Público sacaba ayer un interesante artículo de Gaspar Llamazares, titulado de un modo un tanto críptico Frente a la izquierda. Las manifestaciones públicas de Llamazares suelen tener enjundia, no son puras declamaciones partidistas según la consigna al uso, proponen reflexiones y se alejan algo de los dogmas y los aparentes saberes convencionales. De ahí que merezca responder a la reflexión con la reflexión para mancomunar esfuerzos.
Si he entendido bien el fondo del artículo de Llamazares, éste aboga por una unidad de la izquierda pero lo hace desde unos supuestos y con unos conceptos que no le acercan a su objetivo sino que, al contrario, lo oscurecen hasta para él mismo. Quizá por eso no lo hace del todo explícito o lo hace y se me ha pasado.
A fin de intentar aclarar esta cuestión hay que empezar por reconocer algo que mucha gente no admite, esto es, que la izquierda carece de alternativa global al capitalismo. Hace como que la tiene cuando habla de socialismo, pero no lo propone abiertamente, no pide socializar los medios de producción en general. A estos efectos las reiteradas refundaciones no sirven para nada porque refundar sin querer tocar los fundamentos (los famosos principios que nadie cuestiona porque carecen de eficacia) es inútil. Tómese un ejemplo caro a la izquierda: ¿tiene sentido fiar en el discurso de la lucha de clases en sociedades en las que los obreros industriales son un veinte por ciento, mientras que el sector servicios está en torno al 75 por ciento? Su condición ciertamente es de asalariados pero el proletariado implicaba algo más que la condición de asalariado, que ahora no se da.
El término con el que la izquierda radical, de tradición comunista, pero no sólo de ella, quiere definirse y Llamazares emplea un par de veces es el de izquierda transformadora. Sin embargo, a la vista de los hechos, esa transformación no es un criterio descriptivo sino desiderativo. Es una izquierda que quiere ser transformadora pero de momento no lo ha sido. En el largo plazo porque carece de alternativa global verosímil al capitalismo; en el corto (vías reformistas), porque sus exiguas fortunas electorales no suelen darle acceso al gobierno y/o parlamento que son los únicos lugares desde los que se transforma la sociedad por vía normativa.
Aquí es donde el socialismo, la socialdemocracia, que habría de ser la otra parte de una unidad de la izquierda, lleva terreno ganado: ha renunciado al largo plazo de forma que da por sempiterno el modo de producción capitalista y concentra su acción en las reformas que "humanicen" el capitalismo y garanticen mayores niveles de justicia social. La socialdemocracia muestra el resultado de su enfoque bajo la forma del Estado del bienestar.
Y aquí, a su vez, es donde la izquierda transformadora hace un salto en el vacío: olvidando que el Estado del bienestar fue desde siempre objeto del ataque de la izquierda comunista hasta los años setenta del siglo XX, acusado de ser una traición al proyecto revolucionario, esta izquierda se erige ahora en guardiana del atacado y acusa a la socialdemocracia de traicionarlo. En la medida en que esto no es un puro intento de desplazar al competidor para ocupar su sitio, tendrá que estar basado en alguna prueba.
¿Qué más pruebas se quieren que las políticas neoliberales que viene aplicando la socialdemocracia desde la crisis y cada vez que hay crisis? Pero ¿y si se trata de medidas tácticas obligadas por las circunstancias para mejor salvaguardar ese mismo Estado? Eso es algo fácil de entender y los comunistas debieran ser los primeros. ¿No introdujo Lenin la NEP, que suponía un retorno a relaciones capitalistas, sin que nadie lo acusara de haber dejado de ser comunista? En política a veces hay que hacer cosas que en otras circunstancias no se harían. En Extremadura, por ejemplo, Monago, del PP, tendrá que gobernar mirando a la izquierda y por eso no deja de ser del PP; si no, véase con qué decisión defiende la honradez de Camps. Pretender desautorizar una opción política pretextando una ocasional batería de medidas puede ser cómodo pero no justo ni cierto.
La socialdemocracia no va a cambiar sensiblemente ni va a radicalizarse, ciertamente. Sin ella, la unión de la izquierda es una quimera (favor de ahorrar debates sobre el significado metafísico de la izquierda) y con ella la unión no puede pasar de ser una socialdemocracia al estilo de lo que suele llamarse con loable intención "reformismo radical", que es lo que puede darse en una democracia. Ésta, por lo demás, exige ser considerada como un fin en sí mismo y no como un medio para un hipotético fin más elevado.
Comprendo que algo así es decepcionante para quien viene de una tradición revolucionaria que aspiraba a traer a la tierra nada menos que un hombre nuevo. Hoy corregiríamos por una persona nueva. Pero cuanto antes quede claro, antes se hará la unión de la izquierda. A la transformadora le queda por hacer su Bad Godesberg. Que lo haga o no es otra cuestión. Es posible que la irrupción del movimiento 15-M induzca a abrigar esperanzas respecto a la constitución de una nueva izquierda incorporando el venero que llega espontáneamente de la sociedad. Sería la segunda o tercera nueva izquierda que se creara.
(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).