Es el reto y la ocasión de su vida. Y también un momento crucial para el país. Rubalcaba tiene nueve meses para dar la vuelta a una de las situaciones más calamitosas que haya vivido su partido y que amenaza con convertirse en una realidad de desastre para España. Su adversario, Rajoy, es una nulidad en todos los sentidos, en eso está de acuerdo todo el mundo. Pero ello no obsta para que la amenaza que supone el definitivo triunfo de la derecha sea en verdad preocupante. Rabiosos por llevar ocho años en la oposición y crecidos por la reciente victoria electoral el 22 de mayo, los populares ya han comenzado a mostrar su juego en donde tienen que ocupar los puestos de mando: será la política de la mentira, la amenaza, la destrucción del Estado del bienestar, las represalias contra los discrepantes, la aniquilación de las instituciones que puedan actuar como contrapesos, la falta de contención. Los primeros choques en Castilla-La mancha y Baleares, en donde llegan amenazando con dejar de pagar las nóminas de los funcionarios lo ponen en evidencia. Que están dispuestos a todo con tal de alcanzar el poder y ejercerlo queda claro por doquier. El último golpe de mano en la Real Academia de la Historia, consagrando la visión fascista de Franco y la guerra civil así lo acredita. Y los demócratas y la izquierda sin capacidad de reacción.
Está claro que si a Rubalcaba le gustan las dificultades, la que tiene por delante vale por todas. Se encuentra con un partido en horas muy bajas, recién salido de una derrota electoral sin precedentes, en el que le crecen los descontentos, algunos de los cuales amagan con reñirle las primarias y poner obstáculos en un camino que, despejado el que suponía Carme Chacón, prometía ser un sendero de rosas. Devolver la esperanza a los suyos, animarlos con un proyecto atractivo no va a serle fácil. No obstante, si alguien puede hacerlo es él, como demuestran su valoración en los sondeos y la furia de los ataques de la derecha. Con todo, necesitará imaginación e inventiva.
La izquierda transformadora, que sigue en cuotas de representación tan bajas que no cuenta pero resta mucho apoyo electoral al PSOE aparece crecida, con razón o sin ella, por los resultados electorales y, a estas horas, es imposible saber qué hará con sus representantes a la vista de su errático comportamiento en Extremadura.
El movimiento de los acampados, empecinado en su juicio abstracto acerca de la corrupción esencial del sistema y muy próximo a esa idea suicida (y que tanto conviene al PP) de que el PSOE y la derecha son lo mismo también es un obstáculo. Este movimiento cuenta con un apoyo difuso muy considerable que, al no canalizarse en forma orgánica alguna, no lo llevará muy lejos (y el sistema convive con él sin problemas, como se ve) pero será una dificultad añadida al empeño de Rubalcaba y, en el caso de que se produzca violencia, una dificultad que puede resultar mortal.
La paz social amenaza con estallar en mil pedazos. Seguros de su posición de fuerza, los empresarios prefieren acogotar a los sindicatos y, de paso, al Gobierno, obligándolo a hacerles el trabajo sucio y aparecer ante la opinión como el villano del cuento.
A su vez, dicha opinión pública lleva ocho años envenenada por la sarta de infamias, embustes y agresiones en que la derecha mediática ha convertido todo debate e intercambio público. Aquí no se habla, no se razona, sino que se pasa directamente al insulto y la calumnia sistemáticos, lo cual da sus frutos, como puede verse en el resultado de las últimas elecciones en que la gente, atemorizada, vota a quienes son los principales responsables de la crisis en España porque echan la culpa a los demás y amenazan con seguir haciendo lo mismo.
Sólo dos factores (aparte del empuje del propio Rubalcaba) podrían contrarrestar este negro panorama: que hubiera una recuperación económica, por leve que fuera, cosa que los empresarios estan intentando boicotear a toda costa; y que ETA depusiera definitivamente las armas, cosa que el PP también quiere frustrar como sea.
Van a ser nueve meses muy intensos, en los que el PSOE se lo juega todo y, con el PSOE, el país como proyecto progresista, moderado, democrático, equilibrado. Un país que, bien se ve, no quieren la derecha de toda la vida ni esa izquierda minoritaria pero vociferante, que sigue torpedeando la posibilidad de una sociedad progresista a base de agitar el espantajo de una transición traicionada.
En un artículo en el que, entre otras cosas, muestra no haber entendido nada en su día de Marcuse, titulado ¿Quién le pone el cascabel al gato? Santiago Carrillo retorna sobre su vieja consigna de los años setenta de la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura, el viejo león traslada a los intelectuales la tarea de sacar al mundo del marasmo a que lo ha llevado el contraataque del capital una vez que el pacto social de la postguerra ha saltado en pedazos. Quizá no sería mala idea también para la situación en España de no ser porque la mitad de los intelectuales se ha pasado a las más agresivas posiciones de la derecha y la otra mitad vegeta en un paraíso de canonjías burocráticas y mediáticas y será difícil que pueda aportar nada original o rompedor en esos nueve meses de intensa lucha que esperan al candidato Rubalcaba cuyo triunfo desean tantos, entre ellos Palinuro.
(La imagen es una foto de Irekia, bajo licencia de Creative Commons).