Contentísimos se han puesto los innumerables monárquicos y juancarlistas del Reino con el mensaje del Monarca. Tanto que algunos, me consta, se agarraron un entripado en la cena posterior y una media moña. Pues nada, hombre, a dormirla, a ver si en el día de hoy amanecen más despiertos. Estaban muy preocupados por el efecto que este mensaje pudiera tener, dada la incómoda situación en que se encuentra la corona con los presuntos garabatos del Duque de Palma, como vaticinaba Palinuro en su post de ayer, Esta noche hablo Yo. Pero ya se han tranquilizado.
¿Y qué ha dicho Juan Carlos para causar tanto alborozo? Que la justicia es igual para todos. Emocionado, El País saca un editorial exultante, hablando de la ejemplaridad real con un juego de palabras a propósito del pobre Urdangarin de comportamiento no ejemplar y, siempre más reticente y republicano, Público titula El rey sobre Urdangarin: "La Justicia es igual para todos". No puedo imaginar lo que dirán los diarios más oficialmente monárquicos, los fieles de toda la vida como Dios manda.
Todo esto muestra el bajo nivel crítico de los comunicadores y hacedores de opinión. Porque, ¿qué otra cosa podía decir el Rey? ¿Que la justicia no es igual para todos? Al afirmar este hecho, el Rey no está concediendo nada, no está haciendo nada que pudiera no conceder o no hacer. La justicia en España es igual para todos, lo diga el Rey o no, pues es la ley. Entonces ¿por qué subrayarlo, festejarlo y, en el fondo, agradecerlo? Porque en el espíritu servil que, por las razones que sean, caracteriza a buena parte de la opinión pública, existe siempre ese miedo a que el reinante o gobernante se salte el imperio de la ley. Sólo así puede explicarse que se hagan fiestas a alguien por decir una perogrullada.
La ley es también igual para Urdangarin quien parece que será imputado ya en los próximos días porque el aluvión de noticias sobre sus presuntos malabarismos de ladrón de guante blanco están colmando hasta la inenarrable paciencia de los españoles. El Rey lo ha dejado claro sin mencionarlo directamente. Pero aunque lo hubiera dejado oscuro, su yerno comparecerá ante la justicia si los jueces lo imputan y los jueces lo imputarán si creen que deben hacerlo.
No acaba ahí esta complacencia entregada a la bienamada monarquía sino que además se pasa por alto el hecho de que hay un caso en que el enunciado de "la justicia es igual para todos" es falso; precisamente en lo referente al Rey, que es inviolable y su persona no está sujeta a responsabilidad. O sea, la ley no es igual para todos. Es digno de consideración el argumento de que no se debe ser radical y sí admitir una insignificante excepción por tratarse de la Jefatura del Estado, pero no convence en absoluto. ¿Qué motivo real hay para que el Rey esté por encima de la ley?
El enunciado también es falso en otros flecos. En realidad, de hecho, hay enormes desigualdades ante la ley y la justicia. Está por ver que la igualdad ante la ley rija también para la infanta Cristina, cotitular de alguna de esas empresas sin ánimo de lucro con las que el matrimonio parece haberse forrado. Y también está por ver que lo sea para el propio Urdangarin. Todos coinciden en pedir celeridad en el procedimiento judicial para evitar juicios paralelos y mayor deterioro de la imagen de la Corona. Efectivamente de sobra se sabe que una justicia lenta no es justicia sino injusticia. Y no está bien que la padezca el Duque de Palma. Ni ninguno de los miles de justiciables del país que la sufren y son tan iguales ante la ley como Urdangarin. Es la enésima repetición de la célebre paremia de la Granja de animales, de Orwell: Todos los animales son iguales pero unos son más iguales que otros.
Tan bajo anda el nivel crítico de la opinión que nadie cuestiona que ese "tradicional" mensaje del Jefe del Estado se pronuncie en coincidencia con la máxima festividad de la iglesia católica, igual que en tiempos del Invicto. Nace Dios y con él viene la palabra del dios de la tierra. Queda por hacer en la tarea de separar la iglesia del Estado. Al lado de la imponente coyunda de esta fecha, que los ministros juren sobre la Biblia, que los crucifijos presidan las aulas, que los curas tomen las calles con los más variados motivos y digan al Parlamento cómo tiene que legislar, son acontecimientos menores.