Es hora de atar cabos. En los últimos años, al socaire de la burbuja inmobiliaria provocada por la ley Aznar de liberalización del suelo. España se había convertido en el paraíso de la especulación y, como todo lo especulativo tiene contornos difusos, también de los negocios sucios, blanqueo de dinero y corrupción galopante. La corrupción suele acompañar a la prosperidad económica como las pulgas al perro. Ya les pasó a los socialistas cuando estimularon la economía. El partido se les llenó de corruptos. Hubo un momento en que tenía encausados, perseguidos por la justicia o condenados un director general de la Guardia Civil, una directora del Boletín Oficial del Estado, el gobernador del Banco de España, un par de presidentes de Comunidad Autónoma y otros peces menos vistosos. En el caso de la corrupción del PP, el asunto parece más complejo, presenta un entramado empresarial, como corresponde a la ideología del partido que la ampara, aunque sin descartar las aventuras personales, al estilo de Jaume Matas que tiene ramificaciones de todo tipo, incluido un punto de contacto con el lado apache de la Casa Real.
Han sido años contemplando cómo una trama corrupta había montado una red de negocios fraudulentos en colaboración con las administraciones públicas de diversos niveles pero todas del PP en Valencia y Madrid. Años viendo los fastos valencianos y lamentando después la ruina de una gestión despilfarradora y corrupta. Y en Madrid el asunto es aun más intrincado porque, sobre darse la presunta corrupción gürteliana, que es un tema de saquear las arcas públicas en beneficio de unos cuantos sinvergüenzas, aparecen escenarios oscuros, con fundaciones misteriosas, como Fundescam, a través de la cual se sospecha pudo financiarse ilegalmente el PP, por no hablar de historias de espionaje que parecen sacadas de un tebeo de Mortadelo y Filemón. Por descontado, la financiación ilegal del PP en Valencia es otra de las supuestas barrabasadas en la comunidad. La financiación ilegal es el juego más sucio que puede darse en la contienda electoral, equivalente al dopaje en el deporte. Si hay financiación ilegal habría que anular el resultado de las elecciones.
En ese panorama de corrupción generalizada la llamada crisis revela asimismo su naturaleza de estafa que, como todas las estafas, es difícil de determinar porque muchas veces los estafados no son menos estafadores que los estafadores. Al final el asunto queda claro viendo quién se salva y quién no. Se salvan los bancos. Nada más. El resto, no; los ministerios, las subvenciones, las empresas, los trabajadores, los autónomos, las universidades, la investigación, la obra pública, la educación, todo cae bajo la podadora de los mercados de la deuda. Curiosamente son los bancos los que provocaron la crisis originariamente al lanzarse al frenesí de la especulación con los títulos de alto riesgo. Y la crisis se mantiene mientras nadie encuentre forma de salvarlos del monumental pastel que han organizado y salvarlos con recursos ajenos pues ellos han malgastado los propios. Ahogados los bancos ahogan la economía, que no puede funcionar sin crédito. Si la economía no funciona no es posible rescatar los bancos. Típico círculo vicioso.
Pero, al lado o además de las prácticas erróneas en los mercados de valores, también cabe preguntarse por la acción pública cuando se da en la banca y en lo que tenga, incluso, de delictivo. Caja Madrid estaba gobernada por el PP, con un consejo de administración de adictos y los dos consejeros de la oposición que no han alzado la voz en ningún momento. La cuestión de quién se hacía cargo de la dirección de Caja Madrid se dirimió en un rifirrafe dentro del PP. Aguirre proponía a su hombre de confianza, Gonzalez y, al final, se avino con Rajoy a que lo fuera Rato. Una decisión política para una Caja que llevaba años gestionada con criterios políticos partidistas. Cuando una gestión requiere 24.000 millones de euros para evitar la quiebra ha sido un desastre sin paliativos. Y de los desastres siempre hay responsables.
Corrupción, gestiones desastrosas, incompetencia, despilfarro, el panorama es desolador. No es de extrañar que en el extranjero no confíen en España. Se ha convertido ya en hábito preguntar a Rajoy por esa confianza que, según él, nos otorgarían los socios europeos apenas se entereran de que él era presidente del gobierno. No más confianza sino mucha menos es la que inspira Rajoy dado que, como puede verse con Bankia, no tiene un conocimiento realista del estado de la economía sobre el que especula, aunque lo que sí parece claro es que el PP, sus allegados y amigos han estado haciendo mangas capirotes con uno de los grandes bancos del país, lo han esquilmado y ahora quieren que los ciudadanos paguen sus desaguisados y latrocinios y sin hacer preguntas ni tener derecho a enterarse de qué haya sucedido.
Los responsables del hundimiento de Bankia deben de ser algunos, pero es imprescindible que se aclaren los hechos y se expliquen. Y esto con independencia de que, como ya dijo Palinuro hace un par de entregas, no está nada claro que el hundimiento de Bankia no sea no el final sino el comienzo de otra crisis. Si Bankia se salva con dinero público, ¿por qué no las otras cajas? Incluso lo bancos comerciales. No hay dinero para un rescate del conjunto del sistema financiero español, aquel que, según Zapatero, era robusto como un roble y estaba tan acorazado como el Bismarck.
(La imagen es una foto de Rafel Robles L., bajo licencia de Creative Commons).