El 22 de abril de 1969, cuando Theodor Wiesengrund Adorno, filósofo, musicólogo, sociólogo, cabeza junto a Horkheimer de la Escuela de Frankfurt, se disponía a iniciar su clase magistral, tres jóvenes con las tetas al aire subieron al estrado e intentaron besarlo. Se organizó un escándalo. Adorno se retiró muy dolido y unos días más tarde se quejaría en Der Spiegel de que le hubieran hecho algo así a él, que siempre había estado en contra de toda represión sexual. Algún mes después, cuando los estudiantes ocuparon el Instituto de Investigación Social que él dirigía, Adorno llamó a la policía. Murió aquel verano del 69 probablemente amargado por la incomprensión cerril de unos estudiantes ultrarradicales que reclamaban acción y no querían que les siguieran dando teorías. Siendo así que él había respondido a la undécima tesis sobre Feuerbach diciendo que "hasta ahora los filósofos no han interpretado suficientemente el mundo".
La profanación de la capilla de Somosaguas tiene elementos del happening de Frankfurt, salvando los tiempos y los países. Han pasado 42 años y si en Alemania se reventaba una Vorlesung de Filosofía, en España se profana un templo. Cada cual a lo suyo. La reacción social ha sido casi unánime y cada cazador ha disparado a su pieza: el Rector, un probo izquierdista, ha condenado enérgicamente los hechos y abierto un expediente; el Gobierno de la Comunidad de Madrid ha pedido la dimisión del Rector por lo del Pisuerga; los medios de la derecha se han puesto a jurar en arameo hablando de gamberrismo, atentado contra la libertad de conciencia, ultraje, blasfemia, provocación, allanamiento de morada (y morada celestial les faltó decir), persecución de los cristianos, nueva época de caza del clero y quema de iglesias etc. Los del centro izquierda guardan un incómodo silencio. La sociedad civil pide castigos ejemplares para esos jóvenes que a saber no ya si son estudiantes sino si son jóvenes.
En el fondo, esa furibunda reacción revela el miedo de la Iglesia y del cristianismo en general a las mujeres. Porque lo decisivo de Somosaguas no ha sido la profanación en sí sino los pechos desnudos de las chicas. Por ahí sí que el Orden no va a pasar. La religión lleva siglos oprimiendo a las mujeres, despreciándolas, atacándolas, negándoles el derecho más elemental del ser humano, el de ser personas autónomas. Es decir lleva siglos esclavizando a la mujer. La Biblia la ve como aliada del Mal; para San Antonio, es la encarnación del diablo; para Santo Tomás, un hombre incompleto, mancado; para el Papa de hoy, madre de familia y ama de casa, que viene a ser lo mismo.
La batahola organizada (sin duda lo que querían los estudiantes) replantea el debate sobre la presencia de la religión en los lugares públicos en un Estado que debiera ser laico pero no lo es porque el Gobierno no se atreve. Plantea asimismo la legitimidad de la Iglesia a la hora de quejarse por ser perseguida, como en los tiempos del Imperio romano. Esa capilla de Somosaguas es uno de los residuos de aquellos casi cuarenta años de dictadura en los que la Iglesia era la dueña y señora de todos los espacios públicos y no dejaba expresarse a los demás, mientras que la enseñanza de la religión católica, apostólica y romana era obligatoria en todos los cursos de todas las facultades. Ahora gimotea (ya que no puede quemar vivo a nadie), pero ¿alguna vez ha pedido perdón por aquel asesinato masivo de almas?