Nadie oye con agrado las críticas y, menos que nadie, los políticos que, sin embargo, se pasan el día pidiendo opiniones sobre su actividad, críticas para mejorar, dicen, feed-back para corregir el rumbo, los más viajados. Es como en la Academia o el Foro. Toda opinión se profesa siempre sometida a otra mejor. Pero, si se formula esa otra mejor, se arma una gresca. Porque las críticas escuecen. Y en la política, una actividad que se quiere heroica, salen ronchas.
Por eso, la contumacia en la crítica de Tomás Gómez, secretario general de los sociatas madrileños, tiene su mérito, pues se arriesga a que haya movimiento en su contra, animado por la dirección del partido. Es verdad que Gómez no personaliza en Rubalcaba y tiene buen cuidado de orientar sus reproches al conjunto del partido, del que él mismo forma parte. Su crítica se entiende así como autocrítica o "crítica desde dentro" lo cual se supone la hará más digerible.
O no. Esta dirección, como todas, lleva mal las críticas. Normalmente no responde de modo directo sino a través de algún tercero significativo, algún otro barón, para decir que no es el momento de criticar sino de cerrar filas, arrimar el hombro, etc., etc. Por lo demás, la suerte está echada y las decisiones tomadas. Habrá conferencia política en el otoño, un manojo de teóricos está garabateando papeles para presentar un aluvión de propuestas de forma que las cosas queden más embarulladas que antes.
Pero la crítica de Gómez es muy pertinente y la dirección tiene que afrontarla y darle una respuesta. Señala tres o cuatro puntos que están en el ánimo de todos y pueden resumirse así: 1º) el PSOE debe hacerse más visible; 2º) romper con hechos la imagen de que no se diferencia del PP; 3º) elaborar una alternativa propia, solcialdemócrata, de izquierda, a la crisis; 4º) emplearse a fondo en la oposición en el Parlamento y en la calle.
Son, desde luego, tareas pendientes del PSOE, al que Palinuro también juzga aletargado, aún no recuperado de su último descalabro electoral. Y conviene que salga de él cuanto antes porque hay tareas nuevas. En concreto, la cuarta es sobrevenida, gracias a la acción de Gordillo y el SAT. Y es también la más delicada, pues abre un debate complejo y peligroso acerca de si la política debe circunscribirse a las instituciones o caben las acciones espontáneas, callejeras, extraparlamentarias.
A Gómez debe reconocérsele, cuando menos, la valentía de reconocer la necesidad de una respuesta a algo nuevo. Se distingue de la dirección que se niega a reconocer la cada vez más extendida oposición extraparlamentaria espontánea y popular, se limita a condenar el asalto al supermercado y a pedir la aplicación de la ley.
Tomás Gómez es más audaz, más matizado, más de izquierda. Empieza por reconocer que hay agitación en la calle, es legítima mientras sea pacífica y legal y el PSOE debe participar en ella. También él reprueba la acción directa de Gordillo y pide se aplique la ley pero, advierte, toda y siempre: a los jornaleros y a los banqueros. No hace falta decirlo, sostienen los del PSOE. Sí, sí hace falta decirlo, responde Palinuro, El último gobierno de Zapatero indultó a un banquero.
Esos matices y una posición más de izquierda hacen pensar que quizá Gómez sea asequible a algún razonamiento absolutamente ajeno al espíritu de la dirección del PSOE. Las acciones de Gordillo, la pasada, la presente, las futuras mientras esté en libertad, son actos de desobediencia civil, esto es, rupturas pacíficas de la legalidad por razones de conciencia y sin rehuir la responsabilidad por los propios actos. Responder a eso con un "aplíquese la ley", como si se tratara de una reyerta entre bandas de narcotraficantes, es no saber en dónde se está. Gómez debe darse cuenta de que la ilegalidad de la desobediencia civil no es un resultado sino un síntoma de un mal más profundo, de injusticia social clamorosa frente a la que el PSOE no puede permanecer impasible ni es lógico que aborde con recetas neoliberales.
(La imagen es una foto de Alfredo Pérez Rubalcaba, bajo licencia Creative Commons).