Ayer sábado colgué una entrada sobre la situación política en Honduras que estaba muy confusa. Sigue estándolo, pero algunas vicisitudes ya permiten un pronunciamiento con más sosiego.
Partía en mi entrada de mi desconfianza hacia el presidente Zelaya. No me gusta que un hombre elegido para la presidencia en un partido con una ideología claramente conservadora, cambie de bando en mitad de su mandato, aunque sea para hacerse de izquierda porque eso equivale a un fraude a los electores. Tampoco me gusta que un presidente en el curso de su mandato pretenda cambiar la Constitución, esto es, las reglas del juego, en beneficio propio. Eso es lo que han hecho casi todos: Correa, Chávez, Morales y Uribe, pero no lo encuentro de recibo y me parece un doble fraude.
Por todo ello decía yo en la entrada del sábado que el golpe de Estado estaba dándolo el propio presidente Zelaya en contra del Parlamento, del Tribunal Supremo y del ejército. Y, de hecho, la situación no estaba clara. Enseguida hubo quien acusó a los Estados Unidos de estar detrás del golpe cuando parece ser que no es cierto. Lo cierto es lo contrario. Por lo demás, el ejército actuaba a las órdenes del Tribunal Supremo.
Pero todo ello no puede ser excusa para romper la legalidad democrática y tomar el poder por la fuerza porque eso es lo que convierte un intento plebiscitario como el que pretendía el señor Zelaya a imitación de sus colegas izquierdistas en un verdadero golpe de Estado con todas sus consecuencias.
Algo que condeno sin paliativos.
Deseo que lo anterior quede claro para evitar confusiones. Por supuesto, creo que la entrada de ayer pecaba de precipitación por lo que pido disculpas por ella y procedo a suprimirla porque me fastidia haber metido el patoncio.
(La imagen es una foto de Presidencia de la República del Ecuador, bajo licencia de Creative Commons).