Palinuro es votante del PSOE y, probablemente seguirá siéndolo, a no ser que cambien mucho las cosas, o lo haga el propio Palinuro. Pero no es un voto acrítico, conformista, sino motivado y generalmente fundado en la convicción de que, no siendo la opción ideal (esperar que alguna opción sea "ideal" resulta ingenuo), suele ser a su juicio la menos mala o más razonable. Pero sobre esto hay siempre mucho que hablar y discutir, cosa comprensible porque no está siempre muy claro.
Por ejemplo seguramente la dirección del PSOE piensa que está haciendo lo que debe y como debe en la oposición al PP en las circunstancias actuales. Pero no le extrañará que otros opinen lo contrario. Palinuro, sin ir más lejos, sostiene que la oposición del PSOE es débil, prácticamente inexistente y, lo más grave de todo, no formula alternativas. No se trata de defender el oportunismo pero en el país hay un clima general de descontento que el PSOE no encauza, sino que aparece canalizado por los sindicatos y el movimiento 15-M con algunos meritorios esfuerzos de IU. El PSOE está ausente. Parte de esta ausencia se debe a su deliberada política de configurarse como un partido de Estado. Así, apoya al gobierno en los asuntos de juzga esenciales para los intereses generales de España, lo cual es muy loable y contrasta sobremanera con la sistemática deslealtad del PP cuando estaba en la oposición, pero no contribuye a fortalecer la idea del propio PSOE.
Ese afán por presentarse como una oposición leal, constructiva, añadido al hecho de que, en principio, el PSOE comparte con el PP en gran medida la idea de las medidas que es preciso tomar para salir de la crisis (de forma que las diferencias son adjetivas) es responsable de que no aparezca como un partido de oposición claro y eficaz. Está como desdibujado. Su oposición suele reducirse a una crítica muchas veces formal de las iniciativas que toma el gobierno. Nada más. Pero la iniciativa es siempre del gobierno mientras al PSOE se le reserva la función de espectador con un relativo derecho al pataleo.
Los dos máximos dirigentes de los partidos mayoritarios son dos políticos profesionales con experiencia de decenios a la espalda y habiendo ejercido diversos ministerios. Tienen tendencia a entender la política en términos formalmente similares aunque solo sea por deformación profesional, esto es, como una actividad de transacción permanente, de consensos y acuerdos en comités, comisiones o contactos personales "discretos" o "confidenciales", lo cual, dicho sea de paso, en democracia es algo tan detestable como las cláusulas secretas en los tratados. Exceptuadas las operaciones secretas de los ministerios del Interior y de Defensa, todo lo que en política se sustraiga al conocimiento público es más que sospechoso. Que eso lo haga la derecha -piensa la izquierda-, está en su naturaleza; que lo haga también la izquierda -sigue esta pensando- ya no lo está. La izquierda es publicidad y transparencia y no secreto y cabildeo.
Por experiencia sabemos que siempre que la izquierda y la derecha encuentran un punto de entendimiento es porque la izquierda se ha pasado a la derecha. El movimiento contrario no se da nunca. De ahí, de ese contagiarse de los postulados de la derecha le ha venido el castigo electoral al PSOE el 20-N: su izquierda lo ha abandonado y no parece vaya a volver si el partido no encuentra un discurso claramente diferenciado del del PP y que proponga soluciones sin limitarse a criticar las del gobierno o lamentarse de ellas.
Para eso el PSOE tendrá que clarificar otros asuntos que no son insignificantes, aunque la opinión oficial del partido sea que sí. Por ejemplo, la cuestión de la Monarquía y la República. El nuevo secretario general de las Juventudes Socialistas, Nino Torres, ha roto el cascarón diciendo que a las Juventudes les gustaría que el PSOE defendiera la República. Más modoso el chaval no puede ser, pero no va a conseguir nada porque el PSOE se concibe como un partido dinástico. Se acabaron las tonterías con la República. El PSOE razona aquí como el PP: la cuestión Monarquía-República es una no cuestión que no le interesa a nadie. Quieren decir que no da votos. Es una posición pragmática, no una cuestión de principios, faltaría más. No es concebible un marqués de Zapatero o un conde de Rubalcaba. Pero el pragmatismo no es evidente por sí mismo. Aunque la dirección del partido no lo crea, los militantes y los votantes no son reproducciones de José Bono y su actitud es más bien discrepante y mayoritariamente republicana y laica.
Y laica. He aquí otro asunto en el que el PSOE es extraordinariamente confuso. Quizá también por otra pragmática no cuestión de la iglesia y el Estado. Pero lo cierto y muy lamentable es que nadie sabe qué piensa hacer el PSOE con esa situación en la que la iglesia católica es un Estado dentro del Estado. Lo único que se sabe es que, cuando pudo hacer algo, reforzó la mainmise de la iglesia sobre el Estado.
Así que, cuando no se tienen claras las cuestiones de principios, no se discrepa fehacientemente de las cuestiones prácticas del adversario y no se proponen alternativas, es muy difícil hacer oposición. Al menos una oposición que esté a la altura.