Cunde la indignación en el país. A cada nueva noticia se alzan más voces escandalizadas pidiendo justicia, castigo a los culpables, depuración de responsabilidades y otras medidas en respuesta a un panorama de quiebra del sistema financiero inducida por una mezcla de decisiones erróneas, prácticas corruptas, presumibles delitos y puros disparates. A la parte alícuota de la crisis general de la deuda soberana que ha correspondido a España se añade un desastre bancario interno presumiblemente provocado por la manipulación de las cajas de Madrid y Valencia por el PP. Es decir, la particular experiencia patria es de un doble quebranto del que no cabe salir si no es aceptando asimismo doble sacrificio.
Lo malo de esta segunda tanda de restricciones y privaciones es que viene siempre acompañada con nuevas noticias que sacuden los cimientos del orden social y atacan la solidez de la base moral sobre la que se pretenden obtener los nuevos sacrificios. La lluvia de casos de corrupción, de ineptitud, de enchufismo o de despilfarro que jalonan el modo en que la derecha lleva años gestionando entidades como Caja Madrid o Caja Valencia en provecho propio o del partido, tienen a la ciudadanía encendida. Los casos escandalosos de gestores que han quebrado bancos, premiados con primas millonarias evidencian cómo son los mismos que provocaron la crisis, los banqueros, quienes nos han metido ella, los que pretenden ahora seguir especulando con una solución basada en el sacrificio de todos.
La gota que ha colmado la medida ha sido la crisis de Bankia que tiene un grado considerable de estafa y el gobierno pretende soslayar mediante una solución in extremis que no parece vaya a salirle debido a la oposición del Banco Central Europeo. Sobre todo indigna que las autoridades impongan una política de secreto y silencio, impidan la investigación parlamentaria de los hechos, los oculten y pretendan que los responsables de esta catástrofe no asuman responsabilidad alguna. Todo mientras se exige que la gente redoble sus esfuerzos y peche con el rescate de las entidades quebradas quizá fraudulentamente.
Por lo demás, vistos los acontecimientos desde las últimas elecciones del 20-N, está ya claro que Rajoy no disponía de plan alguno para sacar el país de la crisis como afirmó reiteradamente en la campaña electoral e igualmente lo está que en todo momento de su gobierno ha hecho lo contrario de lo que anunció previamente sin conseguir sin embargo los objetivos marcados. España no ha recuperado la confianza de los mercados sino que la ha perdido del todo y la crisis la están pagando y vienen pagándola los de siempre, los sectores más vulnerables que Rajoy se había comprometido expresamente a defender. A estas alturas no queda sector social alguno, fuera de los banqueros y los curas, que no se alce en contra de los engaños de Rajoy y el gobierno de la derecha.
La cuestión es ¿qué ha hecho el PSOE en estos seis meses? Y la respuesta no es tranquilizadora: prácticamente nada. Culpabilizado desde el principio de una crisis que no era suya, ignorado de hecho por un gobierno altanero que se negó a pactar nada con una oposición a la que siguió atacando con virulencia, el PSOE se esforzó por transmitir una imagen de lealtad, constructiva, que no confundía los intereses del Estado con los de un partido o un gobierno y que sabía encontrar terrenos de entendimiento para mejorar la política. En el curso de esta actividad responsable, dejó de aparecer como un partido de oposición activa. Eran tantos los puntos de encuentro con el gobierno del PP que la oposición en sentido estricto ha recaído sobre Izquierda Unida.
Llegado el momento crítico de Bankia, con la opinión prácticamente sublevada en contra de un gobierno que amnistía a los defraudadores, silencia sus fechorías o es cómplice de ellas mientras se ensaña con los más débiles, el PSOE tiene una actitud confusa, ambigua. Quizá obedezca a un responsable deseo de no calentar más los ánimos en una situación explosiva pero, de hecho, equivale a situarse al lado del gobierno y no de la ciudadanía cuando exige que se abra una investigación sobre las responsabilidades en la catástrofe.
De acuerdo con las tendencias marcadas por los últimos sondeos y barómetros, la intención de voto del PSOE sigue descendiendo, Rubalcaba inspira menos confianza que Rajoy y su grado de popularidad sigue siendo inferior al de este, que ha sido históricamente bajo. Si el PSOE quiere volver a perder las elecciones en su día y proseguir por el sendero que lleva a la irrelevancia solo tiene que seguir con esta política de confusa colaboración con el gobierno, sin modularla con una firme defensa de los derechos ciudadanos, de exigencia de investigación parlamentaria, de depuración de responsabilidades por este caos de ineptitud, improvisación y ruina.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).