La derecha ha encajado muy mal el comunicado de ETA anunciando el cese definitivo de la violencia. Rubalcaba, siempre moderado en el lenguaje, dice que hay sectores del PP que llevan relativamente mal el fin de ETA. Efectivamente, palabras exquisitas, miríficas. ¿Relativamente mal? Están que muerden. Según la plataforma de la UGT Salvemos Telemadrid, ésta transmitió el fin de ETA como si fuera la peor noticia de la historia. Y, en efecto, para la derecha es la peor noticia imaginable.
¿Por qué? ¿Porque es un mérito del gobierno y personal del candidato Rubalcaba que puede beneficiarlo en las elecciones? Eso piensan muchos, pero no me parece cierto ya que la derecha cree, con las encuestas en la mano, que las tiene ganadas en todo caso. ¿Porque se han hecho concesiones políticas en contra del Estado de derecho? Lo dicen, pues algo hay que decir, pero tampoco es verdad, como reconoce el mismo Rajoy. ¿Porque se ha atropellado a las víctimas? Quizá lo crean algunas de éstas, pero tampoco es cierto. Los derechos de las víctimas están y seguirán estando salvaguardados.
¿Por qué entonces? Muy sencillo, porque el fin de ETA es el fin del terrorismo y la violencia, el fin del estado de excepción de hecho en que ha vivido el País Vasco los últimos treinta y tres años, el fin del círculo vicioso de acción-represión-acción. Callan las armas y ahora han de hablar las razones. Hay que dialogar, hay que negociar. Es el momento de la llamada Política-con-mayúscula, como gustan clamar los dirigentes de la derecha sin que nunca esté claro qué quieran decir con ello. Y no lo está porque no tienen nada que aportar a ese diálogo, a ese razonar. El nacionalismo español, que habita en el PP y en parte del PSOE no admite que en el País Vasco (y en Cataluña y Galicia) haya un conflicto nacional, más o menos extendido y agudo que cuestiona la actual organizacion territorial del Estado. Para el nacionalismo español no hay nada que cuestionar pues la Constitución de 1978 deja zanjado el problema por los siglos de los siglos y, si acaso, se plantea dar marcha atrás, recentralizar, como suele apuntar Aznar, que siempre lleva dos cuerpos de ventaja a los suyos.
Para la derecha la nación española en sus actuales términos es indiscutible. Lo dijo Rajoy cuando, al comienzo de su primer mandato, Rodríguez Zapatero hizo una consideración que todo estudioso del fenómeno nacional corroborará a no ser que, a su vez, sea nacionalista, esto es, que el concepto de nación es "discutido y discutible". Seguramente Zapatero se refería sólo al nombre, pero éste va pegado a la cosa como las rayas a la cebra ya que es de sentido común: en esta vida no hay nada indiscutible. Cuando se dice que lo discutible es indiscutible, es que no se quiere discutir, probablemente porque se carece de argumentos. Y ese es el problema y de ahí la irritación por el fin de la ETA.
Casi se diría que es la irritación del que se siente engañado por el compañero o colaborador. En el fondo cabe pensar que ETA fue la mejor aliada objetiva de la derecha nacionalista española porque, con su presencia, imposibilitaba el diálogo, la argumentación, la Política, en definitiva. Ese era el favor que también prestó al franquismo. Al otro extremo, ETA fue el mayor obstáculo al desarrollo del nacionalismo vasco. Conozco gente en la izquierda que, desde la perspectiva del realismo político más descarnado, dice que si ese nacionalismo tiene hoy la pujanza que muestra, fue por la acción de ETA. Pero este argumento se me antoja indigno porque supone que el nacionalismo e independentismo no son sentimientos genuinos de la gente sino confesiones arrancadas por el miedo y la abyección moral que acarrea el terrorismo.
En cualquier caso la realidad tumultuosa está clarificando la situación a toda velocidad. A la multitudinaria manifa de la izquierda abertzale en Donostia, han seguido en cascada las peticiones del nacionalismo vasco, radical y moderado: adelanto electoral, acercamiento de presos, derogación de la Ley de Partidos. Los estallidos de las bombas han sido sustituidos por bombazos dialécticos. El último, ese pedido de Urkullu y el PNV de una relación bilateral entre el País Vasco y España, algo de lo que la derecha no quiere ni oír hablar.
Así que la irritación por el fin del terrorismo revela la indignación que produce verse forzado a discutir lo que se considera indiscutible. Y el fastidio de verse relegado a segundo plano porque ese debate llama directamente a la puerta de la izquierda española que tiene que aclarar cuestiones que, también gracias a la violencia, ha tenido soslayadas. En concreto, hasta dónde llegan los derechos de aquellos pueblos de España que se obstinan en considerarse naciones y reclaman unos derechos nacionales el primero de los cuales es contar con un Estado propio. Corresponde a la izquierda, más sensible a estas cuestiones, la tarea de formular una propuesta de reforma constitucional que cuente con el apoyo de todas las fuerzas nacionalistas llamadas "periféricas". Una tarea histórica porque es dar solución racional y pacífica a un problema que surgió con fuerza hace más de cien años y, desde entonces, no ha hecho sino agravarse. La prueba es que lo sienten como propio porcentajes de las poblaciones que no hubieran sido tan altos hoy si la cuestión se hubiera arreglado con mayor audacia en 1978. Y que pueden ser más altos mañana si no se da una solución aceptable para la mayoría.
Algo sobre lo que tendremos que discutir a corto y medio plazo.
(La imagen es una foto de FDV, bajo licencia de GNU Free Documentation).