dimecres, 27 d’octubre del 2010

Escabrosidades.

Cualquiera que observe la escena pública española dará fe, supongo, de que está llena de insultos, procacidades, groserías y fantasmadas. Convendría, por el bien común, apaciguar algo los ánimos. No digo que todo el debate público haya de hacerse con guante blanco porque la espontaneidad tiene también su sitio. Pero no hasta llegar a la zafiedad o la agresión verbal. Con todo, hay variaciones.

En sus manifestaciones públicas el escritor Pérez-Reverte emplea unos calificativos de grueso calibre, insulta de forma directa y con frecuencia muy hiriente. Llamar perfecta mierda (o perfecto mierda, que no lo he entendido bien y de ambas formas puede decirse) al ministro Moratinos es cruel. Y la crueldad es siempre indeseable sobre todo para con quien no puede defenderse por razón del cargo. Porque si viviéramos en la época que tan felizmente recrea en sus libros el autor, en que existía la costumbre del duelo, dado que estos insultos son ofensas al honor y dado asimismo que, según moral calderoniana, las manchas del honor sólo se lavan con sangre, correspondería a Moratinos mandar los padrinos a Pérez-Reverte. Y yo en su lugar elegiría arma de fuego porque en arma blanca el autor de El maestro de esgrima está muy versado. Como sea que hoy no hay lugar a duelos y, aprovechando la feliz circunstancia de que ya no es ministro, si Moratinos llamara mierda imperfecta o, para que no se sienta capitidisminuido, mierda pluscuamperfecta a Pérez Reverte quedaría la cosa bastante compensada aunque a un nivel lamentable.

En un nivel aun más bajo, el alcalde de Valladolid, De la Riva, al insulto (menos contundente que los de Pérez-Reverte, más diluido, con empleo incluso de la ironía) añade la grosería y la rijosidad. Los "morritos" de la ministra Pajín digamos que lo inspiran. Dado que el señor De la Riva es ginecólogo uno cavila qué le dará a pensar la visión de partes más íntimas de la anatomía de sus clientas y si, cuando no está en público o hablando por la radio, la cosa se queda en pensamiento.

La grosería del alcalde no puede siquiera entrar en el terreno del honor como los insultos de Pérez-Reverte porque no hay duelo posible entre un hombre y una dama. Por definición, desde el origen de los tiempos y con ejecutoria de la moral caballeresca está establecido que ningún caballero puede jamás ofender a dama alguna y, si lo hace, deja de ser caballero para convertirse en un rufián. Cabe pensar que también esta moral caballeresca es machista y tendrá que cambiar a medida que avance el feminismo. Es posible pero, de momento, sigue siendo uno de los pilares de nuestra educación moral y sentimental... salvo que no se tenga educación, claro, como es el caso. El SMS o lo que sea que Rajoy ha mandado a este rufián solidarizándose con él lo pone a su nivel: el de quien ignora que un caballero no ofende jamás a una dama.

Y cuando de damas se habla, también de damiselas y emerge el escritor Sánchez Dragó que, según parece, presume en un libro reciente de haber follado con dos chavalas de trece años (supongo que japonesas) en Tokio allá por los años sesenta con lo que, siempre según se lee en la prensa, el posible delito ha prescrito. De inmediato se ha armado una de campeonato en que se acusa a Dragó de todo, de pedofilia, de pederastia, corrupción de menores, abuso, qué sé yo. No hay rincón del país en el que no se pida que lo echen de todas partes, que se convierta en una especie de apestado.

Desde luego que en lo relativo a las lolitas reina la ambigüedad que impregna la novela de Nabokov o los cuadros de Balthus y donde hay ambigüedad, hay hipocresía. La más evidente es que el asunto del sedicente delito no es tal porque si las dos chicas tenían los trece años cumplidos y en lo que hubiera sexualmente no medió engaño alguno, según el código penal español, no hay delito. Según el japonés, tampoco. En España y el Japón yacer con moza de trece años cumplidos no es delito si media consentimiento. Pero provoca escándalo que probablemente en muchos casos oculta pura envidia. Si no no se explica de dónde sale luego tanto pederasta, empezando por el clero.

Lo más sorprendente de Dragó no es que en el libro presuma de habérselo hecho con dos ninfas sino que, a la vista de la que se ha montado, haya pretendido rectificar achacándolo todo a una "anécdota trivial" hecha literatura. Con el escándalo Dragó tiene ya vendido el libro y quienes no lo compren no dejarán de curiosear las páginas calientes en las grandes superficies. Lo que no se entiende es esta especie de arrepentimiento vergonzante y cobarde que viene a decir poco más o menos, que es una fantasía que le contó a su interlocutor como si fuera un hecho o algo así. No sé qué valor pueda tener un libro especie de confesiones en el que se cuentan trolas.

Si el asunto no es delito, no es delito y todo lo demás es opinable. La opinión está muy en contra de las relaciones de adultos/as con chicas/os de trece años. Pero esa misma opinión sabe que su opinión es muy versátil. Las edades en que las chicas entran en relaciones sexuales y se casan han variado bastante; en el mundo musulmán suelen ser muy bajas para los gustos cristianos... actuales; hace un par de siglos las jóvenes cristianas, incluso las reinas, podían llegar al matrimonio aún impúberes. Hoy en España son 13 años. La edad de las lolitas dragonianas.

O sea que, estando dentro de la ley, Sánchez Dragó puede hacer lo que quiera y como quiera y no tiene porqué inventarse subterfugios o historias. Le gustan las chicas muy jovencitas. Bueno, según parece a su interlocutor, Albert Boadella, le tiran más las mujeres de cincuenta años, más tipo dueña, probablemente. Están en su derecho. También habrá mujeres a las que les gusten los hombres tipo Sánchez-Dragó o Boadella, y si yo tuviera que objetar a algo sería al modo de describir los gustos. Eso de los pechitos como capullos y el chochito rosáceo pues, en fin..., baboserías de viejos verdes.

(La imagen es un grabado de Katsushika Hokusai, El demonio de los celos gigantes, de 1831.