Si he entendido bien la teoría de Naomi Klein, éxito de ventas universalmente aclamado, La doctrina del shock, el truco de las clases dominantes consiste en tenernos como normalmente se dice con el susto en el cuerpo. Para ello basta con echar una ojeada a los titulares de prensa: en recesión también en 2013, por quinto o sexto año consecutivo. En otro lugar he leído que España no recuperará su nivel de vida de 2008 hasta 2025. Preparan a la gente para lo peor en la idea de así aceptará lo malo. Todas las noticias son negativas e invitan al pesimismo. En esa situación, las medidas restrictivas del gobierno, todas ellas orientadas a sacrificar las clases medias y bajas sin una sola referencia a las altas, sin un solo gesto de obligar o, cuando menos perseguir a los defraudadores, son vistas como una agresión que esta vez se ha cebado en los funcionarios y mañana lo hará en los jubilados.
La movilización social creciente desde la llegada de los mineros a Madrid se ha acelerado debido sin duda a diversas anédoctas que dan en revelar a ojos de la opinión que quienes toman tales medidas en contra de los sectores más vulnerables de la sociedad son los mismos que, bien por corrupción, bien por incompetencia, han causado el desastre en que nos encontramos. La comprobación de que el rescate impone sacrificios a una población a la que los responsables bancarios llevan años estafando de modo descarado (como se prueba con el increíble asunto de Bankia) aumenta la indignación; como lo hace que los millones que ven desaparecer su paga extraordinaria se desayunen con la noticia de que Telefónica (antaño empresa pública) renueve su contrato con Urdangarin por 1,4 millones de euros; y como lo hace asimismo que quienes, a consecuencia de estas componendas, se ven en el paro, sean insultados públicamente por una descerebrada diputada del PP, descendiente de familia de caciques de toda la vida con un "¡Que se jodan!". La gente lleva mal que le sisen, rebajen o destruyan sus medios de vida, pero lo lleva peor cuando, además, percibe que, quienes lo hacen, se ríen de ella.
La movilización social creciente desde la llegada de los mineros a Madrid se ha acelerado debido sin duda a diversas anédoctas que dan en revelar a ojos de la opinión que quienes toman tales medidas en contra de los sectores más vulnerables de la sociedad son los mismos que, bien por corrupción, bien por incompetencia, han causado el desastre en que nos encontramos. La comprobación de que el rescate impone sacrificios a una población a la que los responsables bancarios llevan años estafando de modo descarado (como se prueba con el increíble asunto de Bankia) aumenta la indignación; como lo hace que los millones que ven desaparecer su paga extraordinaria se desayunen con la noticia de que Telefónica (antaño empresa pública) renueve su contrato con Urdangarin por 1,4 millones de euros; y como lo hace asimismo que quienes, a consecuencia de estas componendas, se ven en el paro, sean insultados públicamente por una descerebrada diputada del PP, descendiente de familia de caciques de toda la vida con un "¡Que se jodan!". La gente lleva mal que le sisen, rebajen o destruyan sus medios de vida, pero lo lleva peor cuando, además, percibe que, quienes lo hacen, se ríen de ella.
Pero en ese ataque indiscriminado, ese atraco a las rentas más modestas, a los ahorros familares, el gobierno puede acabar soliviantando al conjunto de la población en su contra. De hecho es lo que viene fraguándose desde el famoso consejo de ministros del último viernes. Y hay un calendario de actividades que va a hacer mucho para que el movimiento popular contra el rescate se consolide y, quizá, se convierta en colaborador o socio del 15.M. La cuestión es si de ahí puede arrancar un movimiento que imponga la celebración de un referéndum sobre el rescate o, en su defecto, una crisis de gobierno.
Las movilizaciones que vienen dándose en Madrid responden a este clima de zozobra e incertidumbre y es de desear que se conviertan en focos de acción ciudadana integradas en redes más amplias a través de las cuales coordinar su acción. A falta de un referéndum sobre el rescate, que es poco probable, una huelga general convocada por los sindicatos para septiembre puede ser un momento decisivo para que la movilización haga sentir su fuerza.