Diez de la mañana de un soleado día de mayo. Monseñor Pouco da una rueda de prensa para explicar la alegría de la iglesia como cuerpo místico ante los nuevos contenidos de esa materia semidemoniaca de Ciudadanía.
- El cuerpo místico de Cristo no descansa. Está siempre en acción, luchando contra el maligno, el mundo, sus pompas y sus obras. Siempre blandiendo la espada de la fe para que no eche raíces la herejía, el cisma, la blasfemia o los pecados contra natura. Fue así como convencimos al ministro, que es hombre devoto, de que omitiera toda referencia a la "homofobia", concepto incomprensible para los escolares.
- Pero, monseñor,-señala un joven reportero, recién salido del nido- la homofobia es un delito.
- Precisamente por eso, hijo mío. No vamos a convertir la Ciudadanía en una apología de los delitos.
- No -porfía el importuno-, si es al revés.
- El mal no tiene derecho ni revés, mi joven amigo. Cualquier intento de exponer las almas cándidas de los escolares al contagio con el mal y el pecado debe ser combatido. Combatido con la decisión de la iglesia, que no deja pasar una.
Once y media de la mañana del mismo día. El Cardenal Pouco interviene en un magazin radiofónico de "Radio Calvario" en un programa llamado"El alma de España":
- Sí, fuimos nosotros quienes insistimos para que Ciudadanía condenara el "nacionalismo excluyente". Contaré una anécdota: la autoridad civil quería que se condenara todo nacionalismo sin más. Nos pareció poco prudente, porque puede haber un nacionalismo bueno, saludable, cristiano. Lo que condenamos es la exclusión porque no hay nada más anticristiano. La iglesia católica es inclusiva, quiere proteger bajo sus alas a toda la humanidad, por eso es católica. Algunos dicen que tenemos un espíritu belicoso e imponemos nuestras creencias a sangre y fuego cuando podemos. Pero yo os digo que eso es falso. Nuestras creencias, que son las verdaderas, se imponen por el amor y la caridad. Lo de la sangre y el fuego es de épocas pasadas cuando, si la iglesia pecó, así fue por la voluntad de Dios para su mayor gloria.
Dos en punto de la tarde. El día está denso por una nube de aire africano. El Príncipe de la iglesia asiste a un almuerzo en la sede del Arzobispado en honor de la alcaldesa de la capital del Reino, quien acaba de declarar que jamás cobrará el IBI a la iglesia.
- Monseñor puede estar seguro -afirma la alcaldesa mientras prueba una endibia a la salsa roquefort- de que para cobrar ese tributo habrá que pasar por encima de mi cadáver.
- Dios no lo quiera, hija. No lo digo por la exacción sino por tu cadáver. Estamos realmente reconocidos a la corporación municipal, de cuya devoción y piedad no teníamos dudas ya desde los tiempos del alcalde anterior a quien el Señor ilumine en su misión de ser el nuevo San Miguel que dirija las legiones celestiales en lucha contra las potencias infernales del aborto y la sodomía.
- San Miguel, Monseñor, y San Gabriel, que anuncia la buena nueva a la doncella.
- Todos los arcángeles, hija -sentencia Monseñor, mientras unta una rebanada de pan de mousse de cabracho, al que es muy aficionado-. Todos los arcágeles y algunos santos, como San Jorge, que derrotó al monstruo de tres cabezas: 1ª) la de la promiscuidad; 2ª) la del control de la natalidad; 3ª) la de los matrimonios gays.
- Me gustaría mucho escuchar sus razones en contra de esa monstruosidad para fortalecer mi fe.
- Pues ven esta tarde a una reunión que tengo con curas párrocos en Alcalá y las oirás. A propósito, dados los tiempos que corren nos hemos permitido pedir al catering que facturen este almuerzo al Ayuntamiento así como un pequeño óbolo para ayudar a reparar el tejado que tiene goteras.
Cinco de la tarde del caluroso día. Sigue el aire esfixiante del África. Monseñor preside un sínodo diocesano en la iglesia de San Alejandro Parvo, de céntrica ubicación. El ambiente del concilio está tenso y cargado no solo debido al aire africano sino por la decisión municipal de pedir al obispo Puig Serrat que ahueque el ala a causa de sus declaraciones homófobas. Monseñor Pouco toma la palabra:
- Parece mentira. Vengo ahora de estar con la alcaldesa de Madrid, fiel hija de la iglesia y me encuentro esta sublevación municipal, casi masona y republicana. En efecto, en efecto, basta con salir a la calle para darse cuenta de que el África empieza en los Pirineos. Un país de salvajes, hombre, gobernados por acémilas. Porque, en definitiva, ¿que ha dicho el obispo? Que los homosexuales son unos enfermos. Lo mismo que decía la OMS cuando era una verdadera organización cristiana y no como ahora, una especie de soviet internacional de la homosexualidad. Lo diré con más claridad: la internacional rosa, la que está detrás de esa odiosa campaña de acoso y derribo de este santo varón. Preciso es protegerlo y no permitir que lo linchen unas hordas incapaces de comprender que lo que Monseñor Puich pretende es devolver al redil a las ovejas descarriadas.
Nueve de la noche del día caluroso. Después de los rezos de completas y antes de retirarse a sus aposentos, el purpurado hace repaso del día, uno más que ofrece al Señor en su lucha en favor de la reevangelización de España que el Santo Padre le ha encomendado. ¿Por qué no ha de estarle resrvado por la gracia divina el destino de un nuevo Santiago y cierra España?
(La imagen es un cuadro de Champaigne con un triple retrato del Cardenal Richelieu (hacia 1640)).