Los medios necesitan noticias. Viven de ellas. Cuanto más llamativas, truculentas, catastróficas, mejor. Si no las tienen, pueden caer en la tentación de crearlas o inventárselas o darlas de tal modo que acaben siendo lo que buscan. ¡Qué más quisiera El País y, con él, los demás, que en el PSOE anduvieran a tortazos, expulsándose mutuamente o escindiéndose, como si fuera IU! Sobre todo cuando el gobierno no es noticia pues su presidente ha decidido que las inaplazables urgencias de ayer pueden ahora esperar por si acaso los asuntos tuvieran la gentileza de resolverse solos, los mercados dejaran la deuda en paz, las agencias de calificación olvidaran el abecedario, la Gürtel fuera una invención de los tribunales y el amigo Urdangarin tuviera los millones supuestamente distraídos depositados en el Instituto para las Obras de Religión, para la conversión de los infieles.
Todo el mundo insiste en que los partidos deben ser democráticos en su funcionamiento interno, que sus órganos de dirección y sus liderazgos deben seleccionarse mediante elecciones y que la práctica de la unción o la designación es autoritaria y no deseable. Pero cuando un partido da ejemplo e inaugura un proceso democrático, muchos piensan que va a fragmentarse y, por falta evidente de cultura política, esperan (y, en el fondo, desean) que las elecciones se conviertan en un guirigay, en una pelea de gallos. Así se venden más periódicos.
El PSOE no debe caer en esa trampa. Ha de mantener un debate a fondo sin personalismos y sin agresividad. El hecho de pronunciarse por primarias abiertas indica voluntad de incorporar a la ciudadanía al proceso decisorio. Y la ciudadanía no quiere broncas.