Aprovecharon el trigésimo aniversario de la intentona de Tejero para estrenar esta primera versión del episodio y de la cual he sacado una impresión pobrísima. Está hecha así como con técnicas narrativas gringas, con interminables travellings acompañando a los protagonistas por los pasillos del Congreso de los diputados y el palacio de la Zarzuela, que son los dos escenarios en que tiene lugar casi toda la acción, con muchos primeros planos de gestos decisivos, miradas fulminantes y diálogos cargados de significado. Es una historia insulsa porque, sobre conocerse el final de antemano, más parece un intento de reconstrucción de los hechos que otro de recreación.
Entiendo que la película cumple dos funciones: la primera será dificultar que a alguien se le ocurra hacer otra menos cargante sobre lo mismo y la segunda abonarse a una determinada interpretación de los acontecimientos. Porque el golpe está contado casi exclusivamente como una descripción procesal de la trama, sin veleidades de ningún tipo de ponerlo en relación con otros aspectos de la vida como pudiera ser, por ejemplo, la reacción de la calle. Hay un par de brevísimas secuencias referentes a las apresuradas medidas que toma algún sindicato y nada más. Es llamativa la falta de referencias a la prensa. Este golpe se perpetró, se decidió y se hizo fracasar a través de unos teléfonos que hoy parecen piezas de museos, lo que levanta la irónica sospecha de que, si llega a haber móviles por entonces, a lo mejor las cosas hubieran transcurrido de forma distinta.
A los implicados, desde luego, les falló la comunicación. Y a la película también. Parece como si la intentona se estuviera dando en otro país y los espectadores (que, por lo demás, ayer éramos cuatro) no tienen la sensación tampoco de que aquello haya llegado a pasar en el suyo. Todo eso hubiera podido resolverse conectando los hechos históricos con la vida cotidiana, por ejemplo a través de una historia colateral que los hiciera más cercanos, un noviazgo de un guardia civil o alguna peripecia familiar de cualquier participante, algo que rompiera la molesta manía de mostrar continuamente personajes reales pero figurados, a cada cual más rebuscado y peor caracterizado, para que la gente juegue a ponerles nombre: "mira, Carrillo, Gutiérrez Mellado, etc".
Lo importante, con todo, parece ser imponer una interpretación que gira en torno a la cuestión de qué hizo el Rey en aquellos momentos y que según el film consistió en enterarse por la radio de lo que estaba pasando, hacerse cargo del mando desde el primer instante, previa bendición paterna impartida, cómo no, por teléfono y, ya en el mando, con pulso firme y rodeado de su reverente Casa Real y su familia, salvar España del desastre.
Es posible que las cosas discurrieran como las narra la película que pretende así zanjar la sempiterna polémica sobre el comportamiento del Monarca pero si con ello se pretenden refutar las teorías conspirativas sobre el 23-F el empeño es vano. Esas teorías prescinden de los hechos porque se formulan en función de otros objetivos y proyectos. Basta con ver las que siguen vivas y coleando sobre el 11-M.
Además, la interpretación que goza de mejor salud es la que quiere situar la intentona dentro de una más amplia del conjunto de la transición en España, algo con más empeño teórico. Una según la cual la transición fue un engaño, una rendición de la izquierda, un compromiso vergonzoso y un abandono de sus principios y objetivos a cambio de la cooptación en un sistema seudodemocrático. Es una visión de la transición que cierta izquierda radical (de esa que se llama a sí misma "transformadora" y que ha sido incapaz de elaborar un discurso propio como no sea culpar de todo a sus mayores) repite con insistencia como explicación del marasmo en que se encuentra en la actualidad. Desde este punto de vista la intentona de Tejero tiene muy difícil encaje. ¿Para qué había que dar un golpe si las cosas discurrían según lo previsto por el franquismo?
La pregunta no tiene respuesta pero la interpretación del golpe se acumula sin más miramientos a la de la transición en su conjunto para no andarse con pequeñeces: la peripecia del Congreso fue otra vuelta de tuerca de una democracia tutelada que, a partir de entonces abandonaría toda veleidad izquierdista. En materia de relaciones internacionales (OTAN, CE), de organización territorial del Estado, etc, se restablecería el orden y el buen sentido, el franquismo sin Franco, la seudodemocracia, el PSOE, los GAL... El pecado es siempre original y lo cometen otros.
Que la transición no fue un programa determinado, que las cosas sucedieron según las relaciones reales de fuerzas y no según conspiración alguna, que el golpe fue una reacción imprevisble de un estamento militar que aún no había entendido que el poder en España era civil pero que pudo haber triunfado a pesar de sus rasgos bufos son consideraciones que afectan poco al vigor de estas interpretaciones que no son tales sino visiones sesgadas con una finalidad autojustificativa evidente.