Este Gobierno y en concreto su presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, ha mostrado una insólita vena intervencionista siempre que de las elecciones madrileñas -autonómicas o municipales- se ha tratado. Un intervencionismo en la designación de candidatos que ha dado pésimos resultados para el PSOE. Todavía se recuerda la penosa campaña y estrepitosa derrota de Miguel Sebastián frente a Ruiz Gallardón en 2007; un ejemplo de manual de candidato "paracaidista" enfrentándose a un veterano del cargo que conoce Madrid y a los madrileños como pocos. En premio sin duda a su obediencia, el señor Zapatero nombró al derrotado ministro de Industria, lo que es una extraña forma de justificar los nombramientos de miembros del Gobierno.
En el caso de las próximas elecciones autonómicas y municipales el intervencionismo gubernativo se ha exacerbado. Los que hubieran sido candidatos "naturales", surgidos del seno del Partido se vieron de pronto preteridos ante dos propuestas procedentes del Gobierno, la señora Jiménez y el señor Lissavetzky. El candidato originario al Ayuntamiento se retiró sin decir oste ni moste con lo cual nadie recordará su nombre, como diría Aquiles. El de la Comunidad, bien se sabe, desafió a la Jefatura que esgrimía como justificación de su criterio de cambio una encuesta dando a Trinidad Jiménez más posibilidades electorales que a Gómez. Y aquí se gestaron esas primarias de Madrid que en principio nadie quería y ahora todos celebran.
Era clarísimo: en una sociedad mediática, el que dé el espectáculo accede a los medios. Unas primarias, en realidad un conflicto resuelto en la plaza pública, tienen mucho de espectáculo. Con el espectáculo llega la fama y Tomás Gómez ha pasado de ser un desconocido, de rasgos borrosos y nombre inseguro, a ser célebre, objeto de conversaciones y tertulias. Hay quien lo ve como un alcaldillo al que viene grande la nueva tarea y quien lo toma por un segundo David. Maravillas de las primarias.
El ejemplo de Madrid se ha extendido a otros puntos, siempre en el PSOE, con diversa fortuna. El episodio de Valencia, en principio, es tan bochornoso que los candidatos del PP seguramente ganarían aunque no se presentaran. En los demás sitios parecen dar buen resultado. Así que de la necesidad se ha hecho virtud y las primarias se esgrimen hoy como una prueba de una mayor democracia interna en el PSOE con referencia al PP en el que se practica un criterio autoritario y digital, para entendernos, "a dedo". Y es gran verdad que las primarias son más democráticas que otros procedimientos de designar candidatos porque proponen a elección una persona que previamente ha sido elegida, no ungida.
Todavía más, creo que las primarias aun serían más democráticas si fuesen abiertas, esto es, que votasen en ellas todos los electores, no sólo los militantes. Ya sé que esto se presta a un voto ladino de los militantes y votantes del otro partido, pero supongo que no sería de mucho impacto, y haría que la gente se implicara más.
Las primarias tienen también un benéfico aspecto en cuanto a comunicación nada desdeñable. Como quiera que los candidatos son del mismo partido se ven obligados a tratarse con cortesía y deferencia o, por lo menos, a no insultarse abiertamente. Un caso tan vil como el del candidato Sebastián aireando unas supuestas relaciones extramatrimoniales del señor Gallardón es de suponer que no podría darse en unas primarias. Los candidatos no pueden propinarse golpes bajos. Pero, como tienen que hablar, se ven obligados a hacerlo sobre asuntos objetivos, concretos, sobre temas de políticas locales, sobre lo que los anglosajones llaman issues en lugar de ponerse recíprocamente a bajar de un burro.
Por eso es incomprensible que, habiendo llegado hasta aquí, los dos candidatos socialistas (o quizá sólo sea la señora Jiménez, no estoy seguro) se nieguen a un debate televisado. Eso sería la culminación del espectáculo de las primarias, es muy probable que atrajera gran audiencia y los catapultara a los dos. ¿No están ambos todo el día diciendo que, al siguiente de la decisión, estarán trabajando juntos sea cual sea el designado? Y ¿por qué no empezar a hacerlo antes, ofreciendo un buen debate pre-electoral?
En un interesante artículo en El País hace un par de días (¿Primarias sin debates?), Julián Santamaría señalaba que no hay derecho a privar a los votantes de la posibilidad de formarse un juicio razonado asistiendo a un diálogo público entre Jiménez y Gómez. Es obvio. Viéndolos debatir entre ellos se los evaluará mejor.
Personalmente no tengo preferencias. Cualquiera de los dos candidatos que gane llegará a la elección habiéndose sacudido el estigma de "partido perdedor" precisamente por haber ganado unas primarias. El voto es la fuente de la legitimidad en democracia y no es lo mismo ser designado que ser elegido candidato.
La primera imagen es una foto de Secretario General PSM-PSOE, y la segunda de Trinidad Jiménez ambas bajo licencia de Creative Commons.