, bajo licencia Creative Commons).