No están las cosas en IU para permitirse el abandono de personas de valía como Inés Sabanés. Es cierto que sigue siendo militante de la organización y conserva su escaño en la asamblea de Madrid. Pero seguramente se trata de un compás de espera en tanto decide cuál será su próximo destino. Ofertas no le faltarán. Parece que ya se ha adelantado López de Uralde, de Equo, ofreciéndole encabezar su lista por Madrid. Y en el PSOE se la rifarían. Ella dice estar sopesando otras posibilidades, como participar en un debate sobre la izquierda.
En fin, Palinuro desea que Sabanés atine en su elección no sólo por su interés sino por el general pues la tiene en muy alto concepto como persona y como política.
Allende las cuestiones personales, la triple dimisión de Sabanés se lee como un mojón más en el penoso proceso de apocamiento y disgregación de IU y, en general de toda la izquierda a la izquierda del PSOE. Quizá se refiera a esto Sabanés cuando dice que quiere participar en un debate en la izquierda más de ciudadanos que de partidos. Si es así resulta algo optimista. No es posible participar en un debate que no existe. Existe la idea de que el debate debe existir; pero el debate como tal no existe. A no ser que se considere debate sobre la izquierda aquella reunión de IU de hace unos meses, celebrada con grandes alharacas que se autotituló la refundación y no sirvió para nada pues la práctica viciada de IU siguió como antes de refundarse y el acto en sí no atrajo ni una sola adhesión de fuera de la organización pero sí hubo de encajar alguna separación más.
Que la práctica de IU está viciada es cosa que reconocen sus mismos militantes que se quejan de los personalismos y los clientelismos que dan lugar a una política de capillas, escisiones y abandonos personales. Aún no hace tanto que se marchó Reyes Montiel, al parecer a Equo. Estas peleas intestinas, normalmente por cargos, puestos en las listas, etc., se agudizan en partidos pequeños con escasa representación parlamentaria, como es el caso.
La práctica viciada viene acompañada de una actitud teórica que imposibilita todo debate. La izquierda fuera de IU razona de forma extremista y dogmática: el capitalismo es radicalmente malo, todo lo que sea reformarlo es, en el fondo, sostenerlo y lo que procede es acabar con él por medio de una revolución. La pregunta de cómo hacer una revolución con partidos insignificantes y enfrentados entre sí, en una sociedad desmovilizada y en la que el nivel de vida, aun con la crisis, es muy superior al del Tercer Mundo y al propio hace cincuenta años, queda sin responder.
Para evitar reconocer esa situación de marasmo teórico IU procede por la vía de hecho de la refundación, por aquello de que todo lo real es racional y todo lo racional es real. Y así escamotea la cuestión de qué propone IU en términos de modelo de sociedad, capitalista o socialista, y de proceso de transición, reforma o revolución (o ese ingenioso tercero en discordia que se llama "reformismo radical"); y si es socialista, qué exactamente quiera decir eso, si socialización de los medios de producción, abolición del mercado; y si la transición es revolucionaria, qué formas tomará la revolución. IU se llama a sí misma izquierda transformadora, pero no aclara qué quiera transformar y cómo. Por eso se limita a hacer propuestas concretas, de políticas públicas, presumiendo siempre que las suyas son las verdaderamente de izquierda pero sin poder aplicarlas nunca.
El debate sobre la izquierda y desde la izquierda tiene que darse a partir de dos premisas, las dos tan amargas de tragar que se entiende por qué no hay debate. Premisa primera: el modelo socialista alternativo al capitalismo basado en la socialización de los medios de producción ha fracasado en todo el mundo, incluida Cuba. De ahí tienen que revisarse planteamientos. El Partido Comunista, semioculto en IU a la que inspira y ahoga al mismo tiempo, tiene que explicar qué signifique el comunismo hoy día.
La segunda premisa es que identificar el PSOE, el socialismo, la socialdemocracia, con la derecha no lleva a ningún sitio. La base supuestamente "sana" del partido no lo abandona para seguir la bandera de la "auténtica" izquierda. En realidad es un problema muy viejo. Ya se dio en los años veinte y treinta del siglo XX, en la política de la izquierda en la que los comunistas llamaban a los socialistas "socialfascistas" y se apresuraban a aclarar que eso sólo se refería a los dirigentes, que la militancia llana era fetén. La historia acabó en los frentes populares. Hoy la situación es distinta pero la visión que tienen los comunistas y asimilados del socialismo sigue siendo disparatada. Aunque es comprensible pues, de admitirse que el socialismo es la izquierda, se abre el peliagudo problema de cómo diferenciarla de la transformadora.
(La imagen es una foto de RinzeWind, bajo licencia de Creative Commons).