Los muertos perviven en la memoria de los vivos. La memoria, que es una potencia del alma, nos hace humanos, cercanos a los dioses por cuanto, gracias a ella, traemos de nuevo a la vida a quienes ya no son. Es una vida vicaria, una vida en la memoria de otros y aun así muy estimada por los seres humanos. Por razones que no tengo muy claras nos gusta saber que nos recordarán.
La memoria se alimenta de recuerdos. Si yo sé que tuve un abuelo del que sólo conozco el nombre será imposible que guarde memoria de él y, si quiero evocarlo, hacerlo vivir de nuevo, no podré. La memoria busca recuerdos a los que agarrarse. Esa es la razón última que mueve a quienes trabajan en pro de lo que se ha dado en llamar la memoria histórica en España, tanto a quienes buscan los restos de sus antepasados enterrados en las cunetas como a quienes los ayudan. Tratan de conseguir recuerdos de unos allegados que desaparecieron hace setenta años, dejando un vacío en la memoria de sus parientes, amigos, vecinos. Es lo que no quieren entender quienes se oponen a la eficacia de la Ley de la Memoria histórica, que ésta es el agregado de una multiplicidad de memorias individuales que luchan por sobrevivir.
La memoria histórica como se ha venido atendiendo afecta a los españoles asesinados por los franquistas en la guerra y los primeros años de la postguerra. A partir de este libro (Joaquim Pisa (2011) Un castillo en la niebla Sariñena editorial, Sariñena, Salvador Trallero, 172 pp) habrá que ampliar este criterio. Por cierto el libro es una joya editorial, está editado en formato apaisado, en cartoné, con papel couché, tipografía cuidada y abundancia de ilustraciones. No es de extrañar que el gobierno aragonés haya premiado al editor.
Volvamos al contenido. Habrá que ampliar el criterio para incluir a los españoles muertos, o sea, asesinados igualmente en los campos de exterminio nazis porque, como muy bien señala Pisa, la dictadura de Franco les retiró la nacionalidad, con lo que los nazis los trataron como apátridas y los deportaron a su antojo. Por tanto son tan víctimas de los nazis como de Franco. Por cierto ha tiempo que los alemanes pagaron las correspondientes compensaciones. No así el Estado español probablemente porque no acepta la responsabilidad directa del franquismo en el hecho que, sin embargo, la hay. En el caso de que Franco los hubiera reclamado, los alemanes se los hubieran entregado con lo cual su suerte no hubiera sido mucho mejor, pero eso no exime al Estado español de responsabilidad heredada en esos crímenes.
Al tratarse de víctimas de los nazis, casi todas ellas están escrupulosamente identificadas, con eficacia teutona, incluida la fecha de su ejecución. Casi todas. A veces en alguna falta algún dato. Es el caso de aquella cuya historia recrea este libro, sacándola prácticamente de la nada, de la noche y la niebla (Nacht und Nebel) en que los nazis la habían sumido, la historia de Mariano Carilla Albalá, un campesino de Lanaja, una aldea de Huesca. Fue el propio Pisa quien, navegando por la red, dio con el nombre entre los deportados oscenses a los campos alemanes y reparó en que era un pariente lejano suyo, algo así como un tío abuelo. Indagó y supo que su familia había perdido su rastro cuando el joven Mariano emigró a Barcelona hacia 1909 y sólo sabía que había muerto en Mauthausen, pues se lo comunicaron en los años cincuenta, con lo que inició los trámites para obtener las reparaciones previstas que resultaron ser muy modestas.
Pero de Mariano Carilla no se sabía nada. El autor se propuso investigar su vida y muerte y tras un más que meritorio esfuerzo que lo califica como un historiador de gran capacidad, consiguió los datos suficientes para probar o conjeturar de modo convincente (interrogando a parientes y amigos y escudriñando archivos y legajos) una peripecia vital que empieza en la CNT en la Barcelona posterior a la semana trágica, entre el pistolerismo sindical y el de la patronal, con el inefable Martínez Anido, el de la ley de fugas, de gobernador militar. Sigue la aventura en la guerra civil, en una sección de caballería de una columna del POUM, lo que quiere decir que los acontecimientos de mayo de 1937 lo dejan desmovilizado. Pasa la frontera francesa en febrero de 1939, va a parar al campo de internamiento de Saint Cyprien, guardado por senegaleses y de ahí se incorpora a una Compañía de Trabajadores Extranjeros. Cuando los alemanes llegan a Dunkerque encuentran a Mariano Carilla con las armas en la mano. De allí, Mariano pasa por una par de Stalags (Stamm-Lagern), que son centros de asignación de prisioneros de guerra, en la baja Silesia y en Trier (Tréveris). El 21 de enero de 1941 un convoy alemán traslada a muchos prisioneros de Trier, entre ellos 75 republicanos españoles (Rotspanier, "rojos españoles"), a Mauthausen. Unos meses después, Mariano Carilla es gaseado en el castillo de Hartheim, el de la portada del libro.
Pisa encaja esta vida así contada en los correspondientes contextos: el anarquismo barcelonés, la guerra civil, el conflicto CNT/POUM con las autoridades y el PCE, los campos franceses, la situación de los refugiados políticos, los campos alemanes. Y lo hace con conocimiento de causa. Por ejemplo, subraya el hecho de que los campos de concentración, en realidad, trabajaban para las grandes empresas alemanas y, al avanzar la guerra, para las de armamentos. Pero también dibuja las inhumanas condiciones de estos establecimientos, como de los campos de exterminio. En el de Mauthausen se detiene en especial en la famosa "escalera de la muerte" (Todesstiege) que los prisioneros tenían que subir, como se ve en la foto, con mochilas cargadas de piedras once horas diarias, hiciera el tiempo que hiciera.
Pisa comienza su libro aludiendo a otro de Juan Pérez de la Riva, Para la historia de las gentes sin historia con lo que pone de relieve la necesidad de cambiar el punto de vista del historiador en cuanto al sujeto de la historia. Me ha venido a la cabeza un pasaje de Bertolt Brecht, que no soy capaz de ubicar (creo que es de Los negocios del señor Julio César, pero no estoy seguro) en el que dice más o menos lo mismo, que la pirámide de Keops no la elevó Keops sino decenas de miles de personas que son las protagonistas de la historia. Gentes anónimas con sus destinos a veces crueles, como el de Mariano Carilla Albalá cuyo nombre figura grabado en el memorial de Hartheim aunque, extrañamente, sin fecha de ejecución.
Termina Pisa su libro con una reflexión sobre el concepto de Arendt de la banalidad del mal a propósito de Eichmann y subraya la aparente (solo aparente) contradicción que pareciera darse entre la magnitud del mal y la indiferente eficacia burocrática con que se ejecuta. Pero a veces esa eficacia falla: no consta la fecha del asesinato de Mariano Carilla, negligencia que pone una nota de melancolía en el curso de una historia terrible muy bien narrada.